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"La capacidad narrativa del ser humano está sustraída"

Entrevista a ​Lola López Mondéjar, psicóloga y escritora
Herme Cerezo
sábado, 15 de febrero de 2025, 14:01 h (CET)

Libro y yo


A Lola López Mondéjar se la ve contenta por la acogida que ha tenido su libro, ‘Sin relato’, galardonado con el Premio Anagrama de Ensayo, que según ella ha contribuido a difundir de manera considerable este nuevo trabajo suyo. La escritora y psicóloga murciana, habitual también en el mundo de la ficción, ha construido un relato riguroso sobre el no relato, basado en su experiencia frente a los pacientes que desfilan por su diván y que parecen haber perdido su capacidad para contarse a sí mismos. Esta jibarización narrativa no sólo radica en la imposibilidad de verbalizar su pensamiento, sino también en un déficit de su propio pensar. El capitalismo actual parece haber abocado a los seres humanos a un pensamiento ínfimo, urgente, de subsistencia, privados de cualquier tipo de análisis o introspección, ciudadanos acríticos e individualistas, analfabetos afectivos en palabras de la propia autora. Poco antes del mediodía de un miércoles de febrero, minimizada la distancia que separa Murcia de València por el teléfono, pude conversar con Lola, mientras el piloto rojo de la grabadora nos autorizaba a ello.


Lola, en primer lugar, enhorabuena por el Premio Anagrama de Ensayo. A lo largo de tu trayectoria literaria has alternado la ficción con el ensayo, dónde te sientes más cómoda? Se retroalimentan ambos territorios?


Muchas gracias, Herme. Y sí, se retroalimentan muchísimo, pero no sabría decirte en cuál de estos espacios me siento más a gusto. Sí te puedo decir que, últimamente, me cuesta escribir ficción, porque el estado convulso del mundo me invita a pensar en ello más que en ficcionar. En estos momentos, la realidad supera a cualquier ficción más que nunca. Sin embargo, tengo un proyecto, asentado en unos relatos distópicos, que espero abordar cuando acabe con la promoción de este libro.


¿Cómo surge la idea/necesidad de escribir ‘Sin relato’?


Surgió de la perplejidad más absoluta que experimenté cuando empecé a recibir a muchos pacientes que apenas podían establecer una conexión entre el malestar que sentían y su biografía. Eso, que es común en algunas patologías psíquicas, como los trastornos psicosomáticos, donde el paciente no puede contar lo que le sucede, comenzó a hacerse extensivo a problemas como las crisis de angustia, los ataques de pánico y los estados de ansiedad generalizada. Ello me llevó a preguntarme qué estaba pasando y a comentarlo con otros colegas, que confirmaron mis impresiones. Así que comencé a investigar y salió este trabajo.


Simplificando mucho, ¿cuál sería la respuesta a esa cuestión que has aludido y que tanto te alarmó?


Habitualmente digo que mi trabajo siempre está en proceso, porque ‘Sin relato’ también bebe de algunas intuiciones que tuve en mi libro anterior, ‘Invulnerables e invertebrados’, tales como los hombres y mujeres huecos o la fantasía de invulnerabilidad. De hecho, mi trabajo parte de allí, creo que no se cierra aquí y que en un futuro se abrirá a un nuevo libro. Pero con relación a tu pregunta concreta, simplificándolo muchísimo y con el riesgo de caer en algunas imprecisiones, he de decirte que este proceso de atrofia de la capacidad narrativa, un concepto que he tomado de Walter Benjamin, que ya lo había detectado y lo citaba en sus libros ‘Experiencia y pobreza’ y ‘El narrador’, posteriores a la I Guerra Mundial. Personalmente, creo que tiene mucho que ver con la aceleración de la vida actual, que impide que exista una marca psíquica de lo que nos sucede. Por ello, dejamos de tener recuerdos. Sin recuerdos no hay casi memoria y sin memoria no hay relato.  


Un psicólogo necesita como su principal herramienta de trabajo la palabra del paciente, su narración… Dices en ‘Sin relato’ que el «psicoanálisis es la cura por la palabra», pero si el paciente no es capaz de hilvanar un relato, imagino que será complicado llevar a cabo vuestro cometido. ¿Resulta frustrante trabajar con individuos vacíos o analfabetos emocionales como tú los llamas?


Resulta frustrante – nunca he dicho esto en una entrevista hasta ahora, sólo lo he comentado con otros psicólogos – y a veces tienes miedo de hacerles ver a los pacientes o conducirles a la exploración de sí mismos, algo que evitan tan activamente. No sé si me explico. Estoy ahí para ayudarles a ver, a escucharse, a construir una subjetividad que ellos no quieren crear, porque no han podido hacerlo hasta entonces. Pero eso es doloroso y, en ocasiones, te identificas con Freud cuando llegó a Estados Unidos y dijo «vengo a traerles la peste». Sí, sientes que les traes la peste porque les proporcionas un instrumento para conocer algo que les resultaba ignoto hasta ese momento y también porque veo las pocas herramientas de que disponen para enfrentar ese nuevo relato suyo. 


Antes mucha gente llevaba un diario, que no es más que una forma de  introspección. ¿El diario podría resultar de ayuda para construir el relato individual?


Ayudaría mucho, igual que las cartas. Todas las cartas que conocemos de escritores, por ejemplo las que se enviaban Virginia Woolf y Vita, su amante, eran un instrumento de introspección muy valioso y nosotros los hemos utilizado a menudo. Yo recuerdo haber escrito cartas a mis amigos que eran verdaderas sesiones analíticas, antes de disponer del correo electrónico. Eran un instrumento de pensarse, porque en la carta surgía una voz interna, íntima, exclusivamente mía, que era la subjetividad. Hoy disponemos de los blogs, los podcast, toda una producción de escritura con el propósito de contarse, y luego está la auto ficción. La vanguardia la constituyen los artistas y escritores que empiezan a construir un relato del malestar que detectan. Ellos siempre se dan cuenta de los síntomas y, partiendo del yo, construyen un relato para hablar de un dolor que está negado en la sociedad. Y sus cartas son muy profundas. Freud decía que había que leer sobre todo a los poetas, que tienen una relación mucho más fluida con el inconsciente que la población general.


Observo que vivimos un momento en el que los trabajos cada vez son más fragmentarios, rápidos, precarios y de corta duración. La precariedad conduce a la inestabilidad, económica y emocional, e induce al individuo a buscar la estabilidad a cualquier precio, la gente no se detiene a analizar su propia vida y piensa sólo en sobrevivir?


Sí, en el libro se establece todo un paralelismo profundo entre los sistemas de producción de la sociedad, en este caso hablamos del capitalismo extractivista y digital, de la vigilancia y la producción de subjetividad que estos sistemas de trabajo proponen, y de los hombres y mujeres que necesitan para sobrevivir para que el sistema funcione. Ese paralelismo extremo ya lo contó Richard Sennet en su libro ‘La corrosión del carácter’, donde afirma que la fragmentación del modo de producción neoliberal del capitalismo posfordista produce unos sujetos que no tienen una continuidad biográfica. Esto es muy importante y lo trato en el libro. Y arranca ahí, no sólo procede del mundo digital, viene de antes. Sin embargo, lo que llama la atención es la exacerbación que se ha producido en el mundo de las redes sobre todo esto y tiene que ver con que los sujetos más adaptados a esa precarización de la vida, cada vez más indigna, porque el sistema es cada vez más deshumanizante,  han de ir negando su propia historia. Además, se les sustrae la capacidad de trascender, de construir un proyecto que es en lo que consiste narrar. Narrar es coger el pasado, el presente y el futuro e intentar darle un sentido. Ahora esta capacidad narrativa está sustraída.


Se ha generalizado la creencia de que, desde el punto de vista laboral y personal, trabajar en muchas empresas a lo largo de la vida es positivo, porque convierte a los seres humanos en seres casi universales, capaces de hacer muchas cosas. ¿Qué opinas tú de esto?


Eso es mentira. Para ser afín a las necesidades de la producción, que exige un precariado, propagan esa idea para que la gente se conforme con contratos fragmentarios. Un ejemplo máximo de esto son los trabajadores de Glovo, que se han movilizado en contra de las condiciones laborales de sus empresas, que obtienen unos beneficios extremos a costa de la esclavitud. Achille Mbembe, en su libro ‘Brutalismo’, narró el «devenir negro del mundo», que significa la africanización del mundo, la esclavitud. Vivimos inmersos en sistemas que han convertido el mundo en algo indigno y esclavista y nos conforman con discursos imaginarios hablando de que un currículum amplio es mejor. Los padres han aceptado la idea y forman a los niños para que sean muy flexibles. Esto va en contra de la necesidad de la coherencia de una narración, que es lo que nos hace más humanos, lo que nos proporciona una identidad que no sea fragmentaria y mimética. Decía Balzac, en una imagen muy bella, que lo importante de un collar no son las perlas, sino el hilo que las une. Si tú tienes contratos fragmentarios, tienes perlas, suponiendo que alcancen esa categoría, pero no dispones del hilo que las une ya que careces de vivienda, no puedes hacer proyectos de futuro, ni tener hijos, ni disponer de un sentido trascendente de ti mismo.


A través del teléfono móvil nos hacen creer que todos somos iguales porque  tenemos uno y podemos hablar e interactuar con cualquier persona. Las redes sociales que habitan el móvil estimulan la vanidad del individuo y elevan, casi a la categoría de dogmas, auténticas banalidades que allí se publican. ¿Hemos perdido la capacidad de contrastar la información?


Ahí hemos caído todos porque es muy fácil hacerlo. La Inteligencia Artificial, por ejemplo, simula cosas que son muy difíciles de discriminar para saber si son ciertas o es una fake. Es evidente que, a más formación, pensamiento crítico de cómo funcionan las redes e información, las alertas se levantan antes. Sin embargo, lo que quiere el sistema es una población no formada o con información tan fragmentada que, a veces, no nos damos cuenta de la complejidad del mundo actual. Esa información fragmentada nos la proporcionan las redes. Si no disponemos de un conocimiento sólido de lo que sucede, que vaya contra corriente de esas informaciones, que nos llevan de una a otra de manera encadenada y aleatoria a través de oscuros algoritmos que no sabemos muy bien cómo funcionan, es muy difícil discriminar. Nuestra realidad requeriría pausa y no aceleración, que es lo que se nos propone, es decir, hacer un scroll infinito que nos vuelve cada vez más acríticos y manipulables.  


Te ocupas también de los tattoos en tu libro, de las personas que se tatúan mensajes significativos para ellas. No sé si uno o varios tattoos son el resumen de la vida de un individuo y si se tatúan sus secretos más íntimos en las zonas más recónditas de su cuerpo.


No sabría decírtelo, he leído mucho sobre los tatuajes sin haber llegado a eso. Pero lo que me acabas de preguntar es súper bonito y sería un tema muy atractivo estudiar si los dibujos que se hacen en sus partes más íntimas, las más ocultas, las que no ven los demás, quieren guardarlas sólo para ellos.


La búsqueda de la seguridad, el no pensar y el deseo de eliminar los dolores de cabeza constituyen un campo abonado para las sectas. Al hablar de ellas en ‘Sin relato’ citas a Barry Meier, periodista del New York Times, quien afirma que las personas brillantes, inteligentes y exitosas son muy vulnerables y fácil presa para estos grupos. ¿Por qué ocurre esto, si quizá debiera suceder lo contrario?


Hay muchas personas con una gran formación y muy inteligentes, pero el psiquismo es muy complejo y, en ocasiones, el hecho de contar con una gran inteligencia no va ligado a un buen desarrollo de lo afectivo. En consecuencia, estos seres sienten necesidades afectivas muy profundas. Para resolverlas buscan vínculos con un líder, un reconocimiento tanto social como íntimo. Hay vulnerabilidades que no se expresan en el yo público, sino en el yo privado. Los gurús poseen una habilidad, una especie de aura, para atraer a este tipo de gente a su círculo, captan sus puntos débiles y se aprovechan de ellos. Sin embargo, tras ver en acción a algunos de estos líderes en documentales o incluso en directo, he de confesar que a mí no han conseguido interesarme en absoluto. Sin duda deben tener alguna cualidad que yo no detecto.


Tu ensayo es muy rico en contenidos. Abordas muchos temas como las apps de citas, en las que los participantes no dialogan, sólo monologan. Son compartimentos estancos en los que no existe comunicación entre sus miembros.


Este asunto lo ha trabajado muy bien Eva Illouz, socióloga y escritora, cuando habla de la mercantilización de las relaciones humanas y guarda relación con el paralelismo al que aludía antes entre los sistemas de producción y la producción de psiquismo. En estos sitios y dentro de las relaciones humanas, se produce un uso del otro bajo el esquema coste-beneficio: ¿qué me va a dar, qué no me va a dar? Ya no hay enamoramiento en los jóvenes, porque existe una racionalización en la elección de la pareja. Se busca un acuerdo en base a las expectativas de cada uno y, si alguien no encaja en ellas, se rechaza. ¿Y por qué ocurre eso? Pues porque se dispone de un catálogo de posibles futuros partenaires, que le pueden satisfacer más que el otro, es como si se cambiara de teléfono móvil. A la larga, todo ello produce un enfriamiento afectivo, porque de la misma manera que uno es desechable, el otro también puede serlo.


Me parece triste lo que dices, porque estamos hablando de amor y sexo.


Sí, es triste, pero hay una noticia alentadora: bastantes jóvenes están abandonando esas plataformas, igual que ocurre con los teléfonos móviles con conexión a internet, como lo demuestra el incremento de la venta de aparatos más antiguos, provistos sólo con llamadas y SMS. Como las apps de contactos tuvieron un auge muy fuerte en su momento, ya existe mucha literatura crítica contra ellas, sobre todo por parte de mujeres, que sufren más esa desafección porque buscaban un amor romántico y se han encontrado con un uso utilitario de su cuerpo, si bien es cierto que esto último depende de la edad.


Leemos en ‘Sin relato: «No somos nadie. No somos nada. Nuestra identidad es una máscara necesaria para habitar el mundo, un frágil sostén que nos ayuda a sobrevivir». De alguna manera todos hacemos teatro para afrontar la realidad, ¿podemos considerar a los avatares virtuales como el equivalente de las máscaras en las redes sociales?


Bueno, creo que una cierta máscara es necesaria. Construir un yo social que no sea disonante con tu yo más íntimo, que recoja aspectos que tú consideras muy tuyos es bueno, porque, digamos, es económico y ahorra energías para las relaciones funcionales, por ejemplo, con un cerrajero, un empleado de banca, la peluquera… Esa máscara es necesaria porque no podemos ir expuestos todo el tiempo. El problema surge cuando la máscara se exporta a todas las relaciones humanas y entonces creamos un falso self, que no da ninguna cuenta de tu yo más íntimo. Respecto a la cuestión sobre las redes sociales, con esa exigencia de felicidad, de belleza, de vida happy-happy, un avatar a veces se puede convertir también en un falso self, que nada tiene que ver con esa persona.


En las redes hay opiniones generalizadas, que condicionan el modo de pensar de los participantes en los foros. Pero también hay disidentes, que quedan estigmatizados en un intento de aislar esa disidencia.


Hay mucha gente que abandona las redes, porque se da cuenta de los efectos que producen en ellos.  El otro día, en un instituto de Fuengirola al que acudí, un chico comentó lo irritable que se volvía con su madre y sus hermanos por culpa de los comentarios de las redes. Para evitarlo decidió autolimitarse y no usar tanto Internet y me dijo que se encontraba mejor. Y hoy mismo, una paciente me ha comentado que se ha desconectado de las redes, porque estaban menoscabando su capacidad creativa. Las redes producen un vaciamiento de nuestro contenido psíquico, porque captan nuestra atención y nos externalizan, pero no sólo externalizan nuestra memoria sino que borran también nuestro aparato psíquico. Los que no somos nativos digitales no escuchamos nuestra voz íntima porque estamos entretenidos con las pantallas y los que han nacido en la era digital ni siquiera han creado esa voz íntima, esa subjetividad por la que yo tanto apuesto en mi libro. Hay chicos también que son expulsados de las redes, porque no tienen cuerpos canónicos y cada vez se sienten peor, ya no se comparan con un amigo o una vecina, sino con el universo entero que se adivina maravilloso. Las redes producen efectos muy duros en la gente que está construyendo su personalidad.


Pero ese desconectarte de las redes que has citado conlleva el peligro de aislamiento social, porque las redes ocupan una parte muy importante de nuestra conexión con la realidad.


Los que se desconectan son personas que han llegado a ver que las redes han producido efectos nefastos que no desean para sí mismos. E imagino que sí se conectan, pero sólo en determinadas franjas horarias. Tú acabas de citar, y es algo muy importante, el mundo real, que es el mundo presencial. Hay que volver al mundo real, sin evitar el mundo digital pero asignándole un valor muy importante al presencial. Cada vez observo con mayor frecuencia que, en presencia de otra persona, atendemos el móvil. Cómo se siente nuestro interlocutor ante esta situación? Estamos transformando nuestras relaciones sociales de tal manera que el otro cada vez queda más disminuido. Cuando llega este extremo, y es algo que nos ocurre a todos fácilmente, sus efectos son muy perjudiciales y no los controlamos. Por otro lado, hemos introducido esta tecnología en los colegios y ahora se produce la reacción contraria. Ya se sabe que la lectura en pantalla es mucho más superficial que en un libro, sin olvidar que, además, nos conduce a otros contenidos que no deseamos y que se nos imponen de una manera muy fácil.


Las influencers condicionan y modulan la vida de sus seguidoras. Con frecuencia carecen de problemas para desnudar sus interioridades, ¿pero a cambio de qué?


Su motivación es económica y muchísimas de ellas viven de eso. No sé si, además, tienen un reconocimiento y la satisfacción de ser seguidas. Las redes explotan necesidades humanas muy profundas, que no satisface ya la realidad presencial. En la realidad presencial somos irrelevantes, porque el sistema produce indiferencia y, de hecho, si volvemos al tema de la precariedad, lo vemos clarísimamente. Ante esto, cómo actúan las redes sociales? Crean un mundo que, de forma ficticia, produce reconocimiento. Las influencers poseen este reconocimiento, algo que es una necesidad humana. A todos nos gustan los likes y eso es lo que explotan, aunque de manera ficticia, porque mis amigos de Facebook, si se me rompe una pierna, no van a venir a hacerme la compra. Sin embargo, una vecina o un vecino, sí lo hacen, como pudimos comprobar durante la pandemia del COVID. Las relaciones con nuestros vecinos pertenecen a un mundo material, de fricción, que es más conflictivo, pero hemos de regresar a él.


Afirmas que la precariedad también lleva a los jóvenes a optar por no participar en política, con el subsiguiente crecimiento del abstencionismo. Sin embargo, observo que más bien, los jóvenes y los no tanto, se vuelcan hacia opciones ultraconservadoras, propias de épocas pasadas.


Lo veo como tú, aunque la desafección es muy alta, como de un 34 por ciento, aunque no recuerdo con exactitud la última cifra que he manejado. Creo que los populismos se han aprovechado muchísimo de las redes sociales para simplificar el mundo y proporcionar respuestas muy rápidas. Donde hay incertidumbre identitaria, porque han caído los grandes relatos de la masculinidad, de la feminidad y todos los ismos, ellos proponen valores simples, carentes de complejidad. Para ello crean un chivo expiatorio, al que culpabilizan de todo, y emiten propuestas identitarias que los jóvenes asumen con una enorme satisfacción, tales como «yo soy Trump», cuando hay incertidumbre en la identidad sexual, o «yo soy español». Actualmente, a mi juicio, lo más difícil es crear una opinión sobre tantos y tantos temas como existen. Al menos, a mí me cuesta hacerlo. Si no soportamos la incertidumbre, y el sistema ha fomentado su incremento de manera atroz, las respuestas fáciles satisfacen muy rápidamente a la gente, que vota a partidos que van en contra de sus propios intereses, como son la sanidad pública o el incremento de las pensiones. Ellos quieren quitar los impuestos y sin impuestos no hay estado del bienestar. Y votan emocionalmente, porque apuestan por una identidad aparentemente firme.


Pensemos por un momento en la literatura. En ‘Sin relato’ hablas de seres vertebrados e invertebrados. Los primeros serían los que tienen una moral propia que les impide ser flexibles con el sistema que les oprime; los segundos, camaleónicos y dúctiles, serían los que se adaptan a él. Si recordamos a los grandes detectives de las novelas negras fundacionales, las de los Chandler y Hammet, que resistían y combatían el sistema con escepticismo y alcohol, ¿cómo los catalogarías?


Creo que son vertebrados. El vertebrado tiene una moral, una subjetividad que se opone o no al sistema, en resumen un pensamiento propio, pero eso no quiere decir que sean alcohólicos o presenten rasgos psicopáticos, porque no tenemos una identidad integrada, pero sí partes vulnerables. El invertebrado es como la serpiente, acomodaticio, sibilino, se adapta a todo.


La última por hoy. Cuando terminé de preparar esta entrevista, le pedí a la IA que escribiera una, dirigida a ti y a tu libro, que incluyera preguntas y respuestas. Y así lo hizo, remitiéndome una «entrevista imaginaria». ¿La IA ha venido para ayudar al ser humano o para vaciar todavía más nuestros cerebros?


Creo que a ambas cosas. Ninguna tecnología es neutra en sí misma, es adictiva y produce unos efectos determinados. Creo que la IA puede ser bien utilizada, por ejemplo, en diagnósticos médicos porque, con los conocimientos que se le introducen previamente, posee una capacidad de resolución muy rápida para solventar casos. Pero hay que garantizar la existencia de una ética de la IA. Y eso es lo que está intentando la Unión Europea y lo que a Trump le molesta, porque piensa que está demasiado controlada. La garantía humana significa que hay que asegurar que la última decisión esté supervisada por un ser humano. A la IA no se le puede dejar sola, porque se nutre de datos que le proporcionamos todos y tiende a repetir probabilísticamente lo que ya tenía y el ser humano es el único que puede, de alguna forma, controlar sus posibles desviaciones.


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Imágenes de Isabel Wagemann

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