Hay un pasaje de la liturgia de las fiestas judías recitado en Rosh Hashaná o año nuevo judío y Yom Kippur o Jornada de Perdón que causa estupefacción, al representar a Dios presidiendo el juicio de la humanidad y repasando las obras de cada uno y decidiendo quién vivirá y quién morirá.
Siniestramente, la antigua plegaria enumera las formas en que puede acabar una vida. "Quién por las aguas y quién por las llamas; quién por la espada y quién por las fieras salvajes; quién de hambre y quién de sed: quién por el terremoto y quién por la enfermedad…"
Kurdos acarrean las escasas pertenencias que les restan tras cruzar el paso fronterizo entre Siria y Turquía, cerca del municipio de Suruc, al sureste, el 20 de septiembre de 2014.
Entonces se produce un cambio. Se decide algo más: "Quién descansará y quién deambulará".
La yuxtaposición parece incongruente. ¿Los condenados a "deambular" durante el año siguiente — exiliados, desplazados, obligados a huir — pueden equipararse a los que encontrarán la muerte por la espada o la enfermedad? Los evacuados o los expulsados, después de todo, siempre podrán iniciar vidas nuevas en otro lado. Los muertos no.
Por supuesto, es cierto que muchos refugiados empiezan con éxito de cero, y los rabinos de la antigüedad que compusieron esta plenaria habrían sido los últimos en negar que donde hay vida hay esperanza. Pero como los judíos desde tiempos inmemoriales, ellos eran totalmente conscientes de lo tremendo del destino de los refugiados y los desposeídos.
El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas comunicó en junio que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la cifra de refugiados en todo el mundo supera los 50 millones. "Somos testigo de un gran salto en el número de desplazados del mundo", dice António Guterres, que dirige la instancia de la ONU para los refugiados. "No hay respuesta humanitaria capaz de resolver los problemas de tanta gente".
Esta ola de sufrimiento y catástrofe no da señales de haber retrocedido. Sólo durante la pasada semana, más de 150.000 refugiados kurdos procedentes de Siria han huido a Turquía, que ya acusaba la entrada de 1,5 millones de refugiados desplazados por la guerra civil siria. Otros tantos sirios al menos han entrado en masa al Líbano y Jordania.
"La guerra en Siria es lo que ilustra de manera más dramática lo rápido que el destino de un país puede dar un vuelco a causa de la guerra civil", observa el New York Times. "En 2008 fue el segundo país del mundo en acogida de refugiados. Hacia 2013, era el segundo país productor de refugiados del mundo". Pero aun así los sirios constituyen solamente una fracción de quienes se exilian por desesperación, de los que buscan asilo o los desahuciados del planeta. Millones más se han visto expulsados de sus hogares en Afganistán, Somalia y Burma, entre otros lugares — por el miedo, la violencia, el hambre, las persecuciones o las catástrofes naturales.
La tesitura de ciertos colectivos de refugiados - balseros vietnamitas, inmigrantes sudaneses de Darfur, víctimas de la violencia étnica en Bosnia, cubanos que escapan de la tiranía comunista - tocará puntualmente la fibra sensible de las sociedades lo bastante afortunadas para ser bendecidas con la estabilidad nacional y la prosperidad. Mucho más comúnmente, serán motivo de indignación o serán despreciados o ignorados.
O cosas peores: El pasado viernes Australia firmaba un acuerdo que transfiere a Camboya a quienes soliciten asilo, en lugar de concederles asilo en suelo australiano. Cuando a principios de este año una ola de inmigrantes menores de edad cruzó a Texas huyendo de los países de América Central castigados por la violencia, muchos estadounidenses de todas las franjas del espectro político exigieron que fueran repatriados.
Como la guerra, los flujos de refugiados han formado parte de la condición humana desde los albores de la historia. Y si un colectivo ha conocido de primera mano las angustias de ser obligados a "deambular" son los judíos, cuya historia rebosa destierros y exilios.
Los judíos conocen de primera mano la dolorosa experiencia de lo que significa sufrir exilios y dispersiones. Arriba, judíos iraquíes desplazados llegan a Israel en 1951.
En la Edad Media, los judíos fueron expulsados a gran escala de Inglaterra, Francia, España y Austria; en el siglo XX fueron desalojados por la opresión y los pogromos de Egipto, Irak, Libia y Siria. Cuando en su informe del año 2012 el Pew Research Center analizó la distribución confesional de los inmigrantes del mundo, descubrió que uno de cada cuatro judíos reside hoy en un país que no es su país de origen — porcentaje muy superior a los de todos los demás grupos religiosos. No todos los que emigraron huían del miedo o del peligro. Pero el pueblo judío sabe de primera mano que la larga y dolorosa experiencia del "Quién descansará y quién deambulará" puede marcar un sino igual de crucial que la vida o la muerte.
En los últimos párrafos de Historia de los judíos, el historiador Paul Johnson escribe: "Los judíos eran el emblema de la humanidad vulnerable y desahuciada. ¿Pero no es la tierra entera más que una escala temporal?"
Esa lección no podría ser más urgente. Cada minuto, ocho personas más pasan a ser refugiados, dejando todo atrás para escapar de la guerra, las persecuciones o el terror. Nadie puede aliviar todo el sufrimiento que representa esa terrible estadística. Pero desde luego cada uno de nosotros podemos aliviar un poco de ella.
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