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Daniel Blanco Parra (Moguer, Huelva, 1975) siempre quiso ser escritor. Por eso estudió Periodismo y fue después alumno del primer máster universitario de Escritura Creativa de España. Trabajó durante algunos años en prensa, hasta que decidió abandonarlo todo para probar suerte en el mundo literario. Desde entonces ha ganado más de una veintena de premios de relatos, teatro y novela. Entre ellos, destacan el Premio Jaén de Narrativa Juvenil, con ‘El secreto del amor’, o el XXVIII Certamen de las Letras Hispánicas con la obra teatral ‘Gente a la que le cambia la vida’. Actualmente reside en Sevilla y reparte su tiempo entre la creación literaria y las charlas de animación a la lectura en bibliotecas e institutos. ‘Los pecados de verano’ es su primera novela para adultos.
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“Colgué los hábitos periodísticos y me tiré de cabeza a la piscina de la literatura para probar suerte. Estudié periodismo porque siempre quise escribir, pero ahora me he dado cuenta de que también quiero trascender. El trabajo en un periódico dura un día y a mí me interesa hablar de cosas quizá más importantes y conseguir lectores a un nivel distinto”. Quien así se expresa es Daniel Blanco Parra, un escritor onubense que, tras alcanzar notables éxitos en el campo de la literatura juvenil, accede ahora a las novelas para adultos con su opera prima, ‘Los pecados de verano’, editada por Ediciones B. “No es el mismo escritor el que escribe literatura juvenil que el que lo hace para mayores, uno ha de saber quién es el interlocutor que va a tener enfrente”. Para Daniel, escribir es explicarse el mundo. “Con la escritura trato de entender lo que nos ocurre a todos los seres humanos. Las ganas de analizar las emociones como el amor, la frustración o el miedo, que nos democratizan a todos, siempre han estado muy presentes en mi obra, porque como decía Sampedro, un escritor es un minero de sí mismo”.
LOS PECADOS DE VERANO
‘Los pecados de verano’ discurre en la primavera del año 1951. En ella, Consuelo, la protagonista, a quien todos llaman la Señora, vive en un permanente estado de hastío, asqueada por su matrimonio concertado y asfixiada por el ambiente del pueblo donde vive. Todo cambia el día que su marido, un funcionario del aparato franquista, es invitado a participar en el Primer Congreso Nacional de Moralidad en Playas y Piscinas, que tiene lugar en Valencia, donde un grupo de elegidos intentará poner coto a las relajadas costumbres de los turistas extranjeros. El viaje a la ciudad costera, bañada por el Mediterráneo, desarma el ambiente familiar, al mostrar un nuevo paisaje de libertad, no siempre agradable. Este argumento anima a la publicidad editorial a bautizar la novela como “una historia decente sobre el deseo en la España de 1950”. “Creo que una historia ambientada en España en los años cincuenta no puede ser calificada de otro modo. Decente es la palabra justa. La novela ha de cumplir una coherencia interna y por eso la protagonista obedece códigos de conducta propios de aquel momento. Si hubiera actuado con códigos actuales no hubiera resultado creíble. De hecho, lo que a mí más me interesa es cuando el deseo prende en su persona y provoca un incendio interior que termina por achicharrarla, porque entonces las personas no sabían si podrían sofocar ese incendio interior o no”. Para el escritor andaluz “con esta novela me he permitido dar rienda suelta a mi universo diario y hablar sobre la represión de los deseos y la búsqueda del sentido de la vida. Y de paso he tratado de demostrar que, en el fondo, el ser humano continúa siendo el mismo de siempre: nuestros abuelos tenían las mismas necesidades y anhelos que nosotros, pero ellos, por las circunstancias políticas que les correspondió vivir, disponían de menos herramientas para satisfacerlas que nosotros”.
DOBLE MORAL: ESPAÑOLES Y EXTRANJEROS
La idea de la novela nació de un modo casual. “Hay dos grandes gérmenes para escribir esta historia. El primero surgió cuando leí lo del Congreso de Moralidad. Al día siguiente me subí al AVE y me vine a Valencia para documentarme, porque supe enseguida que ahí había una historia que contar. Y el segundo apareció mientras ambientaba la novela, cuando yo veía una casa señorial en la que la Señora siempre estaba sola, porque el resto de la familia la evitaba. Sabía que existía una guerra silente entre ellos, que podía estallar o no, y yo quería hurgar en ese silencio”. Con la mentalidad de nuestros tiempos parece inconcebible que se celebrase un Congreso sobre Moralidad en nuestro país, pero no existe duda ninguna al respecto. “El Congreso es completamente real, cierto, se desarrolló durante los días 11 al 13 de mayo de 1951, y en Valencia se reunieron representantes civiles y eclesiásticos para ver qué normas deberían cumplir los españoles respecto a los extranjeros y extranjeras que comenzaban a llegar a España con ganas de divertirse y pasarlo bien”. Y uno se pregunta de qué se ocupaban los asistentes en las sesiones de trabajo, por llamarlas de alguna manera, del Congreso sobre Moralidad. “Se pasaban todo el tiempo sin hablar de sexo que, sin embargo, era el tema que revoloteaba continuamente sobre sus cabezas. Trataban de reprimir el deseo de modo continuo y de canalizar la energía del cuerpo, sin saber muy bien cómo hacerlo”.
En la portada de ‘Los pecados de verano’ observamos a un policía, agachado, que está midiendo la distancia existente entre el camal del bañador y la rodilla de una bañista. “La Policía de las Costumbres, con el metro en ristre, patrullaba la orilla de las playas y comprobaba que los bañadores medían lo autorizado. En aquel tiempo el bañador se utilizaba para permanecer dentro del agua, mientras que en la orilla era obligatorio cubrirse con el albornoz. A los extranjeros, como se dejaban el dinero aquí, se les permitían mayores licencias. Era un momento de doble moral: Franco buscaba las divisas de los extranjeros, pero no quería que los extranjeros envenenasen ideológicamente a la población. En este sentido, los auténticos represaliados fueron los españoles, ya que si no cumplían las reglas se exponían a fuertes sanciones y a que el día siguiente su nombre apareciese en la prensa, denunciados por escándalo público. En aquella España, con la carne y los pecados no se jugaba”.
LAS DIFERENCIAS SOCIALES. ESCRITURA Y METÁFORAS
‘Los pecados del verano’ habla también de las diferencias sociales. Mientras la protagonista, que es de clase pudiente, frecuenta la iglesia en busca de apoyo espiritual, otros españoles cogían los autobuses para visitar a sus familiares que estaban presos en la cárcel. “En los años cincuenta hay varios cimientos que se repiten siempre: la Iglesia, el hambre y la moral. Cualquier persona que vivió esos años conoce esos tres grandes conceptos temáticos. La Dictadura conseguía gestionar un país y también las emociones de los ciudadanos y a mí me atraía mucho contar cómo se relacionaba la gente, cómo amaba y cómo, a pesar de todo, trataba de ser feliz”. Y no podía faltar una referencia al hambre de la posguerra, solo que la novela la describe de un modo curioso y trabajado, al mostrar un concurso de niños robustos, cuyo ganador tendrá como premio un jamón. “Es la gran contradicción, la gran incoherencia: en un país donde hay hambre se organiza un concurso de niños gordos, un hecho que, visto con la perspectiva del tiempo, resulta curioso y disparatado. Hay que tener presente, que en los años cincuenta se creía que la gordura garantizaba la vida, porque a un niño gordo, bien alimentado, era más difícil que le atacasen las enfermedades. Resultaba muy común observar cómo las abuelas azuzaban a sus nietos para que comieran y evitasen el riesgo de caer enfermos”.
No puede concluir esta entrevista sin hablar de un par de aspectos de la escritura de Daniel Blanco Parra. El primero es que determinados personajes, la Señora, la Madre, el Marido, aparecen escritos con mayúscula, como si representasen estereotipos. “He utilizado las mayúsculas porque son personajes tan emblemáticos que cualquier español mayor de sesenta años puede reconocerse o reconocer a personas que vivieron aquellos tiempo, lo que conduce al lector a una identificación más sencilla del personaje. En el caso concreto de la Señora, ella misma se autobautiza de este modo, porque al hacerlo así de un plumazo borra su pasado”. Y el segundo aspecto a destacar son las metáforas, porque el texto viene salpicado de originales metáforas. “He valorado mucho el estilo y he tratado que sea cuidado, pero asequible, al igual que valoro enormemente a los escritores capaces de crear imágenes que me transportan a otros lugares. Las metáforas manidas y muy escuchadas no me dicen nada, yo lucho por aportar al lector nuevas imágenes con la ayuda de esa cámara que llevo dentro de mi cabeza y que no para de imaginar cosas”.
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