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¿En qué momento se cometieron los errores con Rusia, Turquía e Irán?

Estados Unidos entendió claramente al revés a Turquía y a Rusia
Michael Rubin
jueves, 27 de marzo de 2014, 07:35 h (CET)
Uno de los principales patrones que se hace evidente al estudiar los precedentes de la diplomacia norteamericana con regímenes disfuncionales y grupos terroristas es que los diplomáticos que llevan el diálogo nunca fijan un criterio de medición claro con anterioridad para juzgar si la actividad diplomática tiene éxito, y raramente se distancian tras los hechos para determinar, en perspectiva, en qué punto se cometieron errores y cuáles fueron los momentos clave en los que una estrategia distinta habría alterado el resultado.

Según el criterio de definición de un régimen disfuncional (o estado antagonista) esbozado por el asesor de seguridad nacional de Bill Clinton Tony Lake, Turquía no es disfuncional claramente, Rusia puede haber pasado a serlo, e Irán desde luego lo es. Sin embargo, los tres se han vuelto progresivamente más problemáticos para la seguridad nacional norteamericana, y cada uno simboliza por separado el fracaso de la actividad diplomática estadounidense durante la primera década del siglo XXI. Estados Unidos entendió claramente al revés a Turquía y a Rusia: Turquía tiene más de dictadura que de democracia, y más de enemigo que de aliado. Rusia también tiene menos de socio que de reliquia de la Guerra Fría. En cuanto a Irán, las últimas noticias que apuntan que Irán está adquiriendo piezas de arsenal nuclear en el mercado negro no generan confianza en que Irán esté negociando con buena fe.

Si bien el Presidente Obama y su equipo de seguridad nacional reaccionan a los acontecimientos de Crimea y a las manifestaciones agresivas de Rusia, no se ha visto prácticamente introspección por parte del Departamento de Estado o la Casa Blanca a tenor del momento en el que se cometieron errores con respecto a Rusia. No es simplemente motivo de enfrentamiento partidista, hay culpables por doquier: El Presidente Bush miró a los ojos a Putin y vio un alma. No respondió más que con retórica a la invasión de Georgia por parte de Rusia. Hillary Clinton pulsó el botón de reinicio; Obama prescindió de Polonia y la República Checa con tal de apaciguar las inquietudes rusas; y su momento de micrófono abierto trasladó un deseo firme de reducir un arsenal norteamericano con el que hasta el Congreso estaba conforme. En el ínterin, había actividad diplomática fuera de los canales habituales, y acciones rusas que en perspectiva, habrían servido de advertencias si el Departamento de Estado hubiera estado receptivo a verlas. A lo mejor es hora de que un comité legislativo independiente examine la última década de actividad diplomática ruso-norteamericana para determinar, con perspectiva, en qué momento Estados Unidos debió haberse dado cuenta de la realidad de Putin y de sus ambiciones. Sólo a base de estudiar los errores cometidos cabe esperar que los diplomáticos del futuro eviten repetirlos.

Mismo caso de Turquía: Las señales de advertencia se remontan a más de una década atrás, pero el Departamento de Estado se negó conscientemente a reconocerlas. En el año 2008, llegó a mis manos un trabajo basado en un montón de documentos y filtraciones procedentes de periodistas turcos y funcionarios públicos que no podían pronunciarse públicamente, relativo a las tramas de lavado de dinero y fondos reservados del Primer Ministro Recep Tayyip Erdoğán. El trabajo indignó al gobierno turco. Según Wikileaks, la embajada norteamericana en Ankara aseguró que el trabajo no era nada. Muy tranquilizador, menos porque al parecer no se hizo nada aparte de preguntar a funcionarios públicos que eran los primeros interesados en encubrir las irregularidades financieras. El embajador en aquella época aceptó ciegamente la idea de que Erdoğán era reformista; no preguntó por la identidad de las fuentes ni en qué se sustentaban las acusaciones.

La perspectiva, sin embargo, demuestra que las preocupaciones iniciales tenían razón, y que los detalles concretos del trabajo eran preciso. De igual manera, el diplomático estadounidense Daniel Fried describió el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdoğán como la versión turca del Partido Democristiano, nada menos. También esto ha resultado ser una sandez, pero sería útil saber cómo llegan los diplomáticos a conclusiones así. Muchos otros antiguos embajadores en Turquía, veteranos partidarios del experimento Erdoğán algunos de ellos, han reconocido ya que Ankara está podrida, y que Erdoğán no tiene nada de líder democrático. Las explicaciones que hay que pedir al Departamento de Estado no son relativas al hecho de que se equivocara, eso no es motivo de vergüenza, sino cuáles fueron las señales de alarma que se pasaron por alto. ¿Se confió en las personas equivocadas? ¿En qué mintieron las fuentes? En ausencia de tal introspección, no está claro el motivo de esperar análisis o informaciones más precisas de la embajada norteamericana en Turquía o de la Oficina de Asuntos Europeos en el futuro.

Irán es una cuestión más politizada, pero teniendo en cuenta lo que hay en juego, es mucho más grave: Es erróneo insinuar que no hubo negociaciones con Irán durante las décadas transcurridas entre Jimmy Carter y Barack Obama: Hubo muchas, pero John Kerry y la negociadora Wendy Sherman parecen decididos a reinventar la rueda sin tener en cuenta la forma en que han mentido y engañado las mismas personas en las que ahora confían. Eso no significa que la historia tenga que repetirse, pero la repetición es mucho más probable si los altos funcionarios estadounidenses no se molestan en aprender de los errores cometidos.

Igual que de noche todos los gatos son pardos, para el Departamento de Estado cualquier cosa es motivo legítimo de conversaciones. No debería de sorprender que Washington no quiera tener en cuenta sus errores, porque hacerlo salta por los aires la iniciativa al diálogo. La reflexión, sin embargo, no menoscaba la actividad diplomática; la hace más eficaz, simplemente. No obstante, si el Departamento de Estado es reacio a hacer lo necesario, quizá sea hora de que el Congreso ejerza sus competencias de control.

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