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Desde ayer contamos con una nueva sociedad médica en España: la Sociedad Española de Medicina de Laboratorio (SEMEDLAB). Su creación se aprobó ayer en el marco del XVIII Congreso Nacional del Laboratorio Clínico (LABCLIN 2024) que se está celebrando en Bilbao Euskalduna estos días y que organizan las tres sociedades científicas de Medicina de Laboratorio hasta el momento en nuestro país, y que tras un acuerdo unánime se ha procedido a su eliminación.
Yo soy yo. Quizás la tautología sea tanto como no decir nada. O, tal vez, a buen entendedor con pocas palabras basten. Desde que la posmodernidad parida por los filósofos franceses vino a decir que todo era texto y el texto por sí mismo era interpretable, esto es, que el texto era discurso narrativo que cada uno hacía suyo a su manera, la eclosión de diversas identidades grupales formaron un vasto mercado para que cada uno vendiera su yo como esencia de lo que era o quería ser.
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto acuciante desde hace siglos, a saber, la necesidad de contar con un sistema judicial que sea el pilar sobre el cual se sostenga la justicia de todos los ciudadanos por igual en cualquier sociedad. Lo ideal sería contar con un poder judicial robusto, eficiente y honesto para garantizar el orden, la paz y la equidad, pero bien sabemos que existe una gran deficiencia al momento de contar con funcionarios judiciales probos.
En efecto, la fragmentación es una de las importantes realidades imperantes en este mundo. Pronto detectamos la contrapartida, la paradójica presencia real de múltiples conglomerados unitarios. Tediosa pugna entre lo que tiende a la separación y las atracciones unitarias; inmersos en ellas, aparecemos los elementos humanos, a la vez sometidos por ellas e impulsores de su tensión. Con una justificación primordial constitutiva, somos parte de dicho engranaje.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar acerca de un superpoder humano que ha sido despreciado a lo largo de toda la historia, pero hoy, con más énfasis, puesto que vivimos en un mundo cada vez más competitivo y egoísta que considera a la bondad como una señal de debilidad extrema. No es casual que esta visión contraste radicalmente con las enseñanzas de la tradición filosófica y religiosa, que a menuda han celebrado la bondad como una de las virtudes esenciales.
De la mano de la posmodernidad vino la identidad absoluta del sí y con la caída del Muro de Berlín fuimos liberados a un mundo plagado de experiencias ilimitadas en el que cada cual sería capaz de ser lo que quisiera. Se derribaron de golpe y porrazo las grandes narrativas que buscaban un mundo mejor, más justo, solidario e igualitario.
Vivimos en la era líquida o en la sociedad superficial. Esto significa, entre otras muchas cosas que, una considerable parte de la gente no profundiza y razona sobre la realidad de las cosas y vive de apariencias que son falsas. Está bien vivir en el presente, pero la existencia no es únicamente eso. La multitud de cuestiones y aspectos que conforman la realidad humana no son algo a despachar en cuestión de segundos sin el conocimiento e información verificada.
Un fantasma recorre Europa, parafraseando el inicio de aquel manifiesto panfletario de Marx y Engels, y también el mundo, o al menos el nuestro. Me refiero al “transhumanismo”, vocablo que nos sume en un laberinto conceptual de tramitación ardua si acometemos la búsqueda de la salida correcta, sea la que sea, y queremos evitar, al mismo tiempo, ser engullidos por otras puertas que no llevan a ninguna parte.
Es sabido por muchos, aunque al parecer le importa a pocos, que en nuestro tiempo los conceptos de banalidad y trivialidad han adquirido una relevancia singular, reflejando un cambio profundo en la manera en que se experimenta la vida cotidiana y se construyen los valores culturales.
Hay que evitar el precipicio destructivo, huyendo de los anzuelos interesados, para volver a ser más alma que cuerpo, que es lo que nos injerta el rescate, abriéndonos a la puerta existencial que nunca fenece. Despojémonos pues de usuras materialistas, trabajemos con la fuente de la esperanza, que es la que nos sacia de visiones saludables, superando el miedo y el aislamiento.
Para los griegos, kronos sería "el monótono tiempo secuencial, en el que todo está organizado", es decir, la repetición inarticulada del tiempo en nuestro espacio vital, una suerte de energía imantada que nos impele a avanzar sin retorno y sin descanso. En contraste, kairos sería "el instante fugaz, el momento adecuado, en el que algo importante sucede", lo que podría traducirse en " la oportunidad favorable que cambia el destino del hombre".
La igualdad legal es o debiera ser un hecho normal en toda sociedad bien organizada. También lo sería la desigualdad material, porque es propia de las circunstancias personales. Mas, en un panorama social de igualdad legal, la excepcionalidad no debería tener cabida en ninguna situación. Sin embargo, por unos u otros motivos, la manipulación a la igualdad legal permanece al acecho.
En una sociedad de consumo como la que vivimos, la capacidad de pensar no se aplica en muchas situaciones, por parte de bastantes personas. En la sociedad del espectáculo y de la imagen y la apariencia, parece que lo primordial es simplemente sentir y dejarse llevar. Lipovetsky acuñó conceptos como hipermodernidad e hiperindividualimo.
Es habitual que los especialistas se resistan a trasladar conceptos entre disciplinas. Cada profesión tiene su ciudad prohibida, por lo que intentar el abordaje de los fenómenos sociales desde una perspectiva distinta es común que suscite la sensación de escandaloso delirio. En momentos complejos en el planeta (mi país, Argentina, exhibe ejemplos de sobra), los problemas se multiplican.
Las pausas del camino son tan necesarias como el pan de cada día que nos llevamos a la boca. Necesitamos hacer silencio para rehacernos y corregirnos, para saborear los instantes vivenciales y compartirlos con el horizonte de los sueños. Sin duda, tenemos que aprender a querernos mucho más. El fruto de la verdad sólo germina de la bondad, del servicio que nos prestemos unos a otros, de la entrega desinteresada que nos ofrezcamos entre sí.
En el teatro de la impunidad, no solo los actores principales parecen exentos de la justicia, sino que el propio auditorio corea cánticos de perdón y excusa mientras sufre de ecolalia crónica no diagnosticada. Exculpación popular. Como en misa. Esta epidemia se expande cuando el fanatismo desmedido por ciertos personajes políticos o mediáticos ejerce una influencia desproporcionada en la opinión pública, convirtiendo la crítica y la rendición de cuentas en misión imposible.
Ciertamente tengo la sensación de que cada día vivimos como sociedad más en los acantilados de la sinrazón, altos, rocosos, distanciados en las cordilleras de la absurdez. Un tiempo de blancos y negros, de azules y rojos, de buenos y malos, de la limitación del análisis autocrítico a la mínima expresión y del compromiso con el interés general tendente a la construcción de puentes reducido a la nada en la escena política.
El arte es muchas cosas, entre ellas un instrumento político fundamental. Por ejemplo, tenemos el expresionismo abstracto. No fue casual. Fue la contraposición al llamado realismo social, que decía reflejar la realidad. Aquel arte tenía, tiene, su templo en el MoMA, patrocinado por los Rockefeller, y a sus sumos sacerdotes: Pollock, Rothko, Guston, Tomlin, entre muchos otros.
“Buceadores del prójimo” sería un buen apodo para todos aquellos con inteligencia natural, conocedores de los bajos fondos, osados por sus intereses, calculadores del riesgo, ficticios protectores del “Capo”, minuciosos controladores, matones de apariencia y abandonados por todos los que se dicen “limpios de corazón”, “Paterfamilias” “Camorra”, “Cosa Nostra. Pobres “Buceadores” asfixiados en tiempo y forma por los que los contrataron.
Están cayéndose algunos velos en Occidente pero reformulándose otras, distintas puestas en escena… El tema no es qué semblantes han cumplido su fecha de caducidad sino observar qué nuevas máscaras se nos muestran a los ciudadanos de a pie. De la sociedad todos formamos parte, los hipócritas y los transparentes; los mentirosos, los responsables y los tontos.
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