Disfruté grandemente leyendo el libro «Escritos Libertarios», de Georges Brassens, editado por Pepitas, una singular editorial que nos proporciona multitud de lecturas fascinantes y difíciles de encontrar, en formatos librescos de lo más artesanamente logrados. Pepitas es una editorial de culto, sin duda.
Brassens fue un libertario sin ambages y, por consiguiente, un prepunk, pues sus letras de canciones portan incendiarios mensajes si bien administrados previa cubrición con el velo de un tul de ironía unas veces más sutil que otras. Su acracia se deja notar fundamentalmente en el desagrado que manifiesta hacia toda autoridad (eclesial, policial, militar…) y en la animadversión hacia las convenciones que acostumbró a poner en liza. Asimismo, el cantor francés se manejó en un idealismo libertario patente en anécdotas como las que nos refería Javier Krahe (émulo por excelencia del transalpino cantautor) en un apunte previo a su propio libro de canciones: «No llegué a conocer a Georges Brassens. Tengo varias biografías suyas repletas de datos que no dicen gran cosa, excepto quizás que siempre iba en vespa y que cuando era ya famoso, al enterarse de que pretendían derrumbar el barrio en el que vivió de pobre, lo compro y se lo regaló a los vecinos…».
Krahe, dice haber conocido más afinadamente a Brassens a través de sus libros de letras de canciones que leyendo las biografías al uso de este.
Del prólogo al libro de Diego Luis Sanromán obtenemos datos que nos predisponen hacia lo que encontraremos en los breves e incendiarios textos de carácter columnístico que son acogidos en el libro que nos ocupa: como que el veinteañero Brassens viviera en una suerte de comunidad libertaria; cinco años antes había llegado a París alojándose en casa de su tía, que tenía un piano que lo marcaría. Empezó entonces a trabajar para la Renault. Eran los tiempos de la ocupación alemana. Brassens tenía vocación literaria, pero, en principio, era un escritor agenérico, escribía poemas, canciones o textos indefinidos. Terminada la Gerra comenzó a escribir textos para «Le Libertaire», periódico de la Federación Anarquista. Brassens escribirá bajo seudónimo, cosa frecuente en la prensa anarquista de aquel tiempo.
Se suele decir que los poetas, cuando se dan a la prosa, sin pretenderlo, hacen brotar en sus escritos prosísticos, en cierta manera, destellos de lirismo (en fondo y forma), cosa que se da en Brassens, quien se maneja con los giros irónicos habituales en sus tonadas. Le da fuerte al circunloquio en aras de otorgar suaves tintes coñones a lo expresado. Véase el siguiente pasaje que culmina en litotes: «“Dios es un escándalo”, dijo Baudelaire un día. Y añadió de inmediato: “pero un escándalo rentable”./ La peregrinación a Lourdes no ha demostrado la falsedad de esta aseveración» (p. 33). He aquí otro ejemplo en la misma dirección: «Y es cuando asegura que, para abrirse camino en la profesión de madero, no es en absoluto necesario estar en disposición de un intelecto avanzado» (p. 36).
Brassens concordaba con los grandes teóricos del anarquismo en muchos de los principales preceptos que aquellos enunciaron, cosa que queda de manifiesto en esta rareza libresca que, sin duda, habría engrosado los anaqueles de la biblioteca personal de Krahe.
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