Iba yo por la mañana mirando el móvil en el metro, leyendo las noticias preocupado a ver si se formaba gobierno o no como el resto de viajeros, y de repente pasó algo inesperado.
En mitad del vagón se puso a cantar una Jeanette con 30 o 40kg más, con un acento castellano más pronunciado, pero eso sí, una credibilidad mayor que la mujer que nos encandiló con ‘Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así’.
Y digo mayor credibilidad porque era difícil creerse que una mujer como Jeanette pudiera cantar algo así como una experiencia en primera persona, pero sin embargo con esta mujer no solo te lo creías, sino que además empatizabas totalmente con ella. Y mucha gente le echó monedas como yo, que no pude evitarlo, y eso que suelo hacerlo únicamente cuando alguien toca un violín que me encanta.
Esa mujer, cuyo nombre desconozco, no se tiene que preocupar de sufrir un despido después de coger una baja médica como se ha puesto ahora de moda. Supongo, quién sabe, tampoco aprovechó las múltiples ‘ofertas’ engañosas del Black Friday, ni seguramente desayuna, come y cena igual de bien que tú, que yo. Pero probablemente sí tenga a una persona a su lado que al llegar a casa le haga sentir de forma especial. Y eso no se compra en ninguna tienda.
Reconozco que he caído en la tentación. He comprado dos cosas que no solo no necesitaba, sino que además ni siquiera he usado todavía. Las que comprado simplemente porque me apetecía, sin más; para usarlas algún día. No caí en las ofertas, fui yo quien una vez decidido lo que quería comprar busqué el descuento.
Esto del negro viernes no va a terminar bien. En otros países hay muertos, y no tardará en pasar lo mismo aquí como sigan haciendo esos descuentos como los de las planchas de vapor; la gente joven se va a pelear por conseguir una. Como decía, ahí siguen mis dos productos en su bolsa. El mejor descuento que he encontrado este año, sin duda, han sido los momentos y las personas que han estado aguantándome, de forma recíproca.
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