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Abierto en Canal ... Nou

Esta máquina de colocar amigos y de pagar sobrecontrataciones llegó a ser un engranaje perfecto
ZEN
lunes, 11 de noviembre de 2013, 07:12 h (CET)
Yo soy de los que hacía años que no miraba Canal 9 ni por equivocación. Mi dedo pulgar estaba bastante adiestrado para que, cuando el mando sintonizaba alguna de las diferentes cadenas del ente radiotelevisivo valenciano, aceleraba el impulso para pasar a la siguiente cadena, aunque en el siguiente canal estuviera el advino Sandro, o un spot publicitario eterno sobre las babas de caracol y sus magníficos beneficios para las pieles castigadas.

Pero estos últimos días la cosa ha cambiado. Bien sea por indignación, por morbo o porque, por fin, los periodistas de la casa se sienten libres, me he vuelto incondicional de Canal Nou.

Seguramente será por un ataque de indignación por el cual he visto que lo que, en sus orígenes, fue una televisión que pretendía vertebrar a los valencianos de Castellón con los de Alicante, a los del interior con los de la costa y a los valenciano-parlantes con los castellano-parlantes. Crear país, en definitiva. Sin embargo, le han pegado fuego como a una falla.

En los últimos veinte años se conformó en una máquina de propaganda insufrible en la que intentaban, además de adoctrinarnos, sacar el mejor perfil de Zaplana o Camps, a la par que se dedicaba a borrar del mapa a cualquiera que no fuese de la corriente del Partido Popular que reinaba por aquellas fechas (Zaplanistas, Olivistas o Campsistas).

Esta máquina de colocar amigos y de pagar sobrecontrataciones llegó a ser un engranaje perfecto. Una maquinaria de generar favores y sueldos, tan buena o más que TeleMadrid.

Y los trabajadores y periodistas se distribuían en dos tipos: aquellos que eran presionados para que las noticias se cocieran en la forma adecuada para la Generalitat; y aquellos que no necesitaban ser presionados porque eran adeptos al régimen y convencidos hasta las trancas. Los primeros eran aquellos que consiguieron su puesto tras una oposición (en la mayoría de los casos); y los otros los que un dedo providencial los colocó en su puesto de trabajo.

Mi indignación viene, pues, de largo. Porque los que articularon el golpe de estado incruento de las Elecciones de 2007 y 2011, y que llenaron de vallas electorales y propaganda la Comunitat Valenciana con dinero que obtuvieron de contratistas muy agradecidos (véase Gürtel o la visita del Papa), son los mismos que ha dejado a su suerte a los 1.700 trabajadores de Canal 9 y Radio 9. Fueran adeptos al régimen o simplemente gente subyugada por la necesidad de un sueldo.

Porque ya no habrá la posibilidad de cambiar el vomitivo Canal 9 por una televisión pública en que se refleje la voz de todos los valencianos, piensen como piensen. Porque les han dejado en bandeja todos los argumentos a los que reclaman que se vea TV3 en la Comunitat Valenciana, y esta pase a ser la única televisión en la que se hable nuestro idioma. Porque los alicantinos y los de Castellón volveremos a estar de espaldas los unos y los otros. Porque los castellano-parlantes tendrán todas las teles nacionales, pero los valenciano-parlantes veremos cercenada nuestra cultura y nuestra lengua.

Pero también hay morbo. No lo niego. Saber que harán esos miles de familias que, de forma directa o indirecta, dependían del ente audiovisual. Saber si seguirán votando al Partido Popular o si serán capaces de provocar la caída del un gobierno con formas de república bananera de los años 80. Morbo por saber si los periodistas valencianos empezarán a contarnos la verdad de lo que ha pasado en los últimos veinte años entre las bambalinas del poder absoluto. Morbo por saber si eso les importará a los valencianos o si, la dosis de “mesinfotisme” es tan grande que hará que todo nos de lo mismo. Como hasta la fecha.

Hoy, yo quiero un Canal Nou abierto, no un Canal Nou abierto en canal y descuartizado por unos dirigentes a los que les importa bien poco o nada, el valencianismo (sea acatalanado o sea regionalista blavero). Solo importaba ganar elecciones por mayoría absoluta para seguir con el negocio. Y cuando Canal Nou ya no ha servido para nada por sus bajas audiencias … a la papelera.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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