El 28 de diciembre se conmemora la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén. Esta orden fue dictada por el rey Herodes el Grande para evitar que el niño Jesús llegara a convertirse en rey de reyes. Este día es conocido en la Iglesia católica como la fiesta de los Santos Inocentes en conmemoración al «gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes», recordó el papa Francisco en 2016.
La Iglesia venera oficialmente a estos niños mártires desde el siglo IV. En su transcurso en el tiempo, «parece que ácia el siglo nono se la hizo Fiesta de precepto, de oir Misa y no trabajar, especialmente en el Imperio de Occidente», señala la Historia de las fiestas de la Iglesia, publicación del siglo XVIII. En el siglo XVI el papa san Pío V enmarca esta veneración en el grado litúrgico de segunda clase en su Breviario del año 1568. Actualmente esta calificación se corresponde al concepto de fiesta. Ya en el Sacramentario de Toledo del siglo XII se recoge la celebración de los Santos Inocentes. Y en el calendario del Misal toledano del año 1499 se recoge como fiesta de precepto el Sanctorum innocentum.
A fecha de hoy, la celebración de la fiesta de los Santos Inocentes se encuentra dentro del tiempo litúrgico de la Navidad que se inicia el 25 de diciembre con el nacimiento de Jesús y finaliza el 6 de enero.
En relación al color litúrgico, Mario Righetti en su libro Los colores litúrgicos nos señala que este será el negro, ya que es el color «relacionado con el dolor y la penitencia, se emplea en las misas de difuntos, así como en el tiempo de Adviento, en la fiesta de los Santos Inocentes, y desde Septuagésima a Pascua». Sin embargo, el autor recoge, también, que en la fiesta de los Santos Inocentes «algunos piensan que deben usarse vestiduras» rojas por tratarse de la conmemoración de un martirio, aunque, «actualmente, sin embargo, utilizamos el morado», afirma el liturgista Righetti.
Esta clasificación de fiesta corresponde al segundo grado en importancia de las celebraciones litúrgicas de un total de tres, solemnidades, fiestas y memorias, tal y como recogen las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, aprobadas tras el Concilio Vaticano II.
|