Las peripecias de Tommy Wilhelm en su errabunda y desestructurada vida, se reflejan en un día en el que su futuro le ahoga sin remisión. La locución latina -Carpe diem- que da nombre a esta obra centrada en esa jornada, es una paradoja. La exhortación a la que conmina -el goce del instante- tiene un irrefrenable apasionamiento en las cavilaciones que hace extensivas el doctor Tamkin. Este embaucador hace resonar insistentemente el badajo en el que convierte el pensamiento de Wilhelm, "La naturaleza sólo reconoce una cosa: el presente. El presente, el eterno presente, como una ola enorme, gigantesca, inmensa, colosal, bella y luminosa que lleva en su seno la vida y la muerte, que sube al cielo y baja al fondo de los mares".
El equilibrio emocional de Wilky Wilhelm -nombre real que sustituye cuando emprende la aventura de Hollywood para ser actor y abandona sus estudios universitarios- se halla en un estado depresivo que controla con la ingesta descontrolada de medicamentos.La pérdida del puesto de trabajo, la falta de autoestima, el distanciamiento del núcleo familiar y de sus hijos y la negativa de su esposa a concederle el divorcio, así como una situación económica en bancarrota, le induce a pensar que las taimadas premisas del que se autodefine como "poeta psicológico" son auténticas. Así invierte su escaso patrimonio, 700 dólares, en la Bolsa. Pues según le asegura Tamkin, "Ellos prueban suerte, pero yo sigo criterios científicos (...) Con todo ese dinero alrededor, uno no quiere hacer el indio mientras los demás se aprovechan". Mientras tanto su vida estacional recala en el hotel Gloriana, del que es su cliente más joven, donde también se hospeda su padre Adler Wilhelm. Doctor jubilado de reconocida trayectoria médica que se niega a atender la crisis económica de su hijo y le advierte del presunto estafador que se reviste de ropaje académico y científico.
‘Carpe diem’ -Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores. Prólogo de Cynthia Ozick.Traducción de Benito Gómez Ibáñez-.es un mirador fabuloso de las pasiones y privilegiado enclave para comprenderlas. La conciencia de los personajes habla en primera persona. Los diálogos vivaces y lúcidos son intermediados por el pensamiento de cada interlocutor, que eleva el tono desiderativo, fabulador e introspectivo, intimando con el lector. De esa manera brinda la sensación que su lectura lo atrape y lleve por los pocos juiciosos derroteros del protagonista. Éste asiste impertérrito al desatino de poner su confianza ciega en un charlatán. La absoluta determinación paterna de no auspiciar los desvaríos que le sobrevenían, "Después de largas reflexiones, al cabo de multiples debates y vacilaciones, siempre acababa tomando el camino que había rechazado inumerables veces. Un puñado de decisiones así constituían la historia de su vida", es la afrenta a la que no duda en calificar de odio hacia él por no haber cumplido las expectativas de las que cualquier padre se sentiría orgulloso.
La fatalidad del personaje lo lleva a consentir su propia inutilidad y cifra en el dinero todo el trasunto, cuando en realidad la aflicción es un teatralizado acto de supervivencia, "Mi mentalidad pueril es lo que me hace creer que la gente está dispuesta a dar compasión sólo porque uno la necesita". Lejos de parecer una coincidencia, su hermana Catherine, a pesar de la titulación médica que posee se obstina, a sus cuarenta años, en convertirse en pintora y no duda en solicitar al padre respaldo económico para alquilar galerías y exponer sus lienzos. De ahí que el padre no dude de su egoísmo razonado, y sin contemplaciones afirme: "No quiero cargar con nadie". No hay una segunda oportunidad para Wilhelm. La telaraña en la que se encuentra atrapado es un maleficio del fracaso existencial sobre el que se interroga y hace partícipe al lector en un tono conmiserativo. En la etapa final en la que se encuentra, "las aguas del mundo van a engullirme", la pérdida del trabajo por un visceral sentido del orgullo, el sentido común pero no menos vengativo de su esposa, que no le permite el divorcio y contraer nuevas nupcias, y el enredo financiero del trilero del pensamiento que encarna el doctor Tomkin, lo ahogan hasta el extremo de agredirse mentalmente con una sarta de improperios que unen el deterioro físico y psicológico: "¡Burro! ¡Idiota! ¡Jabalí! ¡Mulo de carga!Hipopótamo asqueroso, harto de revolcarte en el fango".
Saul Bellow (1915 – 2005) nos describe de forma magistral el descenso a los infiernos de un perdedor. La mordaz entrega del autor nos propone una tragicomedia en la que los personajes integran la unidad de acción, tiempo y espacio de un humanismo entendido como carga y dolor. Ello no resta para que cierta dosis de ironía y burla consentida, arrugue el drama y lo trivialice. Pero no precisamente por banal. La concepción de un angustioso mundo es fuente de destrucción del ser humano. La simple aceptación de los errores como filosofía de vida no garantiza que el futuro no nos depare andar de nuevo sobre la cuerda floja. El novelista norteamericano -nacido en Canada y de origen judío- despliega su depurada caligrafía literaria sobre renglones de niebla. No se contenta con escudriñar la apariencia de los modos y costumbres. Analiza la esquirla del acertado o errado disparo de los pensamientos y los hechos sobrevenidos o legítimos: el mundo contemporáneo no posee capacidad de albergar la insatisfacción que pende de cada ser. Como la luz de neón instalado en el frontispicio de un club de jazz ajado por el tiempo. Como el hotel Gloriana, en el corazón de Broadway, ocupado en su amplia mayoría por personas jubiladas sobre las que descansa el corazón retorcido del tiempo. Un tiempo que para nuestro protagonista se convierte en angustioso camino a la desesperación.
Las sobresalientes descripciones de los personajes, son verdaderos edificios literarios que se elevan con personalidad propia dentro del tortuoso devenir de los acontecimientos. Los detalles más precisos nos desvelan la trascendencia del texto, "Y un vaso de agua es sólo un adorno; forma un cerco de luz en el mantel; es la boca de un ángel", con los que hipnotiza la lectura y la hace centellear, como aguas tocadas por los rayos solares, para advertirnos que el arcano misterio está por descubrir, que el enigma no encuentra resolución aún tirándose de cabeza a las procelosas y profundas aguas que vibran en la superficie: el alma y la zozobra que le apremia.
Escrita a finales de 1950 y, sin embargo, con el persuasivo, encantador e intacto poder de la literatura intemporal. En ella encontramos la épica del siglo XXI. Seres humanos que deben enfrentarse en su vida cotidiana al malogrado destino que les acecha. Veamos si no el devenir diario de personas que se convierten en naúfragos y se aferran a un trozo de balsa. La crisis social y económica que padecemos es fruto de ese deseo incontenible de evitarnos los temores sin experimentar los errores. La efímera arquitectura financiera no es un juego de ganancia o pérdida. Es una fiera batalla entre el deseo y la realidad embaucadora y aniquiladora. Como señala el incandescente doctor Tamkin, "Hay algo que debería tener claro a estas altura: ganar dinero es un acto de agresión. Eso es todo. La explicación funcional es la única que vale. La gente va a la Bolsa a quitar de en medio a sus rivales. Dicen: Me los voy a cargar a todos. No es casual. Sólo que no tienen valor para cargarse de verdad a alguién, y lo hacen simbolicamente. El dinero. Matan con la imaginación".
El severo revés que no encaja Wilhelm es lo que Bellow califica como "secreto designio", al incorporar a aquél en la más absoluta orfandad ante el mundo. Es un niño grande que requiere la compasión y misericordia que no halla en su padre y recupera con el charlatán que encarna el pseudodoctor. La decisión egoista de su padre le descorazona y lo sume en un profundo dolor que encontrará su catarsis en un final sorpresivo. Es el día anterior al Yom Kippur, el día de la Expiación, con el que finaliza el periodo de penitencia anual del calendario judío. Wilhelm, tras el varapalo recibido por la nefasta operación bursátil, busca desesperadamente al brazo ejecutor de la liquidación de su último patrimonio y rechaza la invitación de asistir a la sinagoga para esta liturgia. Su padre y su esposa acaban por hundirlo definitvamente al rechazar el primero en ayudarlo y reprocharle su exceso de confianza en un mercachifle que vende ilusiones y del que le advirtió. Y la segunda, por las exigencias económicas que reclama sin contemplaciones. El azar confluye para que la triste animosidad que le embarga, coincida con la celebración de un funeral al que asiste involuntariamente. Impelido por el gran numero de personas que le cierra el paso y la policía que limita los movimientos en una sola dirección,hacia la capilla, en la que le espera un final catatónico. El autor no recelaba de la esfera metafísica con la que envolvía sus historias. Señalaba Saul Bellow: "En la mayoría de las confusiones sigue habiendo un canal abierto hacia el alma. Podrá ser difícil encontrarlo porque en la madurez está invadido de maleza, y algunos de los más espesos matorrales que la envuelven nacen de lo que denominamos nuestra educación. Pero el canal sigue ahí, y nuestro deber es mantenerlo abierto, para tener acceso a la parte más profunda de nuestro ser".
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