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Etiquetas | CAza | Accidentes | Negligencia

Caza, negligencia y carcajadas

No llamemos accidentes a los muertos humanos de la caza. No lo son
Julio Ortega Fraile
lunes, 6 de abril de 2020, 13:42 h (CET)

Estos fotogramas pertenecen a un vídeo rodado durante una montería. El cazador que se está más alejado observa que un jabalí cruza y dispara. Falla el tiro, el proyectil da contra el suelo y sale rebotado hacia los puestos donde se encuentran otros escopeteros pasándoles al lado. En la grabación se puede escuchar cómo silba junto a ellos, pero al final todavía se oye algo más aterrador: carcajadas.

Cada año mueren docenas de humanos y cientos de ellos resultan con heridas de distinta gravedad como consecuencia de los llamados “accidentes cinegéticos”. Contemplando las imágenes de un hecho del queen esta ocasión hay constancia gráfica y sabiendo que muchas, muchísimas veces más ocurre sin que existan pruebas excepto cuando ya lo son en forma de cadáveres, no queda otra que preguntarse si esos muertos o heridos deberían dejar de calificarse como accidentales para pasar a denominarlos la consecuencia pronosticable de armas en manos de personas que carecen de las capacidades cognitivas y físicas para empuñarlas, pero que van sobradas de ansia de llegar al bar con la bandeja de su pick up lo más cargada posible de cuerpos ensangrentados de animales inocentes para celebrar lo bien que se ha dado la mañana.

Los protagonistas de este vídeo siguen vivos a día de hoy. Esta vez el azar quiso que por fortuna ninguno de ellos ni tampoco el jabalí acabasen con una bala alojada en su interior, sin embargo siguen poseyendo rifles y conservando la naturaleza que les llevará a continuar saliendo a cazar, a hacerlo de ese modo tan temerario y a reírse después. Puede que en la próxima montería y en el próximo camino la jornada finalice con un furgón judicial abriendo su portón para meter dentro a un muerto.

Esa vez no habrá risas, pero lo volverán a llamar accidente fortuito y no, no lo habrá sido. La imprudencia, la negligencia y el déficit de aptitudes para utilizar armas mezclado con la prisa por apretar el gatillo no son patas para la casualidad sino el prólogo para lo previsible.

¿A qué estamos esperando para prohibir la caza, una actividad que no deja de generar sufrimiento y muerte en tantas especies, incluida la nuestra? Y mientras eso ocurre (que debería ser ya) ¿cuántas autopsias más hacen falta para que las pruebas psicotécnicas y médicas de los cazadores sean exámenes exhaustivos y no una suerte de trámite comercial que si no lo superas puedes repetirlo las veces que sea necesario? ¿O para que esos “accidentes” de caza se enjuicien en cualquier circunstancia por la vía penal?

La caza mata y son muertes injustificables, absurdas y evitables. Todas las que genera. Médicos que dais por aptos a los cazadores para portar armas, magistrados que juzgáis y políticos que legisláis, tened algo muy presente, porque ignorarlo detendrá la reflexión que os lleve a la ejemplaridad, pero no cortará las hemorragias que conducen a muertes que pudisteis impedir: al final del vídeo se escuchan carcajadas. Carcajadas, recordadlo. ¡Carcajadas!

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Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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