CUANDO SADDAM Hussein invadió Kuwáit en 1990 y lo declaró "la decimonovena provincia de Irak", Margaret Thatcher puso firme al Presidente Bush con una célebre exhortación: "No es momento de vacilar, George". Bush no vaciló. En lugar de eso reunió una gran coalición militar, que liberó Kuwáit a principios del año siguiente.
¿Qué hace falta para poner firmes a Barack Obama?
Mientras Vladimir Putin ingeniaba la conquista rusa de la península ucraniana de Crimea este mes, la administración Obama replicaba a su beligerancia con expresiones de desaprobación y decepción. Presidente y secretario de estado protestaban reiteradamente diciendo que la maniobra ofensiva de Rusia estaba fuera de lugar en el mundo moderno. "Realmente es un comportamiento del siglo XIX en el siglo XXI", se quejaba John Kerry, como si las voraces incursiones territoriales hubieran pasado de moda con los corsés y las goletas. La Casa Blanca seguía esa línea el domingo tras los fraudulentos comicios que escinden de Ucrania a Crimea: "En este siglo, quedan muy atrás los días en los que la comunidad internacional se mantiene discreta mientras un país se apropia por la fuerza del territorio de otro".
Pero a estas alturas Putin sabe cómo tomarse cualquier cosa que dice esta administración. Como se esperaba, las sanciones económicas decretadas el lunes por Obama fueron tan ridículamente nimias — se centran exclusivamente en 11 particulares, saltándose a Putin y sus principales respaldos financieros — que hicieron reír a los asiduos del Kremlin. El primer ministro ruso en funciones tuiteaba que la lista de sanciones de Obama debe haber sido redactada por "algún pardillo". La bolsa rusa y el mercado de divisas, destaca el Washington Post, "repuntaron en la misma medida a modo de celebración". Si la Casa Blanca imaginaba que la forma de apear del burro a Putin era esto, claramente erró el cálculo. A las pocas horas del anuncio de las sanciones de Obama, Rusia reconocía formalmente la independencia crimeana de Ucrania. Ayer, Putin aprobó el acuerdo que anexiona Crimea.
No es momento de vacilar, pero en lo que respecta a la política exterior, vacilar es lo que mejor se le da al Equipo Obama. (Véase: Siria, límites infranqueables; Polonia y República Checa, acuerdos de defensa balística; parcialmente levantadas, sanciones a Irán; gasto rebajado drásticamente, ejército estadounidense). Claro, "vacilar" no es la palabra que va utilizar la administración. Se opta por términos como "flexibilidad" o "relanzamiento". Pero desde la perspectiva del Kremlin, la idea está clara como el cristal: El liderazgo estadounidense en el mundo es el más débil en décadas. Sea resultado del rechazo a la guerra, de la ideología o de la ingenuidad, el efecto es el mismo. Garry Kasparov, el antiguo campeón mundial de ajedrez que hoy hace campaña por la democracia y los derechos humanos, escribía el otro día que "Occidente se ha vuelto tan alérgico al riesgo que prefiere no ir antes que levantar cualquier farol, por buenas que sean las cartas". Y Putin es un consumado jugador de póquer.
La entonces Secretario de Estado Hillary Clinton presenta al Ministro ruso de Exteriores Sergei Lavrov en 2009 un botón rojo de "reinicio" que simbolizaba el deseo de la administración Obama de encarrilar por nuevos derroteros las relaciones bilaterales. El término ruso sobre el botón significaba realmente "sobrecarga".
Nadie espera ni quiere que Estados Unidos entre en guerra por Crimea. ¿Pero cuándo caerá al presidente en que una política exterior norteamericana basada en el acomodo y el discretismo hace más peligroso el mundo, no menos? Con la mejor voluntad del mundo, Estados Unidos no puede retroceder al enfrentarse a los actores del mal en el planeta y esperar que ellos respondan en la misma línea. La tibieza es provocadora e invita a la agresión. La forma de disuadir a los regímenes hostiles es a través de la fuerza y la resistencia, no de promesas sotto voce de ser más flexibles ni de lecciones del "comportamiento del siglo XIX".
Resulta irónico que un presidente que llegó a la administración rechazando de plano las políticas de George W. Bush haya reproducido uno de sus errores garrafales más desafortunados. Rusia invadió Georgia en 2008, y se hizo con dos regiones del país (Ossetia del Sur y Abjasia) que hasta hoy controla. Bush no respondió más que con críticas. El "brutal" ataque ruso a su vecino, dijo, "resulta inaceptable en el siglo XXI". Si Estados Unidos hubiera respaldado a Georgia por entonces con algo más que simples palabras y obligado a Rusia a devolver sus conquistas, ¿se habría disuadido a Putin de su Anschluss crimeano seis años más tarde?.
Todo lo que sabemos seguro es que Rusia no pagó ningún precio por su agresión ilegal a Georgia, y en la misma medida no ha pagado ningún precio — aparte de las triviales sanciones de Obama — por su incursión en Ucrania. Como los matones y los delincuentes desde tiempos inmemoriales, Putin seguirá encontrando víctimas nuevas en las que poner sus miras. Cuanto más se le permita salir airoso, más va a exigir. No hace falta remontarse al siglo XIX para saber que tratar de apaciguar a quien no se puede apaciguar es demencial.
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