Vivimos cada vez más en la cultura del instante donde todo hay que conseguirlo inmediatamente y donde todo pierde valor en el mismo instante en que se consigue. Hemos acostumbrado a todos, tal vez especialmente a los niños, a quererlo "todo ya" y los mayores nos hemos contagiado de esa "necesidad" en todos los ámbitos. Lo único que importa es el logro presente y el futuro no se contempla.
Hay quien confía en que algún día volverá la reflexión y hasta la filosofía a las aulas, pero cada vez nos vamos alejando más de esa visión de futuro a medio plazo, que es imprescindible para construir sociedades sólidas.
En la política es especialmente relevante esa cultura del instante. Sánchez buscó y selló un pacto de investidura que era imposible de mantener en el tiempo, pero que logro el objetivo de hacerle presidente.
Una vez firmado, ha jugado con Ciudadanos y con Bildu y contra sus socios de investidura, según le convenía en cada momento. El estado de alarma le sirvió para concentrar el poder, eliminar libertades y poner freno a la pandemia. Pero hecho eso, no ha habido ningún plan para la desescalada, como se está demostrando con los rebrotes descontrolados que nos están poniendo al borde de una segunda ola, que sería terrible.
No solo no ha tenido interés en saber cuántos muertos ha habido en realidad, sino que ha descargado sobre las autonomías todas las competencias que les negó durante el estado de alarma y se ha desatendido de todo.
Puso en marcha una Comisión para la Reconstrucción que ha sido un soberano fracaso, entre otras cosas, porque sus socios de investidura le han dejado solo. Y ahora ha logrado dinero europeo para salir de la crisis, pero no está claro que sepa lo que hay que hacer ni que tenga los aliados necesarios para hacerlo. Lo vamos a ver ahora con los Presupuestos.
Pero cada uno de estos movimientos -y todos los que ha venido haciendo el Gobierno- buscan el éxito del instante. Hacer creer que lo que se hace o lo que se consigue resuelve los problemas. Aunque sea mentira. Y cuando falla, echar la culpa al PP o a "las tres derechas", con una de las cuales, por cierto, pacta ahora cada día.
Es evidente que hay una crisis constituyente en España, entre otras cosas porque hay un Gobierno partido en dos con objetivos radicalmente opuestos en temas fundamentales: desde el debate sobre la forma del Estado hasta el papel de la libertad de expresión o la de mercado, pasando por todos los asuntos coyunturales.
Además, ese Gobierno dividido y desunido se apoya en socios que son independentistas, herederos del terrorismo de ETA o simplemente aprovechados de la debilidad gubernamental para sacar réditos que Sánchez paga sin dudar: comisión para el problema catalán, transferencias, traslado de presos de ETA a cárceles vascas, etc.
No podremos afrontar una nueva pandemia, si no se actúa con urgencia, coordinadamente, con el apoyo de los dos grandes partidos y haciendo reformas de calado que exigen amplios consensos. Hay que elegir entre políticas de Estado o medidas que "venden" bien pero que tienen corto recorrido. Hay que reconstruir un modelo de convivencia en el que estén representados la mayor parte de los ciudadanos y no solo la mitad. Un modelo de futuro que garantice la solidez de la democracia. Y eso no se consigue con la cultura del instante sino con proyectos compartidos de futuro. El tiempo juega en contra. La incomunicación debe dejar paso a la negociación.
|