Especialmente hoy viene a mi memoria una Nochebuena de los cincuenta en la que mi familia buscaba acomodo y lo encontró en una casa del rincón de la Victoria. Por circunstancias que no vienen al caso no teníamos un domicilio definitivo. Aquella época anduvimos de “Poncio a Pilatos”, hasta que meses después encontramos una casita mata en la calle Ecuador.
Esa Nochebuena (creo que era la de 1953) decidimos ir a la Misa del Gallo del Rincón de la Victoria. El párroco atendía a diversos pueblos y no contaba con el vehículo adecuado. Apareció por el templo después de las dos de la madrugada cuando los feligreses ya habían agotado los villancicos, el aguardiente y la paciencia. Solo recuerdo que me quedé dormido. A aquel “gallo” le habían salido espolones y se había hecho un viejo.
Esta Nochebuena pasada se ha celebrado en un centro malagueño, en el que cuidan a mayores, lo que uno de los celebrantes (han participado varios) ha denominado como la “Misa del Pollito”; por lo temprano de la hora, (seis de la tarde). En el Convento de mis monjas-vecinas –la comunidad cisterciense- hace años que se celebra a las ocho de la tarde cuando ya “el pollito” está galleando. Y tan ricamente.
No es cuestión de horas. El Espíritu es intemporal y se hace presente en el momento en que lo invocamos. Lo hizo aquella noche en el Rincón de la Victoria, o aquella tarde en el “Buen Samaritano” o la tarde del 24 en el convento del Atabal. Lo importante estriba en que lo invoquemos y celebremos la Eucaristía en comunidad. Después llega la cena familiar, los discursos y los villancicos.
Gracias a Dios, y pese a sus detractores “modelnos”, se sigue viviendo en amor y buena compañía la Navidad. Felices aquellos a los que ama el Señor. A todos; no a muchos. Paz y amor para todos.
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