Hay personas que tienen suerte. A pesar de los tiempos que corren aún tienen certezas. Leemos que una militante pesoista que en su tiempo disfrutó de cargos institucionales, deja el PSOE porque no comparte los criterios con los que el gobierno está desarrollando una determinada ley.
No desvelamos ni el nombre de la ley ni el de la militante defraudada porque no son el objeto del presente escrito. Como ahora se dice, respetamos sus opiniones y decisiones, aunque no las compartamos (aseveración que incluso se hace cuando se tratan de asuntos como la xenofobia, el racismo o la aporofobia).
¿Y qué no compartimos? Simplemente esa coletilla de que nunca dejará de ser socialista. ¿Acaso afirmamos que salir del Psoe impide seguir siendo socialista? En absoluto. Se puede ser socialista dentro y fuera del Psoe (quizás más, fuera). Lo que ponemos en duda es que esa organización sea verdaderamente socialista. No haber tocado un programa máximo no significa que este tenga alguna virtualidad. Que en los congresos se disparen las emociones y se multiplique la simbología tampoco significa nada. Desde hace años el Psoe ha tomado unos derroteros que le permiten estar en ambas orillas del río sin zambullirse en él. También hace muchos años que la militancia del Psoe renunció a su labor de crítica interna y de corrección de los cambios de rumbo incongruentes. Con las técnicas modernas de propaganda, era prácticamente la única función que le quedaba.
Es normal que lo antedicho haya sucedido. El primer misil que se disparó a la línea de flotación de los principios fue la de abandonar la formación de los militantes. Se podrá decir que eso no es sintomático de nada, que se podría dar una formación distinta destinada a cambiar el rumbo. Por supuesto, pero entonces quedaría patente el cambio con las consiguientes resistencias. Incluso surgirían diatribas. De las asambleas, mejor no decir nada: instrumentos para en la mayoría de los casos ratificar lo decidido en las instancias superiores. Lo mismo ocurre con la ausencia de una prensa propia. A veces da la sensación de que la mayoría de las organizaciones políticas le tienen fobia a los archivos y a Gutenberg.
Si de verdad quisiéramos saber si una organización, un país, son progresistas, miraríamos su nivel de formación, de educación, de cultura. No hay mayor dictadura que la del adocenamiento de los pueblos. Se criticaban los congresos a la búlgara, pero ¿qué otra cosa ocurre ahora en los congresos, en las tertulias, en las fuentes primarias de información?
Un contertulio decía el otro día, en una cadena privada de ámbito nacional, que se tuvo que entrar en la Otan porque se nos amenazó con la separación de las Islas Canarias. Es creíble; en cuanto se entró en la organización atlantista Cubillo desapareció del mapa político. Un caso similar al de la Marcha Verde en el Sáhara. Pero esta atonía política e histórica a la que estamos sometidos no nos permite indignarnos.
Volviendo al comienzo, el caso de la exmilitante defraudada no es nuevo. Hace unos meses otro militante que había sido uno de los aspirantes a representar al Psoe – A en las elecciones de Andalucía se quejaba en un medio nacional de la situación del partido. Baste decir que tildaba a Juan Espadas, candidato oficial a dichas elecciones, de “mix de social-liberalismo y socialcristianismo” y a “Susana Díaz de socialcristianismo”. Correcto, pero, ¿de repente se ha hecho la luz en dichos militantes? ¿Hasta ahora no se habían dado cuenta de que las cosas ya no son lo que aparentan? ¿Qué entendían que era el socialismo? ¿No se han producido hechos, acciones, decisiones, alineamientos bastante más graves para que despertaran y se preguntaran a dónde iban?
Se llenan la boca enfáticamente de socialismo, pero ¿qué es para ellos el socialismo? ¿La empresa privada, la anatemización de los bancos públicos? ¿La reducción de las empresas públicas? ¿El libre mercado mientras EE.UU. quiere? ¿El alineamiento con dictaduras porque están del lado “bueno” según los cánones? ¿Estar con unas guerras y contra otras sin saber cuál es la diferencia? ¿Las siete guerras de Obama incongruentes con su premio Nobel de la Paz?
Y en realidad no los culpamos. Es tal la confusión que los grandes poderes han introducido en las ideas que tememos que la congruencia sea una de esas palabras que cada periodo de tiempo la Academia de la Lengua retira del diccionario. Resultaría curiosa una encuesta en la que se preguntara a ese tipo de militantes qué es para ellos la socialización de los medios de producción, transporte y cambio. El no alineamiento de las naciones. La no delegación de la soberanía nacional en instancias exteriores. La defensa de la economía real frente a la economía financiarista.
Y no se está diciendo que estas opciones sean posibles. No lo sabemos en cuanto que nunca se han intentado. Lo que se critica es que las cosas no sean lo que se proclama. Si las siglas no se corresponden con los contenidos, se cambian. Lo que no se puede ser es el perro del hortelano, que no come ni deja comer.
No significa todo esto que la derecha sea distinta y tenga razón. Ni los patriotas ni los cristianos son lo que proclaman. Harían bien en mirarse en el espejo de ciertas izquierdas para verse a sí mismas. Seguramente hay mucho derechista que no sabe que en el buque insignia del sistema de este lado (EE.UU.) pugnan tres fuerzas: los neoconservadores, aliados a los halcones liberales, y los aislacionistas. ¿Sabrían por quién optar?
Un ejemplo de su despiste son los ataques que realizan (cada vez más tenues) contra Felipe González. Nunca olvidaremos las palabras, hace tiempo, de González Pons, eurodiputado del PP: “Yo voté a Felipe González, y no me arrepiento”. Por supuesto. ¿Han reflexionado alguna vez sobre este tipo de cosas esos militantes frustrados?
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