Se ha perdido en la noche de los tiempos, (ya han pasado más de cincuenta años), el día en que mi prójima-próxima y un servidor de ustedes, hicimos profesión de nuestro amor mutuo mediante la lectura de un párrafo del ritual que se sigue en las bodas de la Iglesia Católica.
Por mediación del mismo, nos comprometimos a seguir unidos en la salud y en la enfermedad, los tiempos malos y buenos, prósperos y decadentes, positivos y negativos. El texto no recogía los avatares del destino que nos han llevado a sufrir una fuerte conmoción a partir de la llegada del Covid-19 a principios del pasado año.
Esta “nueva anormalidad” ha servido para estrechar o romper los lazos de los matrimonios. Casi dos años de convivencia continuada, sin ningún tipo de injerencia externa, ponen a prueba la convivencia de una pareja. En la misma hemos tenido tiempo para conocernos mejor y para conseguir aceptar los defectos del otro. Punto clave de de un amor complementario. No basado en un excesivo mirarse a los ojos y si cimentado en la mirada en una misma dirección. El proyecto común, no la contraposición de proyectos.
Es muy difícil convivir en un recinto tan estrecho sin que surjan roces. Pero el sentido común y el de supervivencia de la pareja, te ayudan a encontrar los propios espacios. Al final, las cosas funcionan bastante bien y te permiten proclamar a voz en grito: ¡En la salud, en la enfermedad y en la pandemia!
Finalmente, llega la vacuna liberadora que vuelve a poner las cosas en su sitio. Sin daños colaterales.
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