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Opinión
Etiquetas | Animalistas | Animales

España y el maltrato animal

Cadáveres baratos de perro, cadáveres caros de toro
Julio Ortega Fraile
miércoles, 27 de mayo de 2015, 22:01 h (CET)

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En un país que oscila entre los noventa días de pena por atar a un perro a una gran piedra en la playa y esperar a que se ahogue con la subida de la marea (ocurrió en 2013 en Ayamonte y el autor, que no pisará una celda, acaba de ser juzgado), y los treinta mil euros de salario (subvencionado, de otro modo el dinero recaudado con las entradas nunca alcanzaría para pagar tal suma al matarife y su cuadrilla) por torturar y matar a seis toros en una tarde, trofeos municipales por alancear hasta la muerte a uno en Tordesillas o comprar pichones para soltarlos y acabar con su vida en dos segundos reventándolos de un disparo, o en varios días dejando que se desangren con sus alas rotas, el activismo por los derechos de los animales adquiere el carácter de necesidad urgente.

Pero no hay que alarmarse, esta sólo es una cuestión ética, no vital, al menos no para los humanos, porque está claro que se puede vivir sin sentir dolor ante el sufrimiento ajeno, incluso causándolo, ni tampoco rabia frente a la crueldad y ni siquiera vergüenza porque los crímenes vayan de la casi impunidad a la recompensa cuando las víctimas son de una especie diferente a la nuestra. De hecho se puede vivir muy tranquilo y hasta muy bien en España cometiéndolos. Unos, los ilícitos, porque están a precio de saldo, y otros porque aquí son al fin deporte, arte, espectáculo, diversión, o de “interés social”. Y porque los que mueren no votan ni pagan impuestos, aunque parte de los nuestros sí sirvan a menudo para que no dejen de matarse.

Parece, sin embargo, que entre tanta aberración moral, tanta atrocidad carnal, tanto desprecio, tanta ignorancia y tanta saña las puertas de los ruedos, o de los circos, empezarán a abrirse para que salgan de su interior los condenados a la esclavitud, a la tortura y a la muerte con la negativa de las formaciones políticas que obtendrán la alcaldía de algunos ayuntamientos, como Madrid, a seguir financiando con dinero público la tauromaquia, o con su intención de declararse ciudades amigas de los animales. Esperemos que también comiencen a cerrarse, en las cárceles, detrás de aquellos capaces de cometer crímenes con los animales.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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