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Titiritetuán

Respecto a esos titiriteros que nunca vemos
Ángel Pontones Moreno
martes, 9 de febrero de 2016, 07:58 h (CET)
El fuego se extendió tan raudo que a las pocas horas era posible distinguirlo desde muchos puntos del espectro político. Como sucedía últimamente con cualquier minucia, los primeros bomberos que llegaron a la zona de Tetuán no tenían intención alguna de luchar contra las llamas, y de hecho hay quien asegura que dedicaron sus esfuerzos a conectar todas sus mangueras a un surtidor de gasolina cercano antes que a cualquiera de las bocas de riego. El incendio, ayudado por el viento de poniente de la actualidad, convirtió a todos los anteriores en simples chispas, y los esfuerzos denodados de otros bomberos que si querían extinguirlo solo consiguieron mantener un punto muerto en aquel frente infernal que llegaba desde el mismo retablo de títeres hasta el majestuoso edificio del ayuntamiento, pasando por el Juzgado Central de Instrucción. El humo denso y oscuro como el que produciría una hoguera de neumáticos, se mezclaba con los ocasionales lamentos que producía el continuo crepitar de la madera hinchada, y ocultaba a los ojos mucho más de lo que habitualmente desearíamos perder de vista.

En particular esos hilos que crecen a la espalda de casi todo quisqui, desde opinadores, legisladores, gestores, jaboneadores, fatalistas, y evidentemente actores. Esos hilos que desaparecen en lo alto, donde ni la vista más aguda puede distinguir las manos que los mueven.

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En la antigüedad, a quienes querían confirmar la veracidad de sus actos, se les sometía a la prueba de poner las manos en el fuego. Actualmente esta frase se suele utilizar para manifestar una plena confianza en alguien y dar testimonio de su honradez.

España legalizó el divorcio en 1981, bajo el gobierno de UCD de Leopoldo Calvo-Sotelo, esta ley marcó un hito en la sociedad española, que hasta entonces había estado regida por una fuerte influencia de la Iglesia Católica, una tradición conservadora y que para nada aceptaban las familias, era como una mancha, hasta les apartaban de cualquier reunión, incluso les estaba prohibido confesar y comulgar.

Pedro Sánchez, como egoísta, busca su acomodo obrando de manera incompatible con la decencia limpia y exigible a este rufián: el nuevo Quasimodo.

 
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