Malta es conocida mundialmente por su historia y por ser un importante destino turístico. A pesar de su pequeña extensión (316 kilómetros cuadrados), este archipiélago ofrece una rica diversidad de posibilidades para cuantos decidan viajar hasta estas tierras. Sol, mar, tradición, catolicismo, ciudades fortificadas, Orden de Malta o históricas batallas son conceptos que se asocian indisolublemente con estas islas.
La ventana azul, la ciudad amurallada de Mdina, La Valeta (su capital), una rica gastronomía, la aldea de Popeye, visitar importantes restos megalíticos, disfrutar de sus cristalinas aguas marinas, realizar un paseo en barco, conocer la famosa la laguna azul, fotografiar sus atardeceres o practicar submarinismo son algunos de los argumentos que cautivan, con justificadas razones, al turista.
Malta, Gozo y Comino conforman este estado isleño en el centro del Mediterráneo que supura historia vaya donde vayas. Un archipiélago donde la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta ha tenido, desde hace siglos, un importante protagonismo. Su estratégica situación en un mar que ha sido cuna, encuentro, cruce y choque de civilizaciones, así como los importantes avatares históricos por los que ha tenido que pasar, han ido esculpiendo la personalidad de este pueblo que adquirió su independencia de la soberanía británica en el año 1964.
Hoy, sin embargo, quiero escribir de otro aspecto muy diferente y novedoso. Al menos, para mí. Una vertiente quizás desconocida para el gran público que tuve la suerte de conocer no hace mucho tiempo. Se engloba en una palabra, Wirja, y tiene mucho que ver con una particular forma de expresarse en Semana Santa.
Los malteses, mayoritariamente católicos, celebran estos días con gran devoción y fe. La procesión del Viernes Santo de Zebbug o la celebración del Domingo de Resurrección en Birgu son ejemplos muy representativos. No es extraño ver en numerosas fachadas de casas unas cruces iluminadas durante la noche o banderas a media asta como señal de luto. Un pueblo, en definitiva, que engalana balcones y calles para recordar la importancia de esa Semana.
Pues bien, recorriendo algunas de sus ciudades vi, en varios lugares, unos grandes letreros sujetos a cierta altura desde ambos lados de la calle en los que únicamente se podía leer la palabra Wirja.
Naturalmente, me interesé por ello. Me explicaron que es una tradición religiosa en la que se representa la pasión de Cristo en pequeños locales preparados al efecto. Algunas wirjas las puedes descubrir incluso en las capillas laterales de algunas iglesias.
Pequeñas figuras, esculpidas con diferentes materiales, van mostrando diversas escenas, en distintos conjuntos escultóricos, con un gran realismo (última cena, monte de los olivos, prendimiento, juicio de Poncio Pilato, condena a muerte, coronación con espinas, Jesucristo cargando con la cruz, crucifixión, descendimiento, resurrección, etc. etc.). Un recorrido por una parte de la vida de Cristo a base de figuras que son verdaderas obras de arte. Recuerdan, en cierta forma, a los pasos y tronos de España, pero –obviamente- esculpidas en dimensiones mucho más pequeñas. Rememorando el luto de esos días, las habitaciones donde se encuentran las wirjas suelen estar decoradas con fondos de terciopelos oscuros o negros.
La traducción literal de esta palabra es “Exposición”. Trata, en definitiva, de mostrar diferentes episodios de la Pasión dándolo a conocer al visitante con un incuestionable valor artístico. Aunque en el fondo simbolizan lo mismo, lo cierto es que cada Wirja es de una manera. Se puede decir que tienen su propia peculiaridad.
Es bastante popular realizar la visita a varias wirjas durante la Semana Santa. Aunque la entrada es gratuita, siempre tienes la posibilidad realizar algún donativo colaborando con la labor de estas personas que desinteresadamente prestan su tiempo y su trabajo para que sea una realidad año tras año.
Una Wirja es más que la expresión religiosa de un grupo de ciudadanos. Forma parte de las tradiciones de un pueblo. Una manera, en cierta forma, de canalizar un sentimiento que se arraiga con el pasado de los malteses.
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