Una brutal paliza que doce niños entre 7 y 12 años propinaron a una niña de 8 años parece que se debió a que la niña cogió la pelota con la que jugaban los agresores en el momento en que sonó el timbre que anunciaba el fin del recreo, vuelve a poner en un primer plano informativo la violencia infantil. Dejemos a un lado i las escuelas cumplen o no los protocolos de defensa de los derechos del niño. Lo que hoy nos interesa es la causa que niños entre 7 y 12 años se comporten de manera tan violenta como ocurrió en el Colegio Público Anselm Turmeda, dejando a la víctima con fractura de costillas, desprendimiento de riñón y contusiones por todo el cuerpo.
Debido a este muy desagradable hecho D. Marchena se pregunta: “¿Qué pasa cuando una ley recomienda cómo pueden ser las correcciones que deben los niños recibir en casa?” El Comité de los Derechos del Niño alerta al síndico Rafael Ribó sobre un apartado de la ley catalana 25/2010 que dice. “Los progenitores pueden corregir a los hijos en potestad de manera razonable y moderada, con pleno respecto a su dignidad”. Rafael Ribó sugiere al Gobierno y al Parlamento catalán que promueva la ”la eliminación de los progenitores pueden corregir a los hijos en potestad de manera razonable y moderada” para garantizar la eliminación efectiva de los castigos corporales a los niños”. Es evidente que se dan casos, demasiados, flagrantes de malos tratos de niños por los padres. La ley en todo caso debería legislar lo que son malos tratos, pero no impedir que “los progenitores puedan corregir a los niños en potestad de manera proporcionada, razonable y moderada con pleno respecto a su dignidad”. Si a los padres se les roba el derecho recibido de Dios de educar y disciplinar a sus hijos, ¿de qué sirve engendrar hijos para entregarlos a la tutela del Estado? Ya está visto el fracaso absoluto que resulta ser la educación de los niños cuando el Estado se hace cargo de ella.
El autor de la carta a los Hebreos reconoce la autoridad que tienen los padres de educar a sus hijos cuando escribe: “por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos…y aquellos, ciertamente por <i>pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía”, pero éste (Dios) para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12: 9,10). Aquí el escritor sagrado contrasta dos maneras de educar. La de los padres y la de Dios. Al referirse a los padres que “por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía”, está dejando entrever que la manera de educar de los padres es defectuosa, que la responsabilidad educadora de los padres se verá afectada por los errores. Que en muchas ocasiones tendrán que lamentar haber disciplinado a los hijos en exceso. Que han sido excesivamente duros a la hora de hacerlo. Porque la disciplina no fue la correcta, ¿debe el Estado dictar por ley cómo deben hacerlo?
De ninguna de las maneras. Cuando el Estado usurpa a los padres el derecho divino de educar y disciplinar a sus hijos, lo que hace es fabricar demonios, no personas responsables. La Biblia enseña a los padres cómo deben educar y disciplinar a sus hijos: “Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). “Padres no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Colosenses 3: 21). Los padres cristianos, con todas sus imperfecciones, pero con la responsabilidad recibida de Dios, son las manos que el Señor utiliza para educar y disciplinar a los hijos. Jamás adoptarán la filosofía del “dejarlos hacer” con la falsa creencia de que así se les educa en la libertad. Aceptarla podría ser una comodidad inmediata, porque no es nada agradable tener que disciplinar a los hijos. Es un trabajo que debe hacerse aun cuando sea a regañadientes porque el futuro de sus hijos está en sus manos. La enseñanza de las Escrituras cristianas es la base de la educación que tiene por finalidad hacer de los hijos personas de bien. El resumen de la Ley de Dios es: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Los padres que quieren amar a Dios sobre todas las cosas enseñarán a sus hijos con palabras y con el ejemplo a hacerlo, pero también les enseñarán a ser “buenos samaritanos” con sus compañeros. Les enseñarán a amarlos, a ayudarlos, a no discriminarlos por el color de su piel, ni por sus ideas políticas o religiosas, por su físico, por su estatus social. Les enseñarán a no discriminarlos y a ofrecerles ayuda cuando la necesiten.
Me temo que a los niños de 7 a 12 años del Colegio Público Anselm Turmeda de Palma han sido educados por sus padres en la filosofía del “dejarles hacer”, no en la filosofía cristiana de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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