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La insistencia del daño

La insistencia del daño Fernando Valverde Colección Visor de Poesía, Madrid, 2014
José Sarria
lunes, 1 de diciembre de 2014, 09:02 h (CET)
La insistencia del daño, del joven granadino Fernando Valverde es un poemario que surca las aguas confusas de poesía española contemporánea, en donde toda la cacharrería posmoderna ha desembarcado con una retahíla de planteamientos líricos desorientados: nuevo simbolismo, escritura del desconcierto, poesía limítrofe, poesía-palimpsesto o poesía del fragmento. Sin duda, una poesía desolada, como certeramente la identificó el crítico Rafael Morales Barba. Pero Valverde nos devuelve la esperanza: no todo está perdido.

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Fernando Valverde rastrea en las huellas de la “poesía impura” que testimoniara Pablo Neruda, desde la revista Caballo verde para la poesía, cuya estela recogerán Celaya, Blas de Otero, José Hierro, Félix Grande o Jorge Riechman. La opción del poeta granadino es la decidida apuesta por utilizar la poesía como reivindicación del compromiso: compromiso con la palabra y con la vida, que debe incluir siempre a los otros y que no significa instrumentalización ni militancia, sino vinculación y resistencia, por lo que no resulta extraña su inclusión en la controvertida antología “Poesía ante la incertidumbre”.

Valverde nos avisa, desde el principio, con este magnífico alejandrino: “Podéis mirar el mundo a través de mi llanto”, del poema Playa de San Cristóbal, que la suya es una poesía que va asumir el uso de la palabra como obligación social bajo los irrenunciables principios de compromiso y comportamiento ético. Es el propio autor quien ha manifestado en una reciente entrevista que con este texto “he querido abandonar la indiferencia en la que nos hemos instalado para tratar de explicarme nuestra complicidad con el sufrimiento y la injusticia”.

El poeta ha elegido levantar un estandarte contra el olvido, contra la conformidad (“Ahora que puedo ver tu soledad / comprendo el equilibrio de las piedras”, del poema Llanto de difuntos), una insurrección contra la dejación y la amnesia social (“Ya no se espera a Dios en este continente”, del poema El terremoto), para rescatar a los débiles, a los afectados, a los frágiles (“Es todo tan inmenso que no cabe el llanto / y el dolor nos observa desde fuera”, del poema El daño), que se hacen presentes en cada una de sus propuestas líricas, entroncando con la tradición de la poesía de lo cotidiano de Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Huidobro, Nicanor Parra o Ernesto Cardenal.

Valverde utiliza un lenguaje asequible, de tono civil, inmediato y comunicativo, alejado de la sacralización contemporánea del quehacer poético, en la línea del poeta italiano Paolo Ruffilli, quien escribió: “He aquí mi sueño de escritor: quitar peso, el mayor posible, a mi escritura”. Así es la poesía de Valverde en quien claridad o utilidad no vienen a significar menoscabo de un intenso proceso reflexivo, ya que su lírica revela “muchas horas gastadas en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo”, al decir machadiano. En cuanto a lo formal, el texto se complementa con una con gran precisión métrica, tallado bajo el soporte de brillantes alejandrinos, endecasílabos y heptasílabos, de excepcional dimensión formal, que confieren a los versos un ritmo armónico y equilibrado.

En La insistencia del daño los poemas van mucho más allá del inmediato concepto o de la mera crónica cotidiana; los personajes y su contexto han dejado de ser lo que representan para reunirse en el espacio que delimitan los extramuros del poeta y experimentar en ese lugar la trascendencia de la palabra. Así es, pues el libro posee un alcance meditativo, sugerente y de interiorización de excelente factura, en un poemario que va desgranando la evolución del desarraigo (“todos los mapas buscan un regreso”, del poema Bogotá), del dolor que existe en la intemperie (“los tristes nunca llenan de luz las estaciones”, del poema Levizzano), desde donde el poeta construye una declaración doliente del desamparo, del abatimiento y de la consternación, sustentada bajo el poder vivificador de la palabra, en donde se concita una armónica miscelánea de vivencias personales (como el espléndido poema dedicado a la recién nacida Celia que cierra con estos versos: “no conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río”), de imágenes de lejanos lugares (Chiapas, la Plaza Sintagma de Atenas, la ciudades de Agra, Puebla o Kutná Hora) y de algunos recorridos por la historia reciente, su propia intrahistoria o de personajes mitificados (como los poemas dedicados a la novelista Ana Brontë, al poeta bosnio Izet Sarajlic o el relativo al lavadero del Hospital de Malta, en Vallagrande, donde fue colocado el cadáver del Ché).

Dividido en cuatro apartados (Cruces y sombras, El viaje del mundo, La tristeza en los mapas y La luz no llegará viva a mañana) que interactúan de forma precisa con el presente y con los acontecimientos más inmediatos, La insistencia del daño es un libro que opta por ser testimonio vivo, amargo y sufriente del dolor del hombre enajenado por una sociedad abusiva y, a veces, arbitraria, por lo que descubrir este hermoso texto es allanarse, desde la arquitectura de un poemario muy bien conformado, a la sensación doliente de quien ha emprendido una aventura: la de la búsqueda humana, bajo la fantástica influencia visionaria que proporciona la hermosa iconografía que se sustenta en la cosmogonía de los lugares, de los personajes y de las experiencias que se esconden tras sus versos y que sirven como testera de un conjunto de poemas que nos revelarán el sendero de la caída, del derrumbamiento, del fracaso, para hacer de todo ello testimonio vivificante de un poeta que ha decidido no permanecer ajeno o indiferente ante la injusticia o frente al sufrimiento humano.

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