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Pornografía y violencia contra la mujer

Habiendo abandonado a Dios, la relación hombre-mujer se ha pervertido y ha dado paso a la crueldad que se ejerce sobre ella
Octavi Pereña
lunes, 16 de noviembre de 2015, 23:27 h (CET)
El problema de la violencia contra la mujer nace cuando se la cosifica. El Centro Dolors Piera de Igualdad de Oportunidades y Promoción de las Mujeres de Lleida, expresa así este hecho:”Cosificar a la mujer significa hacer uso de ella o de su imagen para finalidades que no la dignifican como mujer ni como ser humano. La forma más frecuente de cosificación de la mujer es la cosificación sexual: convirtiéndola en un objeto sexual a disposición del hombre. Son objetos de cosificación los anuncios impresos, televisivos y de otro tipo en los que se expone a la mujer como un mero objeto para ser explotado y expuesto al lado de herramientas, puros, tractores, automóviles, desodorantes y un largo etcétera de productos que las empresas desean vender”. “No es un discurso nuevo, es el discurso de hace siglos propio de los humanos que ven a las mujeres como un objeto sexual que deben hacer lo que ellos digan para satisfacerlos, porque su deseos prevalecen por encima de los de ellas” (Miguel Llorente), experto en violencia de genero). La escritora Dacia Maraini dice que la violencia contra la mujer “no deberíamos llamarla machista en el sentido que el hombre no nace así, sino que se hace por culpa de una cultura mediática que incita la violencia”. Discrepo de esta declaración porque exculpa al hombre de sus actos violentos y traspasa la responsabilidad a “una cultura mediática que incita la violencia”. La pegunta que es pertinente hacernos es: ¿Quién crea la cultura mediática que incita la violencia? No viene de París como decimos a los niños cuando no queremos decirles la verdad sobre su origen. La crea el hombre que tiene un corazón inclinado al mal y esta maldad le impulsa a cosificar a la mujer, a considerarla un ser inferior que debe doblarse a sus deseos. Aquí entra la pornografía que alimenta deseos lujuriosos que jamás puede satisfacer porque siempre son más exigentes. La pornografía sabe pasar desapercibida, pero es muy poderosa y su influencia en la cultura es tanta que aún cuando no se sea consumidor directo de ella se ha infiltrado en nuestras mentes contaminándolas con su veneno lujurioso, enseñándonos como deben ser nuestros cuerpos y como debemos utilizarlos.

El consumo de porno empieza en la infancia-adolescencia de manera paulatina. Antes con una revista que se escondía debajo del colchón que en secreto se ojeaba. Ahora, con Internet al alcance de niños y adolescentes. Como dice Oghosa Ovienriba: “Veía tanto porno que las película de porno blando me aburrían. Ya no sentía el zum-zum que notaba cuando empecé a verlas. De hecho, su contenido no me decía nada. Fui del porno blando a material más peligroso, para alcanzar el pic que necesitaba”. Este procesa lleva a que los productores de porno ofrezcan violencia más fuerte y furiosa de manera que aquellos que consideran el porno como un entretenimiento legítimo se ven obligados a cuestionar la escalada de agresiones contra la mujer.

El 23 de septiembre de 1993 el Parlamento europeo se reunió para debatir el tema de la pornografía, entre otras cosas dijo: “La pornografía es una forma de violencia sexual ejercida contra las mujeres debido a que promueve una imagen de la mujer estereotipada enalteciendo la violencia y/o la degradación y atenta contra la condición y calidad de vida de las mujeres, e incluso menosprecia sus derechos básicos”.

Se podrá escribir un montón de libros que traten la violencia que el porno despierta contra la mujer. Que se denuncien los efectos que produce no significa que se destruya la raíz que los produce. Basta con ver las resultados que producen las numerosas manifestaciones de protesta contra la violencia machista que se hacen después de cada nuevo ataque que tiene el honor de acaparar páginas y espacio en los medios de comunicación, sin dar solución al problema.

Dado que existe consenso en que la cosificación de la mujer es la causa de la violencia que se ejerce en contra suya debemos ir a buscar la causa de que se la cosifique. El origen del mal es el pecado que en esencia es desobediencia a Dios. Debido al pecado de desobediencia de Adán, padre de toda la humanidad, su descendencia es concebida en pecado y, el pecado, entre otras cosas ejerce el poder de distorsionar las relaciones entre hombre y mujer, que en un principio eran excelentes. Según la Palabra de Dios el sexo solamente es legítimo en el matrimonio y que su relación es jerárquica: “Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor” (Efesios 5:22). La subordinación de la esposa al marido no es a cualquier precio, debe ser como al Señor. “Porque el marido es cabeza de la mujer , así como Cristo es la cabeza de la iglesia, y Él es su Salvador” (v.23). Este texto expone que la relación marido-esposa es una figura de la relación de Cristo con la iglesia. Siendo Cristo el Salvador de la iglesia el marido debe comportarse con su mujer como su salvador. El texto sigue diciendo: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v.25). Al final del texto que hace referencia a las relaciones conyugales el apóstol escribe: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo, y la mujer respete al marido” (v33).

El texto Efesios 5:21-33 va dirigido a los verdaderos cristianos que saben que es el perdón de sus pecado por la fe en Cristo. Pero, como sea que los conyugues cristianos siguen siendo pecadores el apóstol debe recordarles cual debe ser su conducta como esposos. Hoy, las relaciones conyugales no son lo que deberían ser pero teniendo presente lo que dice la Escritura y con la ayuda del Espíritu santo dan marcha atrás cuando el río amenaza con desbordarse: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a su iglesia” (vv.28,29).

Referente al tema que nos ocupa los maridos y los hombres verdaderamente cristianos no ven a las mujeres como objetos sexuales que deben doblarse a sus antojos, sino “dando honor a la mujer como vaso más frágil” (1 Pedro 3:7).

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