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​Pensando en la pos-pandemia

Reconstruir la economía y levantar España
Francisco Rodríguez
martes, 5 de mayo de 2020, 09:03 h (CET)

Ha bastado un virus llegado de China para destruir nuestras orgullosas seguridades. Nuestra economía parece que se irá al garete tras el confinamiento a que estamos sometidos. Habrá que reconstruir nuestra economía.

Pero hablar de reconstruir es hablar de construcciones se pueden levantar sobre roca firma o sobre arena. Podemos construir una España sobre la roca firme de la verdad, del amor a nuestra tierra desde el Cantábrico al Mediterráneo, de la colaboración y el compromiso. Lo malo es que intentemos reconstruir nuestro país sobre las arenas movedizas del rencor, del ansia de poder, utilizando materiales de desecho como las ideas colectivistas que tanto dolor y miseria han traído al mundo o las ideas del gran capital que siempre juega a ganar y el que venga detrás que se fastidie.

Tampoco se puede reconstruir el país aumentando el número de gobernantes y controles pues se hundiría con estrépito o tristeza. La roca firme es el respeto radical a los derechos y libertades de cada persona, anteponer el bien común a todo interés particular o bastardo.

La argamasa que puede mantenernos unidos es la verdad radical no los bulos ni la propaganda pagada con nuestros impuestos a los medios de comunicación para que nos adoctrinen, nos engañen, nos entretengan con sandeces y frivolidades. ¡Por favor, no se conecten a las tertulias de sabihondos! Tampoco a las que alardean de impudicia y lascivia.

Nuestra maltrecha democracia puede funcionar sin alarmas alarmantes si consigue una conexión fluida con los ciudadanos.

Los presupuestos tienen que ser claros y diáfanos, como los de cualquier comunidad de vecinos. Tanto se ha cobrado y a quienes, tanto se ha gastado para tales y tales necesidades, pero clarito, que lo entiendan todos y si hay gastos que no debían haberse realizado, pues solo han servido para comprar voluntades o montar chiringuitos, que podamos hacérselo saber a los que dicen gobernarnos.

La economía no debe ser algo esotérico, lleno de porcentajes y siglas, sino totalmente entendible para el ciudadano que quiera informarse seriamente.

Pero la forma en que los ciudadanos debemos expresarnos antes lo gobernantes no pueden ser encuestas “cocinadas por el actual CIS” sobre confusas muestras de población que dan siempre un resultado favorable al gobierno.

Otra cuestión es la electoral pues por mucha rapidez que los medios modernos puedan imprimir al recuento de votos los resultados de las últimas elecciones me dejaron un regusto añejo de “pucherazo”. No solo hacen falta interventores en las mesas electorales sino en el proceso mismo de totalización de los resultados.

La pandemia ha sido una desgracia pero también una oportunidad, no para una alarmante actuación política continuada, como algunos sueñan, sino para un replanteamiento global de nuestro aquí y ahora, sin aplausos ni cacerolas, con mesura, con buena conciencia, con positividad.

Que este tiempo que comenzó desenterrando innecesariamente a un muerto y después enterrando a una multitud no se nos olvide nunca y nos ayude a obrar en consecuencia.

No dejemos de recordar la parábola de Jesús sobre los dos hombres que se pusieron a edificar su casa y uno lo hizo sobre arena y otro sobre roca, sabiendo que la roca eterna es el mismo Jesús, al que olvidamos a menudo.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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