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Las palabras que usamos y la realidad que vivimos (2)

Dirigí mi reflexión sobre los diez mandamientos
Francisco Rodríguez
miércoles, 20 de mayo de 2015, 22:00 h (CET)
En mi anterior artículo decía que si dejamos de usar una palabra parece como si lo que tal palabra significaba dejara de existir en la realidad, en concreto me refería a la palabra Dios, cuya desaparición tiene enormes repercusiones, nos creemos liberados de sus leyes para aceptar las que nuestras instituciones democráticas se les ocurra establecer, incluso más allá de lo que creo dijo algún inglés sobre el parlamento: “que podía hacerlo todo menos convertir un hombre en mujer”.

Dirigí mi reflexión sobre los diez mandamientos, pero solo llegué al cuarto. Hoy retomo desde el quinto que dice: no matarás y en nuestro civilizado mundo occidental creemos que lo tenemos superado, ya que establecimos la abolición de la pena de muerte para los delincuentes, pero en cambio hemos dado vía libre para condenar a muerte a los inocentes que están creciendo en el seno de sus madres a las que se reconoce “su derecho” a eliminarlos si ello puede reportarles molestias o incomodidades. En el otro extremo se van abriendo paso leyes que, con rebuscados eufemismos, autoricen a eliminar a viejos y enfermos mediante la eutanasia disfrazada de muerte digna.

Acerca del sexto y el noveno mandamientos que prohíben fornicar y desear la mujer del prójimo, hemos eliminado la palabra fornicar, seguramente porque nos parece fea y así en la vida real se habla de hacer el amor, con quién sea y como sea. Si alguno nos atrevemos a decir que eso es lujuria, nos mirarán con lástima y si le decimos que para ser personas es indispensable la castidad en el noviazgo y en el matrimonio, a lo mejor se enfadan. La palabra castidad ¿no ha desaparecido también de nuestro mundo? ¿Dominar nuestros instintos o darles rienda suelta? ¿Vivir la fidelidad de una relación amorosa de por vida o hacer el amor mientras dure el placer? ¿Y si encuentro placer con la mujer de otro? Cristo dijo a propósito de esto que si la ley prohibía el adulterio, el exigía más, pues quien mirara a una mujer con mal deseo, ya adulteró en su corazón.

El séptimo mandamiento habla de no robar y el décimo de no codiciar los bienes ajenos. ¡Hay tantas maneras de robar! Aquí las leyes humanas se han dedicado a tipificar con prolijidad las conductas, pero no parece que tengan mucho éxito. La codicia y la envidia son pasiones que no queremos o no sabemos erradicar de nosotros mismos. Las leyes punitivas pueden llegar a castigar a algunos, pero de los tribunales humanos podemos librarnos con mil y una argucias, pero de la cuenta final no podremos escaparnos. Pensamos más en delitos que en pecados pero ¿eso de los pecados no está pasado de moda?

Ha quedado para el último el octavo, que prohíbe mentir, ni dar falso testimonio. Nadie quiere ser engañado pero si la verdad me perjudica pues a ocultarla, a disfrazarla. Pero ya es casualidad que mi reflexión sobre la mentira coincida con un proceso electoral. No quiero decir, de ninguna manera, que todos los políticos mientan, pero tampoco estoy seguro de que ofrezcan trabajar para cumplir sus promesas y si no pueden cumplirlas reconocerlo y marcharse. Las mentiras de los políticos y de los ciudadanos también son pecados… ¿o no?

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