A lo largo de estos días hemos oído hablar mucho de la meritocracia. Dice el diccionario que meritocracia es “Sistema de gobierno en el que el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos”. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cuáles son los baremos que rigen para determinar la capacidad suficiente y necesaria para detentar el poder? Aquí surge el problema. A raíz del nombramiento de Marta Ortega como presidenta del grupo Inditex, se han desatado tanto los medios de comunicación como la opinión pública, que, como siempre, han abierto la caja de los truenos tanto a favor como en contra de dicha decisión. Todos los dictámenes que toma el mayor empresario español, tanto en su vida profesional o familiar, son analizados y cuestionados por el resto de los españoles, casi siempre basados en el pertinaz pecado nacional de la envidia. A mi personalmente me parece que nos hemos pasado tres pueblos en este caso. Por la cuenta que le trae al consejo de administración de la empresa gallega, habrá dejado las riendas de la misma en la persona más idónea, basándose en la preparación adecuada recibida por la flamante directora a lo largo de muchos años de estudio y de prácticas, en España y el extranjero, dentro y fuera de la empresa. La meritocracia es un concepto a analizar. ¿Cómo se adquieren los méritos? A las pruebas me remito. En el aspecto político, la mayoría de las veces, a base de meterse en un partido, adhesiones inquebrantables y saber arrimarse al sol que más calienta. Después hacer una serie de cursos –bien financiados- que propician conocer y ser conocidos en los ámbitos adecuados. En el resto de las profesiones se ha abandonado el procedimiento para medrar basado en el nepotismo. Queramos o no, la universidad filtra las capacidades y prima los conocimientos cara al ingreso en la actividad docente, industrial, empresarial o de investigación. Todos sabemos que cuando se deja una empresa en manos de los familiares cuyo único mérito y preparación se ha basado en ser hijo de, esposo de o cuñado de, acaban desapareciendo con el tiempo. Los antiguos decían que los padres creaban los negocios, los hijos los mantenían y los nietos los machacaban. Hoy en día, los empresarios suelen elegir a los mejores. Mi experiencia con la herencia es muy simple. Mi padre me dejó a su fallecimiento una excelente formación, un piso alquilado, dos maletas llenas de muestras y una vida basada en el trabajo y la honradez. Tan solo tuve que imitarle, trabajar mucho y poder mirar a todos con la cara descubierta. A mis hijos he procurado dejarles lo mismo. Una formación –mientras la han necesitado-, una familia en la que apoyarse y un conocimiento profundo de los valores humanos. Así que la meritocracia es factible cuando se cuenta con un mínimo de apoyo y mucho de esfuerzo. Lo que tenemos que aceptar es que no todos los self made man tienen que ser brillantes. La buena noticia se produce cuando cada uno de los seres humanos cae en la cuenta que lo más importante no es tener más que, ni ser más que, sino en ser más yo mismo. Y olvidarse de los agravios comparativos.
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