El pasado sábado 31 de mayo llovía en buena parte del Levante español; así que muchos decidimos quedarnos en casa y repasar concienzudamente cuanto los medios de comunicación nos ofrecían, leyendo aquí y allá mientras el cielo se desangraba lentamente al otro lado de los cristales como los bolsillos de nuestros ciudadanos.
Precisamente mientras me zambullía de lleno en el maremagno de opiniones que recoge este mismo periódico, di de bruces con lo que me pareció la peor de las defensas a un sistema político, social y económico caduco, y todo un atropello a la razón misma del ser humano. Aunque, para ser completamente franco, debo decir que el choque fue, en realidad, en dos golpes.
Exponía un respetable profesional de los medios y la lengua, que a la nueva sensación política que ha sido el partido Podemos “lo va a hacer grande el miedo: el miedo de los votantes al capitalismo salvaje que nos hará retroceder a finales del siglo XIX”. Y continuaba blandiendo razones, todas ellas relacionadas con el terror, por las que el grupo de Pablo Iglesias se hará grande y fuerte.
Bien, no dudo de que, efectivamente, Podemos tiene muchas posibilidades de seguir creciendo y darle incluso un vuelco al panorama político que conocemos. Sin embargo, no será el miedo de los votantes, y mucho menos a ese capitalismo salvaje del que hablaba Morales Lomas, lo que haga grande al partido: lo harán la indignación, la envidia, y la ignorancia de muchos de los que defienden posturas cercanas a la “nueva izquierda”, como ya empiezan a llamar muchos a la formación política.
Digo que será la indignación porque los ciudadanos, desesperados como están por la situación económica, se indignan al ver que los grandes partidos se han dedicado a crear un sistema que recuerda horrorosamente al turnismo decimonónico en el que el dinero público se halla, en la mayoría de las ocasiones, en manos de corruptos y sinvergüenzas; se indignan porque con esta nueva versión del período Cánovas-Sagasta, los partidos han concentrado antes sus esfuerzos en la permanencia en el poder que en la construcción y mejora de España.
Digo que será la envidia porque, si algo ha caracterizado alguna vez a los grupos de izquierda y a quienes defienden políticas basadas en el reparto de la riqueza y la expropiación de bienes, ha sido la más letal y pérfida de las envidias. Una envidia vil que nace del sentimiento de incapacidad ante el mundo y de deseo de poseer cuanto uno no ha logrado, aunque sea a costa de quienes se han dejado la piel o el talento en la empresa de su vida. Y entre los intelectuales está más desarrollado aún este bajo sentimiento, pues les resulta más difícil hacer negocio con sus habilidades en el mundo libre.
Digo que será la ignorancia porque, ya cegados por la desesperación, por la envidia, o por el odio, quienes apoyan estas políticas y a los grupos que las llevan a cabo no atienden a razones ni son capaces de liberarse de ciertos dogmas caprichosamente basados en conspiraciones. Pero además porque estos movimientos se nutren, generalmente, de una amplia base de individuos que sólo saben repetir consignas, sin que otros datos hayan penetrado esa oscura nube que parece interponerse entre el mundo, ya sea el real o el de cuanta literatura existe sobre tal mundo, y el núcleo mental del que emana en continua retroalimentación el raciocinio sosegado que dan la consciencia, la conciencia, y el no ser gentes de un solo libro.
Mas con todo, aún es necesario un catalizador para estos tres elementos, y Pablo Iglesias lo ha encontrado –aunque ni de lejos ha sido el primero en emplearlo– en el discurso visceral que, aunque aparentemente tranquilo, va envenado contra quienes se oponen a él en perjuicio de toda la sociedad. Un discurso basado también en la calumnia y en la distorsión de la realidad. Un discurso negacionista por sistema, radical y totalmente falto de coherencia.
Y termino mi reflexión recordando a cuantos piensan que la situación que vivimos es fruto de un “capitalismo salvaje” –otra falacia más, repetida hasta la saciedad por quienes aúnan en sí los “dones” que arriba enumero–, que los gobiernos son cada vez más intervencionistas, especialmente los socialistas y comunistas. Les recuerdo también qué el FMI contra el que tanto cargan, es un organismo de control de los mercados y, por ende, a todas luces opuesto al verdadero capitalismo, ese capitalismo salvaje que tanto parece aterrar sin que nadie haya visto su verdadera cara. Y les recuerdo también que incluso la Unión Europea toma cada vez más medidas reguladoras de la economía, lo que es radicalmente opuesto a la libertad económica que propugna el capitalismo.
Los ciudadanos no lo saben, porque los grandes partidos se han encargado de maquillar la realidad, pero lo que temen, y con razón, es al intervencionismo y a las políticas que Podemos y sus afines están sabiendo defender tan bien.
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