Los adelantos de la ciencia y la alimentación más adecuada han permitido que las nuevas generaciones hayan podido alcanzar unas edades más avanzadas a lo largo del último centenar de años.
En los tiempos de mi niñez veíamos a los mayores de cincuenta años como unos señores mayorcísimos. Tan solo conocí a mi abuela materna y la recuerdo totalmente sometida a una ancianidad impropia de los setenta años y con muchas dificultades para valerse. El resto de mis abuelos habían fallecido con apenas sesenta años.
A lo largo de la historia la situación ha variado de una forma extraordinaria. Podemos ver a personas que han superado los tres cuartos de siglo en una forma espléndida, así como casos especiales como los que llaman mi atención en el día de hoy.
Se trata de mi comadre Teresa y mi suegra Encarna. La primera ha cumplido 96 años y la segunda 95. Teresa sigue siendo la matriarca de un montón de familia que la rodea y la adora como se merece. Le van fallando algunas cositas pero sigue valorando la amistad y la institución familiar de un modo ejemplar de la que tenemos que aprender cuantos la tratamos.
Lo de mi suegra Encarna es harina de otro costal. Una luchadora que fue madre joven. Cuatro hijos, abuela temprana de veinte nietos y bisabuela a gogó. Le falta muy poco para dejar la tarjeta “bisa” (de bisabuela) y alcanzar la de tatarabuela. Convive con nosotros grandes temporadas y no deja pasar sus cuatro comidas diarias, -su copita de moscatel-, su ganchillo, su punto, las partidas de “conti” y algún bingo si alguien la acompaña. Todo ello mientras desde la terraza otea la playa y lleva el control de las mareas y los bañistas.
Hace un par de años tuvimos un problema “importante” con ella. Tuvimos que quitarle el coche y confinarle el carnet de conducir que los de tráfico se lo renovaban año tras año. Pensábamos, creo que indebidamente, que podía crear algún problema en su discurrir por las carreteras a su libre albedrío.
Genio, figura y ejemplo para las futuras generaciones. Mujeres nacidas alrededor de la maldita guerra incivil y que han aguantado carretas y carretones, lo que les ha hecho casi invencibles. Mujeres independientes que tiran de tarjeta de crédito apenas te despistas en un restaurante, que siempre tienen esos billetillos a mano para atender a los nietos y bisnietos, que saben que tienen una especie de cajero automático que suelta monedas a cambio de visitas y de zalemas.
Cuando sea mayor. Es decir ya. Me gustaría parecerme a Teresa y Encarna. Unas auténticas chicas de oro.
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