Hace poco escuchaba la historia de un hombre que iba a comer a un restaurante,
y nada más entrar, le llamó la atención la gran amabilidad con la que le atendió
el camarero. Poco después, se dio cuenta de que el resto de camareros del local
eran como mínimo igual de amables y agradables que su camarero, algo que aún le
sorprendió más.
Al terminar de comer, se acercó a la barra para hablar con el dueño
del negocio, y tras felicitarlo sintió la necesidad de hacerle una pregunta: “¿Cómo
haces para lograr que tus camareros sean tan amables y atentos? Ya que me resulta
difícil encontrar un camarero así, pero que todos tengan esta actitud me parece
admirable.” El dueño sonrió, y le dijo: “Es muy sencillo, yo no contrato camareros, yo
contrato a gente amable, y luego le enseño a servir mesas”.
Esta historia creo que refleja perfectamente una tendencia que cada vez parece más
evidente, y es que las empresas (y también las personas) elegimos a quién nos va a
acompañar en nuestro día a día por su actitud. Y esto no quiere decir que sea lo único
importante, ya que requisitos como el conocimiento y las habilidades son necesarios,
pero no suficientes, y en definitiva, la diferencia que marca la diferencia es la actitud.
¿Y por qué sucede esto? Pues porque en un entorno en el que los productos y
precios son cada vez más parecidos, donde hay una masificación de profesionales y
empresas, la actitud de las personas es lo que marca la diferencia. Y es tan sencillo
que hay personas con las que te apetece estar y otras que por el contrario tu propio
cuerpo te manda señales de que no te apetece estar con ellas.
Claro está, el concepto de actitud es muy amplio, por lo que yo destacaría cuatro
características que son cada vez más valoradas y demandadas.
Si quieres conocerlas te
invito a que entres aquí.
Como pista, y para que te sirva a modo de aperitivo, te dejo esta frase de cierre:
“Tal vez no pueda cambiar el mundo, pero actúo para cambiar mi mundo”
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