Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresó en 1993 en la especialización Literatura, por la Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en el género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga Orozco” (con prosa poética) en 2002 y el Primer Premio del Concurso Literario “Alberto Luis Ponzo” en el mismo año, organizados ambos por la Universidad de Morón, así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su libro “Curanto” en 1993; Tercer Premio en el Concurso de Poesía “Leopoldo Marechal” organizado por el Museo Saavedra en 2000, mientras que en el género cuento recibió el Primer Premio en el Certamen “Discurso Abierto” en 2005; además, el Segundo Premio en el Cuarto Certamen Literario Programas Médicos en 2006, el Primer Premio de Cuento de la Editorial Torremozas, España, en 2011 y el Segundo Premio del Concurso Victoria Ocampo en 2013.
Coordina talleres de orientación en la escritura y cursos de lectura desde 1987, en forma privada y en instituciones de su ciudad y del conurbano bonaerense. Como profesora de francés enseña y traduce. Poemas y artículos suyos aparecieron, por ejemplo, en el suplemento cultural del periódico porteño “La Razón”, en la revista “Uno Mismo” de la ciudad de Buenos Aires, en el periódico marplatense “La Capital”. Incursionó en la co-coordinación de un Café Literario en 2007: “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto Boco y Rolando Revagliatti.
Fue invitada a participar de la Antología Oral de la Poesía Argentina en 1996; asimismo fue incluida en las antologías “Poetas Argentinos de Hoy” (editada por la Fundación Argentina para la Poesía, con selección de Julio Bepré y Adalberto Polti, 1991), “Por la Senda del Reencuentro Chileno-Argentino” (editada por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del Presente” (Editorial La Luna Que, 2008), “Memorias del Vino – Poemas Elegidos” (en Uruguay, 2007), “Travesías Poéticas – Poetas Argentinos de Hoy” (edición bilingüe español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de Poesía Argentina 18 Poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc. Publicó los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de manzana” (2011); y en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que amo rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993).
Y un día naciste…
Sí, en el barrio de Floresta, cuando los niños jugábamos en la calle. Mi padre era un pequeño industrial que cuando podía zafar de su trabajo se sumergía en la lectura –gran lector el viejo-: tal vez ahí empezó todo para mí como escritora. Mi madre –gran laburante la vieja-, atendiendo sus cuatro hijos y “sacando las papas del fuego” cuando a mi padre los vaivenes financieros le naufragaron su economía. Después vivimos en el barrio de Flores, a una cuadra de la Basílica que frecuentaba la familia Bergoglio, y fue en esa adolescencia que aparecieron los primeros textos literarios; en el colegio secundario destacaba en Literatura, Castellano, en las materias humanísticas e idiomas, pero era pésima en Matemáticas y Física. Amé el idioma francés desde chica y comencé a estudiarlo a los catorce años; la cultura francesa me fascinaba y, ya adulta, completé ocho años de estudios en la Alianza, los últimos vinculados a la civilización y a la literatura (Marcel Proust, Gustave Flaubert, Jacques Prévert…). Me casé muy joven, así que anduve a los tumbos procurando entender de qué se trataba el matrimonio, cuando yo, en realidad, estaba más para seguir estudiando. A mis veinte años nació mi hijo Alejo, y un lustro después mi hija, Lucía (ellos dos y mis cinco nietos son los mejores premios de la vida).
Y un día escribiste.
La literatura parecía no tener cabida en la cotidianeidad de una muchachita judía “bien casada”. A mis veinticinco años comenzó la gran crisis (la lucha ha sido mucha): la literatura estaba esperándome y yo no acudía: no me alcanzaban mis lecturas solitarias ni mis poemas sueltos: algo “allá afuera” precisaba ser explorado por mí. Y ahí me conecté con muy buenos maestros: Mario Morales, Syria Poletti, Santiago Kovadloff, Humberto Costantini. Me orientaron tanto en poesía como en narrativa. A los pocos años ya coordinaba talleres y me involucraba en la vida literaria de Buenos Aires, concurriendo, participando en lecturas públicas y en presentaciones. Continué mis estudios especializándome en literatura francesa. Fui docente en literatura y en idioma francés de alumnos secundarios y, más tarde, los talleres que coordinaba crecieron en número y en diversidad, cuando organicé grupos de taller de escritura y de lectura en cuento y novela, actividad que continúo. Además de los grupos privados, de las correcciones de libros o ensayos de profesionales de diversas disciplinas y de traducciones que realizo, tengo a mi cargo desde hace varios años un taller de lectura y análisis: “Degustando Cuentos”, en un espacio cultural del barrio Villa Urquiza.
No has publicado todavía tu narrativa breve.
No, pero va a suceder este año. Vengo más imbuida con mis cuentos (los que siempre escribí pero sin “atenderlos”). La narradora me sitúa en otro lugar como escritora. La poesía fue una inconsciente necesidad, casi autobiográfica (desde luego, no ignoro que cualquier palabra escrita es ineludiblemente autobiográfica). Concebir historias “ajenas” es una labor más rigurosa: el contacto objetivado con los personajes y argumentos no es lo mismo que el trabajo poético que, en general, proviene de cimbronazos, miedos, desdichas y anhelos de la propia vida del poeta. (Partiendo de “Curanto” yo ya estaba narrando en cada poema.)
¿Y si nos trasmitís las características de tus historias, si la microficción te convoca, si prevés alguna nouvelle…?
Puedo adelantar que el libro de cuentos se titulará “El lento crecer de la marea”, título a su vez de uno de los textos del volumen, el que estará dividido en dos apartados. El primero de ellos reúne historias vinculadas al mar: ese eje temático responde a que el mar es uno de mis paisajes más amados; siempre -desde que era una niña- con mis padres, hermanos, tíos y primos veraneábamos en la costa; luego, adulta -casada y con hijos- y hasta ahora, el mar fue un lugar revisitado. El segundo apartado del libro consta de cuentos urbanos… o suburbanos, pero es nuestra ciudad su escenario. Mis cuentos son, en su mayoría, realistas, y diría que ese modo es el que más me satisface a la hora de escribir y de leer; aunque me rindo ante los “encantamientos” de la literatura fantástica de Cortázar. Con respecto a la microficción, hace poco tiempo -a propósito de un concurso- he escrito unos relatos que no debían superar las 100 palabras, y en el transcurso de mi vida literaria hubo algunos breves o muy breves. Por otro lado, tengo en mente algo más novelístico –algunas páginas comenzadas ya– sobre historias de mujeres y hombres en desdichas y desencuentros amorosos.
No nos vemos, me parece, desde 2008. Nunca te vi bailar, pero recuerdo que habías incorporado la música tanguera a tu vida.
Y persisto: voy a las “milongas” a bailar y ahí –mientras dura el embrujo- soy una Ivette, una Malena, una Margot, una Esthercita, una Madame Ivonne. La tríada francés-literatura-tango me atraviesa. Este poema mío que transcribo, tal vez exprese mejor que yo lo que siento en ese escenario:
TANGO BRUJO
Ese que vive en el suburbio que usa mal los verbos y gasta cursilería en el chamuyo ése que ciñe el talle en la milonga rea en el loco giro desde el alma o en el fangal del dos por cuatro ése… te cabeceó a vos, morocha: la sabia la ilustrada la que dice Macbeth de memoria. Ahora su abrazo apaga la luz de tus páginas urdidas te hace china cruel percanta dulce muchachita perfumada.
Y si después el salón se desnuda de sombras y siluetas… ¿qué importa… qué importa del después?
Y para completarla, Rolando, también estudio canto con una excelente profesional y cantante de tango. Fijate qué curioso: hace poco tiempo intenté "estudiar" con ella un bolero ("Nosotros", precisamente) y si bien no es difícil, me costó interpretarlo, me sentí mucho menos "suelta" que cantando tangos: ese género me es más familiar, me hallo más identificada con él; seguramente esto obedece a que mi padre, que era un amante de Gardel, nos cantaba sus tangos a mis hermanos y a mí...: tuvo mucho peso esa impronta.
Descubro ahora que cuando vos naciste, Alicia, yo vivía en Floresta. Y que después viviste en Flores: yo vivo en Flores, a tres cuadras de la histórica Basílica. Sigamos con nuestra ciudad: seguí vos con nuestra ciudad, vos, que como yo, somos especímenes tan porteños, tan de este puerto, tan tangueros. ¿En qué otros barrios residiste y qué te fue pasando con la Reina del Plata?
Cuando me casé, dejé Flores -el barrio donde pasé mi adolescencia- y me fui a vivir a Villa Crespo; después me alejé de lo urbano y viví con mi familia en Olivos durante 16 años: allí conocí el frescor de los jardines, la quietud de sus calles y amé ese lugar. Pero Buenos Aires “tiraba” y la circunstancia de mi divorcio me trajo otra vez para la urbe: Belgrano, Núñez, fueron los barrios que me vieron andar por esos tiempos; también residí en Bariloche, aproximadamente un año; aunque bello su paisaje por donde se lo mire, nunca llegó a borrar la huella de mi ciudad natal. Hoy vivo muy complacida a media cuadra de la estación Colegiales y, si bien en todos mis libros aparece el aura de la Reina del Plata nombrando sus lugares, su río, sus noches, sus tangos, “Pulmón de Manzana” -el más reciente- tiene a éste, mi barrio, como centralidad poética.
El 20 de junio de 2007, en el segmento “La Canción de Rolando”, dentro de nuestro “Mirá Lo Que Quedó”, recitamos algunos poemas de “Palabras” de Jacques Prévert (1900-1977): vos, Alicia, en francés, y yo, tus versiones al castellano. ¿A qué otros autores has traducido? Y hasta donde me consta, has traducido al francés poemas de los argentinos Gustavo Tisocco y Juan García Gayo.
A los que nombraste, agrego la traducción al francés del libro “La cacería”, del poeta santafesino César Bisso, un poema del libro “Filamentos” de Alfredo Palacio, y mis propios poemas de “Pulmón de Manzana” incluidos en la antología “Travesías Poéticas”.
Aunque el tiempo no me sobra demasiado -entre los talleres que coordino, mi rica vida familiar y mi propia escritura- voy a hacerme un huequito para uno de mis tantos proyectos para el 2015: traducir del francés algunos cuentos de Guy de Maupassant.
Juan García Gayo (1932-2013): un poeta que valoramos. ¿Cómo lo recordás vos, que has leído textos suyos en la presentación del Grupo Travesías Poéticas en la Alianza Francesa central? ¿Qué características tuvo aquella presentación, quiénes intervinieron, cuándo sucedió?
A Juan lo recuerdo con afecto no sólo por su condición humana sino también por su poesía, que me impacta desde su audacia y originalidad: se mete con lo cotidiano, con el absurdo, cuenta historias desopilantes mientras escribe poesía; no obstante, detrás de esos rasgos que desacralizan el poema ofreciéndose al lector como materia viva, hay una gran ternura y un sentido dolor por lo cruel e injusto de este mundo.
La ocasión a la que te referís sucedió en 2009 en la Alianza Francesa central de Buenos Aires donde se concretó -a través de video conferencia- un proyecto de intercambio entre un grupo de poetas franceses y un grupo argentino. Los coordinadores en Buenos Aires fuimos José Emilio Tallarico, Luis Raúl Calvo, Ramón Fanelli y yo; en Francia -Paris más precisamente-, Nicole Barrière, Philippe Tancelin, José Muchnik. Se homenajeó al poeta argentino Roberto Juarroz y al poeta francés René Char y se conocieron en traducción simultánea poemas del argentino invitado –Juan García Gayo de nuestro lado, y de Claude Ber, del lado francés-. A mí me tocó el honor de traducir los poemas de Juan. Fue un hermoso acto. Tuvo, además, la música en vivo del bandoneón de Enrique Patet sobre el escenario del auditorio de la Alianza. Merced a la editorial L’Harmattan se publicó el volumen bilingüe con textos de quienes conformamos “Travesías Poéticas” y de otros poetas como, por ejemplo, Irene Gruss, Michou Pourtalé, María Teresa Andruetto…, por nombrar solo algunos.
Gayo, además, presentó tu último libro en la Biblioteca Nacional. ¿Cómo fue?: sigamos recordándolo
Nos embarcamos en una suerte de reportaje-conversación que rondó temas como el quehacer poético, mi trayectoria, el sentido de mi elección literaria, mi manera de construir el poema, la articulación entre forma y contenido, etc. Tener a Juan como interlocutor, más que como disertante o crítico, me satisfizo ampliamente: realzó la presentación del libro y, asimismo, permitió al público estar ante un poeta de fuste quien, a través de sus preguntas, ponía de relieve conceptos artísticos y filosóficos.
“Ver Prévert”: así se tituló la semblanza poética que ofreciste en 2004 en la Alliance Française del barrio de Belgrano. “Ver”, no sólo leer Prévert. ¿Qué ves, qué viste hace una década y mucho antes, qué sugerís que vean quienes todavía no se arrimaron a su obra?
La elección de ese poeta como homenajeado provino del impacto que me produjo la lectura -allá en mi adolescencia- de su libro “Paroles”. Todavía tengo a ese librito en edición bilingüe (traducido por Juan José Ceselli), descabalado el pobre en mi biblioteca pero refulgiendo con su ternura, su profundidad y aguda mirada crítica sobre el mundo…: poemas inolvidables como “Desayuno”, “Arenas movedizas”, “Pater Noster”; y sobre todo el titulado “Paris at night”, donde el yo poético recorre a la mujer amada a la luz de encender consecutivamente tres fósforos cerca de ella y luego sumergirse ambos amantes en la completa oscuridad para estrecharse.
Cuando presenté aquel espectáculo, “Ver Prévert”, jugué con las sonoridades del verbo ver y el apellido Prévert, pero además quería mostrarlo, que vieran a ese grande. Fue, además, un hombre muy ligado al cine como guionista y ambientador. Poetas como él, el mismo García Gayo, o Joaquín Giannuzzi nos revelan y develan una otra poesía: sin altisonancias ni floreos: partiendo de lo nimio, lo rutinario, lo doméstico, alientan emoción y pensamiento.
Y pasemos a otro escritor francés: René Daumal (1908-1944), quien discernió: “La materia prima de la emoción poética es un caos cenestésico. Una mezcla confusa de emociones diversas es en principio dolorosamente sentida en el cuerpo, como un hormigueo de vidas múltiples que tratan de escapar. Es por lo común ese penoso sentimiento el que fuerza al poeta a tomar la pluma, ya sea que lo experimente como una vaga e imperiosa necesidad de exteriorizarse, o de una manera menos grosera.” Tanto en “Curanto” como en “La balsa de la medusa” preceden los respectivos poemarios unas líneas tuyas que no percibo distantes de lo que acabo de encomillar.
Tienes razón, Rolando: esos fueron mis primeros libros donde necesité tal vez una humilde Ars Poética. El Curanto, esa comida típica chilena cocinada lentamente en un hoyo en la tierra, me evocó la labor poética: el alimento crudo -la materia prima que va largando sus jugos en el corazón del poeta hasta que un día se anuncia y da a luz lo soterrado-. La Balsa de la Medusa, un famoso cuadro de Théodore Géricault: náufragos en medio de la tempestad, como nosotros casi hundiéndonos en la desesperación hasta que sobreviene la escritura -madero para aferrarse, luz de rescate-. Las palabras de Daumal –“un hormigueo de vidas múltiples”- me recuerdan a un concepto del francés Michel Houllebeq que distingue a la rumia como una de las fases en la creación poética.
¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son inseparables?
Tendríamos que hablar de dos momentos fundamentales: el primero nace de la captación -consciente o no- de un elemento, escena, situación o palabra que desencadena la necesidad de verter en poesía lo visto u oído; germina adentro de uno, recomponiéndose una y mil veces hasta que aflora en la escritura: tal proceso conformaría a grandes rasgos la experiencia poética. El segundo momento ocurre cuando se decide “poner manos a la obra”; esto implica corrección, estilización de ese material primigenio; aplicarle objetividad, renunciar a aquello que no favorece al texto. En mis talleres de escritura procuro transmitir la idea de que si se trae un texto para considerar, debemos tratarlo como un objeto más que como un sujeto; esto no desprecia la humanidad de quien lo ha procreado, ni la emoción de ese autor -siempre hay que tenerla presente-, pero si tiende a ser obra, no mera catarsis…, afinemos la mirada, “afilemos” la pluma… Cortázar bien lo dice: “…cualquiera que vea un borrador mío puede comprobarlo: muy pocos agregados y enormes supresiones…” Puede uno conformarse con la primera instancia epifánica de captación inicial seguida de su explosivo desmadre escritural; pero si decide constituir una obra con ese material, su labor será entonces más racional, “terrenal” y distante.
Es a partir de un diálogo con Joaquín Giannuzzi que mantuvo el poeta Guillermo Saavedra, que me permito preguntarte: ¿Has contemplado palabras y te has emocionado con ellas sin conocer sus significados y tras preservarlas de la servidumbre del sentido, has intentado concebir un poema?
Me sucedió eso, por ejemplo cuando descubrí la palabra clámide, de la cual desconocía su significado (es una túnica romana, supe después); me pareció tan hermosa, tan flor, tan pura, que la usé como seudónimo al enviar a un concurso. Y otras veces ocurrió casi lo contrario en dos sentidos: conocer el significado de una palabra, encontrarla antipoética -casi desagradable por sus connotaciones- y necesitar sin embargo incluirla en un poema; a saber: uno de mi libro “Noche cerrada” se anima con el vocablo esófago: “espero que el tiempo y la hiel recorran su largo esófago/ y calme/ calme el ardor/ la nostalgia de tu cuerpo”.
En el prólogo de su libro “Temblor del cielo”, Vicente Huidobro dice: “…la poesía es el vocablo libre de todo prejuicio…”.
Así concluye la novela “Un comunista en calzoncillos” de la argentina Claudia Piñeiro: “La vida es una sucesión de actos miserables interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos, y es en el promedio de todos ellos donde logramos sentirnos dignos. Donde queremos que al menos un testigo nos sepa dignos. Aunque no lo seamos.” Y esto afirmó el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1995): “La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.” Y para vos, Alicia, ¿qué es la vida?...
Hoy, y destaco especialmente el momento, ya que el criterio sobre la vida va cambiando con los años, hoy siento que la vida es no anclarse en esos flash-back del pasado que retorna, que no sean ancla para vivir el presente; no quiero para mí esos versos del tango “Naranjo en Flor”: “toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado”. A través del psicoanálisis exploré mi pasado y comprendí las causas de los desaciertos, de las repeticiones, supe de dónde provenían ciertos infortunios; con todo ese bagaje -mi libro interior leído y releído- pienso menos y hago más. Tal vez eso sea la vida para mí: deseo con acción, sueño con realización. Otro poeta asiste mi pensamiento en este sentido: Eliseo Diego establece en un poema para su hija: “estar es lo único que importa”. Y otra idea que estuve alimentando en estos últimos tiempos: que el arte no sea para mí sólo esa cosa exterior que me conmueve a través de alguna de sus expresiones –libros, cine, pintura-, sino cultivarlo en cada uno de mis actos, de mis relaciones: comprender la importancia de lo que tengo y de quienes están a mi lado, valorar el instante. Lejos estoy de ofrecer mi experiencia como dogma, porque soy muy consciente de que las condiciones de cada vida son harto diferentes entre sí, el azar –y solo el azar- me hizo nacer “bajo techo”, con comida e instrucción para poder pensar posteriormente sobre la vida y además “escribirla”.
En ocasiones he visto en revistas, primeras versiones de poemas y segundas y definitivas versiones –Borges, seguro-, lo cual permite asomarse “a la cocina” del autor. También he visto que en “Roña criolla” de Ricardo Zelarayán (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1991), éste incorpora al corpus cuatro poemas y sus segundas versiones, y un poema con sus segunda y tercera versiones. ¿Te ha sucedido que aspirando a pulir un poema, concluyeras con que la segunda versión obtenida te resultara, en realidad, tan válida como la primera? ¿Has procedido alguna vez como Zelarayán o estuviste tentada de dar a conocer dos versiones de un poema?...
Mirá, yo soy lenta, muy, tanto en la rumia como en la confección de un poema o cuento. Y cuando sale a la luz ya está: puedo retocar mínimas cosas o adecuar según la conveniencia. Un caso: expresiones en algunos poemas que no serían entendibles a la hora de mandar a un concurso en el exterior; ahí sí meto mano y adapto el verso o la palabra. Con los cuentos este trabajo es mayor y a veces imposible, porque hay un espíritu en lo que narro que difícilmente se pueda alterar mucho. Te doy un ejemplo para ambos géneros: un poema mío comienza así: “Cuando yo era chica …” y al enviarlo al exterior preferí “Cuando yo era niña…”; tengo un cuento muy porteño donde el personaje tanguero utiliza frases como ésta: “…y de a poquito, como un duque, me la levanté”; es cierto que si se quiere se puede traducir, pero la gracia de esa frase tan nuestra es irreproducible. Por eso hay cuentos como el antedicho, que directamente no envío a concurso fuera de nuestro país. Es probable que si alguna vez hago una antología de mi propia poesía modificaré mínimamente algunas cosas, aunque no creo que muestre las distintas versiones ya que -reitero- no habrá cambios sustanciales.
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