El cine que busca, que se busca a sí mismo, capaz de hundirse en la miseria en el empeño, ese cine tangente, transgresor, inclasificable e irredento, raramente estrenado en salas comerciales y frecuentemente infravalorado, ése, es el que puede verse en Nuevas Visiones, Seven Chances, proyecciones especiales y algunas de Sección Oficial del Festival de Sitges, confirmando que sigue habiendo creadores armados de ideas o sobrados de delirios, fieles a su radicalidad.
Empecemos por los "sobrados de delirios". Sion Sono vs. Takashi Miike, o lo que es lo mismo, Love & Peace contra Yakuza Apocalypse.
Lo último de Miike es una historia, o una sucesión de escenas, sobre yakuzas vampiros y su lucha contra extraños personajes del inframundo: duendes con pico de ave y manos verdes o ranas gigantescas con forma de gran muñeco de trapo llamadas Kaeru-kan, descritas como "el mayor terrorista de todos los tiempos". Lo de Yakuza Apocalypse es un despropósito, uno de esos artefactos incendiarios construidos por Miike que parecen librar la pelea contra el espectador: del caos se pasa a la estupefacción, de ahí a la incredulidad pura y de ahí directamente al k.o por palizón. Miike puede con cualquiera, hace lo que le da la gana, dinamita las reglas que la propia película inicia y nos obsequia con el poderoso influjo de la libertad desbocada, especiada con el indescriptible humor nipón, que incluye una rana aún más grande que Godzilla para el final de fiesta. Imposible explicar una película de Miike, se recomienda verla.
Sono no se queda corto con su Love & Peace. Según el director explica, escribió el guión hace veinticinco años, y fue, revisando proyectos con su productor, cuando decidieron desempolvarlo y filmarlo. Si ser director de cine puede tener algo de rock, punk o popstar, posiblemente Ryoichi sea el álter ego de Sono, en el film un nerd oficinista que aspira a llegar a lo más alto en el mundo de la música. En su vida de solitario y humillado trabajador, Ryoichi encuentra refugio en una pequeña tortuga a la que llama Pikadon y a la que dedica una canción de amor fraternal. Tras las mofas de sus colegas, Pikadon acaba corriendo por el desagüe del w.c y encontrando refugio en el hogar de las cloacas de un viejo borracho, padre adoptivo de animales y juguetes, a los que concede el poder de la palabra. Los destinos de Ryoichi, convertido en estrella del pop-rock, y Pikadon, pronto tortuga gigante, están no obstante cruzados para siempre. Sion Sono firma un atrevido episodio del kitsch japonés alejado de su humor negro ensangrentado habitual. Desde los trajes estilo lentejuela/tachuela, a las interpretaciones de tebeo y de teleserie romántica del protagonista, pasando por la edulcorada banda sonora popera, todo resulta lejano y desconcertante para un Occidental, pero, o precisamente por todo ello, tiene algo de fascinante. De hecho Sono admite que su cine en Japón no encuentra su público, que sus espectadores los halla fuera de su país. Love & Peace ofrece sus mejores momentos en los episodios de ese universo del titiritero del underground y los personajes que allí se encuentran. Logra contar la historia, unir todas las piezas y construir algunos buenos momentos con una ternura navideña nostálgica y bienhumorada de regusto clásico. Por su parte, Pikadon nos ofrece otra secuencia a lo Godzilla para el remate, pero con el monstruo más lento conocido de la historia del cine.
Desatados delirios visuales y conceptuales dejan paso a la locura del actor y de sus representaciones en The role. Ambientada en la Siberia de 1919, durante la Guerra civil rusa, The role trabaja sobre la permeabilidad entre el desquiciamiento social y el personal, ese que lleva al actor de éxito Nikolai Yevlakhov a actuar su propia vida, algo que, según su director Konstantín Lopushanski, los escritores simbolistas de la época animaban a hacer. Por ello Yevlakhov decide revivir al despiadado comandante de la Guardia Roja Plotnikov, con quien comparte un parecido físico tan asombroso, que le permite infiltrarse en su entorno directo sin ser reconocido y gozar, como confiesa, del papel de su carrera, con diálogos frescos y espontáneos y una dramaturgia creada por la vida misma. Lopushanski, antiguo colaborador de Tarkovsky, dirige este valioso film inspirado, según cuenta, por la literatura de Dostoyevski y Platónov. No solo nos ofrece una belleza densa y angustiante, reconfortante frente a los dictados de ligereza y consumo fácil que se han apoderado del cine contemporáneo, también Lopushanski escarba en el misterio de un thriller autoral calado de neblinas, en donde el ingenio, del actor y del director, brilla en la oscuridad, como brillan las ganas de hacer un cine comprometido y visceral. Sin alcanzar, tal vez, las cotas de subyugación cinematográfica de su mentor Tarkovsky, The role apunta alto, trabajando no obstante desde el suelo, hundiéndonos en ambientes y decorados de desnuda miseria y escalofrío, arropándonos, a cambio, con una fotografía delicada y evocadora, se diría que novelesca.
Sin refinamientos estéticos ni depuraciones compositivas de la imagen, realista y quimérica, y como ya es habitual en Apichatpong Weerasethakul, elíptica y despaciosa, se presentaba en Sección Oficial Cemetery of splendour, lo último del director tailandés. La serenidad en la exposición de las vidas de los personajes de cierto cine oriental podría decirse que tiene su cúspide en Weerasethakul, cuyas películas exigen también al espectador una calma portentosa, para observar sin demandar, y un esfuerzo constante, para imaginar, comprender o interpretar. Ofrecen a cambio algo, algo ganado por el propio espectador, un concepto y una emoción extrañas y poderosas. Aunque a veces nada de todo eso sucede, a veces su cine se pierde en el tiempo entre dos planos y no podemos agarrarnos a él, o somos nosotros quien no sabemos encontrar el lenguaje compartido. En 2010, su film Uncle Boonmee who can recall his past lives ganó la Palma de Oro en Cannes. Tras Mekong Hotel regresa con esta historia de soldados afectados por un sueño incesante que duermen en una escuela reconvertida en hospital, donde son cuidados por familiares o voluntarios. Entre esos voluntarios se encuentra Jenjira, que se encarga del soldado Itt. El título en inglés ofrece mejor información sobre la película: Love in Khon Kaen, desvelando la ambigua relación que crece entre ambos personajes. Una de las mejores bazas de la propuesta es la médium que dice conectar el mundo de los espíritus con el real y cómo se produce esa conexión, siempre a través de la palabra. Una palabra que narra y así crea un mundo dentro del mundo. Palabra que, al mismo tiempo, pone en duda la realidad de la visión y la condición misma de realidad de la materia que nos circunda.
¿Invención supersticiosa o verdadero misterio? El director no busca despejar la duda, trata de plantear la pregunta. Integra el fantástico en lo cotidiano hasta lo indivisible y, entre imágenes equívocas y significados velados, nos propone una alucinación colectiva como la del cuento de "El traje nuevo del emperador", aunque la película no busca engañar a nadie, sino darnos alas para que, también nosotros, podamos contemplar ese cementerio de reyes en lucha que controla las vidas de los vivos, ajenos a la fantástica realidad de la existencia.
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