Montse se ha ido. Esta semana Montse, fatalmente, dolorosamente,
desconsoladamente se ha ido. Rodeada de sus personas más queridas, de un
poquito de ese inmenso amor que siempre dio y despidiéndose de la forma más
absolutamente inesperada, festiva y ávida … se ha ido.
Mi relación con Montse es, vitalmente, tangencial. Sin embargo su presencia y los
efectos de su presencia son solidos, gigantes y bellos como los de un acantilado.
Montse nos enseñaba sensatez, cordura y amor. Desde esa inacabable sensibilidad
que la caracterizaba, desde su firmeza y amor.
Ella puso su corazón gigante con su cabeza nada,nada pequeña, escuchando y
hablando, en medio de cabezas gigantes con corazones nada pequeños, y nos
conquistó a todos. No solo eso, mucho más allá. En su estar, simplemente estando,
tomó partes de nosotros y las reconfiguró por completo, cambiándolas, ampliándolas,
dotándolas de una mucho mayor profundidad, riqueza y sentido.
Y en esto que, si casi poder preverlo y sin poder evitarlo, nuestras vivencias con ella
dejaron de poder renovarse. Nos quedamos sin aliento, sin pulso, sin. Cuando el
pulso y el aliento van volviendo, poco a poco encontramos a esa inmensidad que ella
ha construido en cada uno, dulce y firmemente.
Y cada nuevo día que vivamos será, inevitablemente, con ella. Nos ha conectado, en
su entorno, de una forma especial. Nos ha hecho mirarnos, sentirnos y escucharnos,
de una forma especial. Ha dejado tejidos puentes y uniones que son ella, cada vez y
en cada rato. Un mucho de nosotros es ella y así va a ser para siempre.
Montse se ha quedado, en nosotros.
Dedicado a mi tía Montse Anfruns, un alma inmensa
que nos ha aportado una mirada especial. Y a todas las
Montses que podéis reconocer si miráis alrededor vuestro.
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