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Welcome to Europe, pero...

Pedro de Hoyos
domingo, 6 de septiembre de 2015, 08:17 h (CET)
En Castilla sobran miles de casas abandonadas donde alojar a los desplazados por la guerra de Siria. Hay pueblos enteros por rehabilitar, lugares solo habitados por la soledad que esperan dese hace décadas que niños y adultos vuelvan a correr por sus calles. Hay decenas de escuelas cerradas que podrían volver a abrir.

Europa no puede volver la cara ante el drama del exilio de cientos de miles de personas impulsadas fuera de sus casas por la maldad humana. No, no se trata de emigrantes sino de refugiados, no son personas que vaguen en busca de trabajo sino en busca de la vida. Decenas de miles de personas, familias enteras que podrían, con sus apellidos exóticos volver a repoblar Castilla. Pero...

Partamos de lo más práctico y elemental. Lo primero, mientras se identifica a tantos y tantos, será atenderlos sanitariamente y curar los males que hayan traído al arrastrarse penosamente por media Europa. No estamos para que entren nuevas enfermedades en Europa, necesitan atención médica y debemos proporcionársela primero por generosidad pero también por pura cautela egoísta. ¿Para cuántos tenemos medios materiales y económicos? ¿Están nuestros médicos suficientemente formados para estas posibles nuevas dolencias? ¿Todos los que hablan tan generosamente, los que hablamos tan espontáneamente, de abrir sin más las fronteras han pensado, hemos, en ello?

Y comida, claro. Son seres humanos con necesidades alimenticias semejantes a las nuestras. Es necesario alimentarles, apoyarles, protegerles, ampararles. Pero esas necesidades alimenticias muchas veces para ellos mismos están después de sus creencias religiosas absolutamente respetables. ¿Podremos alimentarles durante meses y meses, hasta que encuentren un trabajo, de acuerdo a sus necesidades y creencias? ¿Qué impuestos van a sufragar semejantes gastos?

Y trabajo, también. Cuando miles y miles de jóvenes españoles, frecuentemente con títulos universitarios, han debido huir de nuestro país a trabajar como camareros a Inglaterra o Alemania, ¿de dónde vamos a sacar trabajo para esos nuevos habitantes de los pueblos de Castilla? ¿Y la seguridad? La de ellos y la de los demás? ¿Alguna de esas mentes tan generosas y altruistas ha pensado en todo ello?

Ayuntamientos y diputaciones se aprestan con infinita generosidad y mucha buena voluntad a acoger a familias enteras y sus necesidades económicas, laborales, educativas, sanitarias y sociales. La tarea es inmensa pero parece demasiado grande para estos organismos locales. Es más bien una tarea a la medida de las grandes organizaciones internacionales que sin embargo son infinitamente reacias, cuando no infinitamente torpes, a obrar con la celeridad precisa en estas ocasiones. Esperar resoluciones urgentes de la Unión Europea o, no digamos, de la ONU, es como esperar que un autobús escolar venza en una prueba de Formula 1.

Hay que acogerlos a pesar de que ningún país árabe, y los hay muy ricos y poderosos, haya movido un dedo, pero de una forma más seria y consciente. Determinadas alegrías populares sobran por inconscientes.

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Carlos Cuerpo es un economista pacense, de 44 años, hijo de maestros, que hace ocho años hizo una tesis sobre la transmisión de los ‘shochs’ (en castellano: choque, sorpresa e impacto) económicos a través de la banca, de la prima de riesgo y del comercio internacional.

Van ustedes a permitirnos que aclararemos antes -en este artículo- el panorama mundial que enfrentamos los pueblos del mundo y, en particular, los europeos, para después -en un artículo posterior- expresemos, sobre el rearme en Europa, una posición clara, bien meditada, a favor de la gente, porque ésta no es una cuestión sólo de política internacional, sino que nos afecta directamente y determina nuestro futuro.

Inmediatamente, si el beneficio es matar gente, desgraciadamente en las naciones que defienden la vida, aniquilar a cientos de civiles es una acción oscura. La mayoría de las veces, la guerra es el resultado de una amplia gama de situaciones que implican el deterioro de las relaciones políticas y diplomáticas.

 
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