Buena parte de los estudiosos sobre el fenómeno de la emigración extremeña coincidimos en señalar que la diáspora constituye el mayor drama histórico-social de nuestra región. Una emigración, arrancada y extraída fundamentalmente a partir de los años sesenta, que se fue llevando por delante una riada, de unos seiscientos mil paisanos, ante la desatención al mundo agrícola y ganadero, principal fuente de vida en los pueblos extremeños, que se veían obligados a salir de sus municipios, de sucampo, de su mundo, para emprender la cruda y larga travesía migratoria.
Un panorama en el que Extremadura se vio involucrada desde el comienzo de los planes desarrollistas que distanciaban de forma notoria a unas y otras regiones y gentes, de forma cruel para las más desatendidas, como es el caso de nuestra tierra, cuyos jóvenes, los brazos más fuertes y pilares del futuro, marchaban en legiones para posibilitar la mayor prosperidad a otras regiones --¿dónde el principio de igualdad?-- con sus angustias y adversidades en el alma de la distancia.
Extremadura, eminentemente agrícola y ganadera, sufría la angustia de privaciones y sufrimientos, de abandonos y marginaciones, de ver cómo sus expectativas de futuro, se encontraban obligadas a rendirse ante las injustas imposiciones desde los poderes centrales. Lo de siempre. Con la marcha de los jóvenes tras el servicio militar, la tragedia de los adioses, el desgarro y resquebrajamiento familiar, la despoblación y desertización de nuestros pueblos, el largo y casi eterno adiós, la decadencia paulatina de los municipios, envejeciendo y perdiendo a marchas forzadas, una parte de su historia. El patrimonio moral adquirido por los emigrantes entre sus andanzas y ocupaciones, la riqueza costumbrista y tradicional, la pérdida de parte del patrimonio cultural, cambiándola, por imposición y necesidad imperativa, por una aventura lejana, arriesgada y de la que muy pocos, apenas un mínimo puñado, regresaría.
Los nuevos emigrantes eran esforzados luchadores del siglo XX, trabajadores que mamaron de sus antepasados la cultura del esfuerzo y las penurias, el hambre y la adaptación a los cambios sociales, en casas de angustias y pensiones de mala muerte, sin tertulias vecinales, sin ganado callejero, sin charlas inveteradas, sin tutes subastados, sin ferias ganaderas, sin celebraciones populares, entre un rosario de sacrificios y esfuerzos, remitiendo el sustento familiar a las mujeres y los padres, como un cordón umbilical entre los emigrantes y quienes permanecían en el pueblo.
Atrás quedaban lejos, muy lejos, sus historias humanas, mientras los municipios extremeños se desangraban hasta una situación estremecedora. Ahí están las cifras y los resultados de la emigración, que, con frecuencia, podemos leer en la prensa.
La tragedia migratoria que devoró a Extremadura. Y que, a pesar de los pesares, continúa devorándola por esa enormediferencia socioeconómica, industrial, existente entre unas y otras regiones y que, para no engañarnos, se irían agigantando a extremos abismales entre unas y otras Comunidades Autónomas. Y que, al disponer de más población, industrias y capacidad de vertebración e industrias gozan de muchas más ayudas, prerrogativas, vías de desarrollo, progreso y distanciamiento económico, industrial, tecnológico, humano, entre autonomías de primera, de segunda y, quizás, hasta de tercera división.
Coge, lector, cualquier estadística de índices comparativos en la España de hoy y, sencillamente, sigue con atención la línea de las gráficas y detente en la variabilidad de la Extremadura de ayer, de hoy, y, si me apuras, de mañana.
¿Qué se hizo por los emigrantes desde las esferas oficiales de Extremadura? No nos engañemos. Poco. Una tierra con nuestros déficits y problemáticas, con nuestras carencias, con tantos desaires, con el conformismo habitual, disponía de pocas salidas. Pero, sobre todo se tejió, lamentablemente, una estructura que no fue capaz de hilvanar, apenas, unas pequeñas y escasas vías que no representaban las dinámicas ni problemáticas de los emigrantes.
Se hizo, si no el silencio político total, cuasi. El maldito mutismo, indiferencia o pasotismo político que todo lo engulle vergonzosa, vertiginosamente. Se daba paso, pues, al transformismo del silencio como una especie de inseguridad y de miedo a trabajar en nuevos planes desde los aterciopelados sillones políticos y jugarse el tipo, por intereses de diferentes planteamientos.
Quisiera creer que el inteligente lector, me entiende. ¿Por qué? Una emigración tan gigantesca, como la del pueblo extremeño, no es el fruto casual de unas circunstancias excepcionales. Sino que se basaen coordenadas de estudio que se van cumpliendo, lamentablemente, contra la buena voluntad popular de nuestras gentes. Tan arraigadas, por otra parte, en su identidad...
Al fondo de la inmensidad en el paisaje extremeño quedan desparramados pueblos y más pueblos, desangrados, con decenas de miles de paisanos, con nombres y apellidos que pasaron a levantar, porque el destino es así, el crecimiento de otras Comunidades Autónomas más potentes que la nuestra. Un ejemplo siempre, el de Extremadura, de bondad, de entrega, de nobleza…
Hoy, lamentable, penosamente, la población de la Comunidad Autónoma de Extremadura se encuentra en niveles similares a los de los años veinte de la pasada centuria. A ver si un día el árbol de la siembra, entre tantas desesperanzas, crece de modo generoso entre encinares, olivares, alcornocales, higueras extremeñas, por cuyos senderos se pierden muchos esquemas de futuro, muchas generaciones y muchos anhelos. Se necesita tanto, que seguiremos esperando…
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