El camión de la basura se ha adelantado hoy y me ha pillado con el paso cambiando. No he podido salir a tiempo al balcón. No a aplaudir, que eso ya no es tendencia desde que abrieron la veda a los paseos, sino a ver la escrupulosa coordinación de sus operarios. Es admirable, en escasos segundos son capaces de saltar del camión en marcha, acercar el contenedor a la trasera del vehículo y dejar que este engulla los 300 o 400 kilos de residuos orgánicos que esperaban su destino. Después, con agilidad circense, brincan y vuelven a su pequeño espacio en la plataforma lateral del camión. Silencio de nuevo en la calle cuando se alejan y el rugido de la aceleración y el roce de las ruedas en el asfalto se disuelven en la noche.
El toque de queda de la fase 1 ya sonó hace rato y dos amigos regresan juntos a sus casas, callados y a una distancia prudencial. La noche de mayo es tan tranquila y muda que parece un antiguo camposanto abandonado. De súbito, resuena una voz desde una ventana en algún edificio fuera del campo visual. Increpa a los muchachos.
– ¡Eh! !Irresponsables! ¡Ya pasó la hora del paseo, marchaos a casa! Por culpa de gente como vosotros no pasaremos a la fase 2. ¡Y encima vais sin mascarilla! ¡Os tendría n que denunciar! ¡Sinvergüenzas!
Reconozco la voz de la mujer. Es una vecina que está todo el día en la calle, a cualquier hora, entrando y saliendo de las tiendas sin comprar nada y pasando ratos eternos charlando con todo el mundo sin importar la distancia. Y nadie le recrimina nada.
Los dos chicos no responden. Aceleran el paso y con la cabeza gacha pasan justo por debajo de mi balcón. El que parece de mayor edad sostiene una urna cineraria entre sus manos. El otro, casi un niño, camina a su lado dejando escapar de sus labios un ligero sollozo apenas audible.
|