De forma constante en los medios de comunicación mundiales se informa de nuevos ataques de misiles y bombas realizados por la fuerza aérea de los Estados Unidos y sus aliados, contra las posiciones de los militantes del Estado Islámico de Irak y el Levante (EI). Hoy ya es posible hacer un balance de las nuevas operaciones militares de Washington en la región, así como predecir los posibles escenarios de su evolución. La aviación de los países europeos ha bombardeado varios objetivos del movimiento yihadista, sin embargo, aseverar que se ha alcanzado un punto de inflexión, favorable a occidente en la lucha contra el EI, hasta el momento, es imposible. Sus pérdidas en combatientes y tecnología son insignificantes, sin embargo hay bajas entre los pacíficos habitantes en los asentamientos sirios e iraquíes. Teniendo en cuenta que la propuesta del Califato islámico es apoyada por millones de árabes sunníes en Irak y Siria y que en otros países árabes cuenta con cientos de miles de fanáticos, bien entrenados y dotados de armas sofisticadas, hace poco creíble, la aspiración de un triunfo a corto plazo contra ellos. La realidad descrita es incluso reconocida por los propios estrategas militares estadounidenses, al punto que las predicciones más optimistas admiten que el bombardeo a los bastiones del EI puede extiendan durante varios años.
Los planes para la realización de operaciones terrestres en Irak y Siria en Washington, aun no se definen y enfrenta posiciones en la cúpula dirigente del gobierno de los Estados Unidos, al punto que ha provocado la renuncia forzada del Secretario de Defensa, Chuck Hagel. La experiencia negativa de la intervención militar occidental en Afganistán e Irak, con prácticamente nulos resultados, opera como elemento disuasorio contra sus nuevas aventuras en la región. Pareciera que en la Casa Blanca todavía no se comprende el alcance de lo que realmente sucede allí, por lo que no se acierta a calcular las amenazas reales que para la seguridad regional e internacional, implican la proclamación de un Califato Islámico.
En un discurso reciente en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Barack Obama hizo énfasis en que el enfrentamiento entre sunitas y chiitas constituyen uno de los factores más desestabilizadores de la situación mesoriental. Pero de forma intencional también guardo silencio ante el hecho, de que la sangrienta guerra religiosa que allí se libra, es conscientemente atizada por sus aliadas, las monarquías petrolero-religiosas del Golfo Arábigo-Pérsico.
Prueba de lo anterior, es su denodado esfuerzo por derrocar a cualquier costo al odiado régimen de Bashar Al-Assad en Siria, lo que deliberadamente ha hecho que Washington se haga de la vista gorda, ante la aparición de nuevos grupos suníes radicales, ramas de Al-Qaida, al cual se vincula también el EI. Incluso la captura en su momento por parte de militantes yihadistas, de ocho provincias noroeste de Irak, al igual que de importantes instalaciones estratégicas, no fue suficiente como para que los Estados Unidos rápidamente intensificaran la lucha contra los radicales islámicos; todo porque los estrategas de la Casa Blanca y del Pentágono aún no pierden las esperanzas de reorientar ese nuevo monstruo terrorista contra Damasco. Solo la acción contestataria de los propios ciudadanos estadounidenses y occidentales respecto al problema, fue lo que obligo a Obama a responder, justificándose ante los ojos de sus electores. Sin embargo, como casi todas las respuestas de la administración estadounidense contra el EI, como era de esperarse, pecan de rozar con la propaganda, fragmentaria e inconsistente. La situación evidencia cada vez más, que para que la lucha contra el EI obtenga el éxito deseado, se debe como mínimo crear un frente internacional unificado contra bajo los auspicios del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En segundo lugar, es imperativo privar el Califato islámico del apoyo de amplios sectores de la población de Irak, a través del diálogo con los jefes tribales sunitas, con sus líderes religiosos, además de fortalecer los órganos centrales de las autoridades legislativas y ejecutivas de los árabes sunitas iraquíes, sumado a la aprobación de una amplia amnistía para los miembros del antiguo partido BASS, al tiempo que se debe autorizar la vuelta de los refugiados políticos e inmigrantes forzados y concitar el apoyo de los partidarios de Saddam Hussein y los grupos político-militares que operan como fuerzas antigubernamentales. Inclusive es necesario también contribuir a la creación del organismo de coordinación entre el gobierno y las fuerzas de la oposición moderada en Siria para combatir la EI y a grupos similares. No hay que descartar la posibilidad de que la lucha de los árabes sunitas, kurdos y alauitas árabes en este país contra un enemigo común, se pueda transformar en una base para poner fin a la guerra civil. Una tarea adicional, la constituye el requisito de privar de asistencia financiera al EI, del suministro de armas y de que pueda reclutar nuevos yihadistas en todo el mundo. Identificar y bloquear sus cuentas, los fondos de sus patrocinadores en los Estados del Golfo y prohibir la compra de petróleo, gas, caras piezas de museos, que ayudan al financiamiento de los terroristas. Sin embargo, pareciera que lo que es obvio para la comunidad de expertos internacionales, claramente no encaja en la estrategia de los Estados Unidos y sus aliados en la región, habida cuenta que ello choca contra sus intereses nacionales. Partiendo de dicha incontrastable realidad, podemos suponer que Washington, bajo cualquier pretexto, no irá a la cooperación con Siria, Irán y Rusia en la lucha contra el EI. Como resultado de ello, la situación podría conducir a la ruptura final de Irak y Siria en varios pequeños enclaves, en los que el dominio por muchos años del caos y la violencia impere, emulando lo que hoy día transcurre, en la actual Somalia.
Por Euclides E. Tapia C. Profesor Titular de Relaciones Internacionales de la Universidad de Panamá
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