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La guerra contra el empleo y la riqueza

El descenso de estadounidenses trabajando no debería e sorprender con la actual administración cortando el bacalao
Mark W. Hendrickson
jueves, 27 de marzo de 2014, 07:48 h (CET)
El reciente análisis de la Ley de Atención Asequible encargado por la Oficina Presupuestaria del Congreso llega a la conclusión de que hará que el equivalente a 2,3 millones de trabajadores a jornada completa abandonen la población activa para conservar la subvención del contribuyente a su seguro médico.

Esto es problemático a varios niveles: En términos de impacto fiscal, agravará el déficit presupuestario tanto a nivel de recaudación (se trabajarán menos horas de las que retener) y a nivel de gasto público (las nuevas subvenciones de la reforma Obamacare). A nivel económico, nuestro país será más pobre que otra cosa. El empleo genera riqueza; menos empleo se traduce en menos riqueza, y también menos progreso social en el caso de los que abandonan la población activa. A nivel político, a medida que la cifra de ciudadanos no productivos dependientes del Estado va creciendo y la cifra de ciudadanos productivos cuya retención financia al Estado se contrae, los no productivos pueden alcanzar una mayoría permanente - una hegemonía política - igual que pasó en la antigua Roma, con crudas consecuencias.

Las noticias de que hay menos estadounidenses trabajando no deberían de sorprender con la actual administración cortando el bacalao. Hablemos del anti-productivo "plan de estímulo", de subir el salario mínimo, de regulaciones asfixiantes, de crecientes prestaciones por desempleo (engañosamente bautizadas "compensación"), de sumar cifras récord a las listas de invalidez, etc., la presidencia Obama viene siendo desde el principio una máquina de destrucción de puestos de trabajo, como destaqué hace cuatro años y hace dos años y medio. Al tiempo incluso que los heroicos esfuerzos de los activos estadounidenses logran mantener a flote nuestra economía, la tasa de participación en el mercado laboral ha caído en picado.

Lo notable de esta destrucción del empleo totalmente predecible a consecuencia de la reforma Obamacare es la respuesta de la administración. Jason Furman, el secretario del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, intentó presentar la contracción neta proyectada del empleo productivo como un factor positivo. Declaró: "No es que las empresas recorten plantilla, es que la gente tiene opciones nuevas que no tenía antes”. La postura del Equipo Obama parece consistir en que para la sociedad es malo que las empresas reduzcan plantilla frente a un gasto creciente — como si el motivo de la existencia de una empresa fuera "dar trabajo" a alguien en lugar de generar riqueza y atender las necesidades del consumidor — pero es bueno para la sociedad que los particulares reduzcan su jornada laboral y vivan cada vez más de las ayudas públicas. Observe el doble rasero: Si las empresas responden al desincentivo a la contratación en la reforma Obamacare recortando plantilla, es malo (y la agencia tributaria, sin ninguna competencia, interpretará el papel de gran inquisidor y exigirá saber si la reforma sanitaria es el motivo del recorte de la plantilla o la jornada) pero si el particular responde al desincentivo al empleo en la reforma reduciendo su jornada para tener derecho a solicitar subvenciones públicas más nutridas, es bueno.

Aludiendo a la cifra récord de estadounidenses que no trabajan (más de 100 millones), el portavoz de la Casa Blanca James Carney elogiaba esta pérdida de la producción económica como un avance fabuloso. O, en otras palabras, "un hito en el camino hacia la desintoxicación final total de la adicción al trabajo por parte del trabajador estadounidense", citando a los economistas conservadores Lewis K. Uhler y Peter Ferrara. Esta visión utópica de un mundo en el que no hay que trabajar se aproxima incómodamente a la demencia económica del colectivo Occupy Wall Street.

En su concentración del Día del Trabajo de 2012 en Chicago, los integrantes de Occupy Wall Street portaron pancartas destacadas que rezaban: "Si hay que trabajar, ¿es una elección? Si no hay más opción, ¿se es libre?”.

Sintiéndolo mucho, no nacemos con una fuente vitalicia de sustento al lado, y por eso no somos libres de la necesidad de producir lo que consumamos — es decir, de trabajar. Los que lamentan no ser libres de la necesidad de trabajar parecen curiosamente despreocupados a tenor de la libertad de sus conciudadanos. Reformulando el lema de la pancarta de Occupy Wall Street: Si usted no quiere trabajar pero espera que su vecino le financie, ¿puede ser libre su vecino?.

El deseo de facilitar que la gente no trabaje y viva a costa del contribuyente por parte de esta administración carece de sentido económico. Contrae el volumen de riqueza que se produce e impide que la gente ascienda la escalera del progreso económico individual. A nivel político, sin embargo, tiene mucho sentido para Obama y sus aliados progres. Al incrementar permanentemente la cifra de ciudadanos dependientes económicamente del mecanismo político, Obama se acerca mucho más a lograr el Efecto Curley y blindar una mayoría Democrática permanente sobre un sector productivo cada vez más contraído. De llegar a suceder, la guerra a los productores, y por tanto a la riqueza, escalará, dando lugar a una América más pobre. Cuanto más se prolongue la guerra del Equipo Obama al empleo, más demolerán la producción de la riqueza de la que depende nuestro estándar de vida.

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