La historia de esta novela contada con sencillez agradable, muestra al lector la maestría de la autora Jane Smiley. Nos descubre con su lectura las entidades convencionales familiares y las consecuencias problemáticas que se suceden en las historias de amor.
¡Ya está aquí! El fútbol, el balompié. La masa toma vida! Orwell retrocede al farolillo de cola. Y yo recuerdo aquella desternillante frase del ministro Solís, la sonrisa del Régimen, nacido en la rica ciudad de Cabra. ”Más deporte y menos latín” Pese a la censura la respuesta fue genial, multitudinaria: “Señor ministro, gracias al latín usted se denomina egabrense y no cabrón”
Hago un alto en el camino de mis crónicas semanales sobre la novela negra para el verano. Pongo mi atención en una historia de amor y desamor. Cuando este último llama a la puerta para que entre la rutina de los días tras días y broten las más diversas situaciones cogidas del brazo de aburrimiento. Se trata de una historia delicada, fina y elegante en las que salen las interioridades de la familia, los hijos, las separaciones. El recuadro lo protagoniza un matrimonio y sus cinco hijos. Una familia burguesa sin problemas económicos. La ha editado Sexto piso con el cuidado y la elegancia que le caracteriza.
Cuando llega el verano y el tiempo de las vacaciones, muchas parejas al estar juntos las veinticuatro horas les provoca una cierta inquietud. La falta de costumbre de vivir esa situación suele llegar a un cierto cansancio. Incluso puede llegar a las separaciones por motivo de reconocerse distintos. Ahora, con esto de la pandemia y la imperiosa y obligada de clausura, según los estudios que se vienen realizando, esta convivencia permanente viene provocando serios desajustes, roces, discusiones, peleas. Y lo que es peor, el maltrato a esos menores inocentes que sufren con las limitaciones de sus padres
La historia de esta novela contada con sencillez agradable, muestra al lector la maestría de la autora Jane Smiley. Nos descubre con su lectura las entidades convencionales familiares y las consecuencias problemáticas que se suceden en las historias de amor. Recorre con su memoria los veinte años separados. Era una “familia idílica en apariencia”. Cuando el marido, profesional de la medicina como profesor e investigador, de pronto vendió sin avisar la magnífica la casa en que vivían. Llevándose con él los cinco hijos de la familia al extranjero. Ahora la madre se encuentra con los hijos bien criados, dos de ellos gemelos. Han trascurrido veinte años de aquel encuentro en un fin de semana. Hellen y los gemelos muy dispares, ya adultos. Cada uno de ellos sumido en su particular crisis personal, se han reunido en la casa materna. Desde aquella separación traumática a los Kinsella no se les dan bien las despedidas. Aunque tampoco las reuniones. En la que no es de extrañar que una conversación casual en el porche después de cenar, derive en una confesión sobre los acontecimientos que propiciaron aquella ruptura. Lo que sin duda ella no espera es que sus hijos tengan también algo que contarle… En Un amor cualquiera -traducción de Francisco González López-, Jane Smiley retoma el universo de las relaciones familiares. Centrándose esta vez en el miedo que sentimos a herir de forma irreparable, con nuestras decisiones más íntimas, a aquellos a quienes más amamos. Es una narración que se despliega como una sucesión de revelaciones emocionales, que Rachel va desgranando a lo largo de un fin de semana. Smiley nos muestra las formas en que se desarrollan los amores comunes y corrientes, de una clase concreta que es la suya. Aquellos que viven todos los días, y con exactitud, paciencia y ternura desmontan el mito de la familia perfecta. De unos seres humanos que cambian con el tiempo las vivencias de lo idílicamente perfecto. Una historia tan amarga cono dulce y contradictoria.
Smiley nació en Los Ángeles (California) y fue criada en Webster Groves, un suburbio de San Luis (Misuri). Allí, se graduó de la John Burroughs School. Posteriormente obtuvo un Bachelor of Arts en la Universidad de Vassar y una maestría y un doctorado de la Universidad de Iowa. Mientras trabajaba en su doctorado, pasó un año estudiando en Islandia como parte del Programa Fulbright.
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