Es el de los que discrepan, del orden establecido, que se creen ingeniosos y de largo recorrido.
Yo, sin embargo, los veo con “luces cortas”, perdidos, queriendo enmendarlo todo y provocando conflictos.
Por eso, cuando conversan sobre el mundo de los críos, hablan de “niños y niñas” en vez de decir: los niños.
Otros, “jóvenes” dirán, en este lenguaje ambiguo, que es chocanteal escribir y, mucho peor, al oírlo.
Algunos al dirigirse, a un nutrido colectivo, en lugar de decir todos dicen “todes”, ¡tan tranquilos!
Los hay que viven pensando, sustituir protegido, por “persona protegida” ¡dos vocablos femeninos!
Y hay algunos seguidores, de este lenguaje atrevido, que no emplean ni las ni los; “les” lo creen más propicio.
Y hasta osarán, cualquier día, canjear lo de inclusivo, por “virtud para incluir” para no causar “heridos”.
Yo obedezco a la Academia, y por sus normas me rijo, pues limpia y fija el idioma y le da un intenso brillo.
¡Que sigan sus partidarios, con el lenguaje inclusivo, yo seguiré como siempre: a la Academia adherido!
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