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Taurinos y cazadores, muy nerviosos

O cómo el Caballo Cónsul de Calígula perdió el título del más ridículo
Julio Ortega Fraile
viernes, 12 de febrero de 2016, 08:29 h (CET)
Están nerviosos. Pero no un poco, no se trata de esa inquietud molesta aunque leve al fin por ejemplo antes de un examen sino de una ansiedad intensa y duradera, las canillas a lo San Vito en la puerta del director presintiendo expediente de expulsión. Ven que cada vez controlan menos la situación, se saben día a día más vulnerables y su incertidumbre es creciente, así que su pensamiento se ve asaltado por un estado de amenaza que les está sacando de sus casillas. Diría que les observo bastante histéricos. Hablo de taurinos y cazadores.

Pero realmente está mal llamarlo ansiedad ya que ésta se suele basar en asunciones falsas o razonamientos inadecuados acerca del daño potencial que se percibe y en este caso ese perjuicio (para ellos, porque es un bien colectivo) es absolutamente real y sus temores gozan de pleno fundamento. Creo que quedaría mejor decir miedo. Aún no se les acabó el chollo, ni el material ni el moral pero ambos les van menguando. Les crecen tanto las dificultades para seguir haciendo lo que hacen como el rechazo social, al tiempo que van encogiendo los lugares donde perpetrar sus crímenes de forma legal, el apoyo de la Administración y la continuidad en la afición a sus canalladas.

Y yo confieso que me lo estoy pasando bastante bien con su desazón. Más que con ella con la cantidad de estulticias que dicen y hacen en un desesperado afán de que sobreviva su faceta sanguinaria, eso incluye fantochadas –algunas muy peligrosas-, más mentiras –todavía-, proselitismo infructuoso o amenazas, entre otras lindezas. Sí, habita en mí un puntito de maldad pero tiene buen fondo, no es un que te haga gracia cuando alguien resbala y se cae en la calle, es la risilla si el que se despatarra sobre la acera lo hace después de darle un tirón a una viejecita y al salir huyendo se estampa contra una farola.

Hay muchas maneras de hacer el ridículo pero las de esta gente van hasta el infinito y más allá. La mala noticia, el dolor que cercena la risa es que lo que hay más allá son animales sometidos al sufrimiento físico y psíquico, a la tortura hasta la muerte, a la agonía de minutos o días y también humanos, sobre todo esos que el Estado jura proteger con singular esfuerzo, una infancia especialmente vulnerable a los que por parte de estos gremios siniestros y de sus (pocos) palmeros en la ciudadanía, en los medios de comunicación o en los gobiernos se les traslada un mensaje de normalización de la violencia.

Porque a ver, miremos hacia atrás, como el caco justo antes de comerse el poste de la luz para comprobar si alguien le perseguía, ¿cuántas de esas cosas que ahora idean, dicen y realizan consideraban necesario idear, decir y realizar escopeteros o taurófilos hace unos cuantos años? En época de bonanza e impunidad para qué romper a martillazos los discos duros de la ciencia, para qué hacer campaña en las escuelas, para qué amenazar o demonizar al adversario si se cuenta con mayoría absoluta, para qué decirse entre ellos “seamos fuertes” si saben que lo son. Para qué ir a buscar en autobuses gente en las residencias de ancianos y regalarles bocadillo y papeleta, de entrada, conocedores de que sin necesidad de hacerlo iban a tener lleno.

Pero eso cambió, como tantas cosas terribles lo han ido haciendo a lo largo de la historia, al menos legalmente. Ya no se permite la esclavitud, no se queman brujas y herejes en las hogueras, no se encierra en una mazmorra a los epilépticos por endemoniados, se acabó el derecho de pernada o la supremacía de los derechos del macho humano sobre la hembra humana, ya no se queman gatos negros, las peleas de perros se prohibieron y un profesor no puede pegar a sus alumnos ni empalmar un cigarro tras otro mientras les imparte clase, o es posible sentar en el banquillo a un miembro de la familia real. Yo ya no puedo coger el coche después de tomarme tres copas de Somontano y un chupito de orujo de hierbas. Y si no fuese por eso, porque las cosas aunque de forma exasperadamente lenta se van transformando seguiríamos instalados en una ética y justicia medievales cuyas consecuencias creo que ninguno desearíamos para nosotros, ni siquiera Juan José Padilla o Santiago Iturmendi. Pero si los damnificados van a ser otros entonces esta gente la reclaman en su concepción piramidal, selectiva y especista del mundo. Digamos que les encantaba saberse sentados en la parte ancha del embudo y ahora que, despacito, el diámetro de ambas bocas comienza a igualarse les escuecen las posaderas como si les hubieran soltado en ellas un cartucho de postas o se les hubiese clavado una banderilla. Duele, ¿verdad? Pues imaginaos cuánto para quienes esas heridas no son morales sino físicas, de las que no liberan rabia sino sangre.

¿Ejemplos?, muchos, así que sólo repasaré unos pocos, no hacen falta más para que quede constancia de los síntomas que presentan: palpitaciones mediáticas, rigidez cognitiva, pérdida de control o irritabilidad entre otros.

Dirigiéndose a los animalistas: “Indocumentados, fanáticos morales, mediocres intelectuales, mamarrachos, indignos. ¡Hasta nunca, majaderos!” (Antonio Díaz Reyes, cazador, escritor y editor). ¿Verdad que antes no les hacía falta insultar? No estaba mal vista la caza y no se había empezado a prohibir en otros países como ahora.

Visitas organizadas de escolares a la plazas de toros, iniciativa “Toros para niños”, regalos a los más pequeños con motivos taurinos, capotes incluidos, importantes descuentos a los jóvenes en entradas para corridas. ¿Cómo dicen ellos?: “el segundo espectáculo de masas en España”. ¿Alguien entiende que los que aseguran que van justito detrás del fútbol en afición tengan casi que mendigar que los chavales les hagan caso? Sí, puede que hace sesenta años muchos críos soñasen con ser toreros pero eso, limosneros de luces, ya no es así afortunadamente.

Y si los taurinos se van de gira escolar con bolsas de gominolas entre sus archiperres de torturar y matar los cazadores no iban a ser menos: “Cazador por un día”, iniciativa pagada con 300000 euros de los presupuestos por la Junta de Medio Ambiente de la Comunidad de Castilla y León y protagonizada por la Federación de Caza de esa Comunidad, que los llevó a pordiosear por las AMPAS de los colegios para hablarles a los niños de las bondades de la caza. Si muchos de estos gatilleros ya no convencen ni a sus propios hijos para salir con ellos al monte a matar, crudo lo llevan con los que no lo son pero claro, algo habrá que intentar cuando en unos pocos años el número de licencias de caza ha disminuido casi a la mitad. Y bajando, oiga.

Toreros que insultan al Defensor del Menor por ponerlos en manos de la fiscalía al torear con su hija bebé en brazos. Sí, antes también lo hacían pero en aquel entonces no había defensor del menor, las autoridades lo aplaudían y los ciudadanos los jaleaban, ahora ya no. Cuesta mucho más ser un héroe en un pueblo donde la ignorancia va desapareciendo.

¿Y el partido político que intentaron fundar los cazadores? Eso es buenísimo. No sabemos si luego habría escisiones: por un lado los de caza menor, por otro los de mayor, los galgueros a su aire, los de caza con arco al suyo y los furtivos constituidos en rama dura. Eh, que no es coña, que lo montaron hace más de veinte años y en 1994 se presentaron a las elecciones con él. Partido para la Defensa de la Caza y Pesca (PDCYP) se llamaba. Obtuvieron 29025 votos en un momento en el que había más de un millón de licencias (sic). Pues a día de hoy se les ve más que nunca instando por las redes y por sus páginas a la creación de alguno para que “sepan lo que es bueno esos ecolojetas”.

Han pedido ayuda a Juan Carlos de Borbón cuando era rey (y se la dio, cómo no). Se han paseado por el Parlamento Europeo en Bruselas con estoques, capotes, pasodobles y muchos ¡Olé, señorías!, haciendo un ridículo importante ante una Europa que se asombra y duele de cómo Espaňa acoge todavía la crueldad en su habitación de las tradiciones, pero ya se sabe que la desesperación lleva a hacer estupideces.

Y del mismo modo que buscan con una sonrisa de oreja a oreja manos a las que agarrarse hacen lo contrario: proponer muy cabreados el boicot a quienes en un ejercicio admirable y necesario de evolución se niegan a seguir colaborando con ellos. Pueden ser los hosteleros de Sierra Espuňa por no desear la caza mayor en aquellos lares o Air Europa por no transportar ya más en sus aviones trofeos cinegéticos, pueden ser Cruz Roja o Cáritas por rechazar el dinero que proviene de matar o los nuevos partidos políticos de confluencia por terminar con las subvenciones a la tauromaquia. Acabarán siendo todos los negocios, hasta el suyo, porque no hay empresario por muy taurino que sea que desee perder dinero y la tauromaquia sin aporte de las arcas públicas lo hace, y eso no es futuro, hace tiempo que lo venimos viendo.

Termino con la frase pronunciada por Carlos Núñez, patrono de la Fundación del Toro de Lidia en pasado lunes 8, reunida ante el último capítulo de esa comprobación de paulatina e imparable evanescencia que antes que ellos ya sintieron esclavistas, antisufragistas u organizadores de peleas de perros: la aprobación de la proposición no de ley en el Parlament de Baleares para abolir los espectáculos taurinos en esas Islas. “¡Estamos en guerra!” —dijo el Sr. Núñez. Pues sí hijo, si, tienes razón. Lo que ocurre es que nosotros para luchar no usamos armas de fuego ni de acero, no torturamos ni matamos, a nadie, nuestra batalla pacífica pero encarnizada es por el fin de la violencia contra cualquiera y en nuestras mochilas de campaña encontraréis pancartas, firmas, megáfonos, denuncias, informes de médicos, veterinarios, servicios sociales o comités de derechos del niño de la ONU, razonamiento y sentimiento, conocimiento científico y empatía, progreso, educación y cantimploras llenas de decisión, fuerza y valentía pero a nuestros pies nunca veréis muertos. Vuestras chirucas y manoletillas van dejando huellas rojas de tanto pisar la sangre de vuestros cadáveres y eso nos diferencia ante unos ciudadanos que no siendo ni idiotas ni crueles se niegan a seguir callados frente a tanta brutalidad inútil e injustificable.

Entre la reducción o supresión de dinero público para vuestros desmanes, el cada vez más escaso apoyo social y las prohibiciones territoriales para seguir haciendo el cafre, os imagino a taurinos y cazadores agazapados detrás del sofá de Bertín Osborne, la última trinchera desde la que perderéis la última batalla.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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