La retinopatía diabética es una enfermedad de la retina y principal causa de ceguera entre los 20 y los 65 años, en los países industrializados. Un mal control de los niveles de glucosa y el tiempo de evolución de la propia diabetes son los factores de riesgo más importantes de esta enfermedad. Con motivo del Día Mundial de la Diabetes que se celebra el 14 de noviembre, recuerdan la importancia de realizar revisiones oftalmológicas periódicas que permitan detectar de forma precoz cualquier alteración en la retina para ponerle solución y evitar su agravamiento y evolución.
La diabetes surge como consecuencia de la incapacidad del organismo de controlar de forma correcta los niveles de azúcar en sangre. Si esto sucede, la acumulación de glucosa en sangre puede producir daños en diferentes tejidos del cuerpo. “Por este motivo, el exceso de glucosa en la sangre acaba dañando también los vasos sanguíneos de los tejidos que se encuentran en el fondo del ojo, es decir, la retina”, explica la doctora Marta S. Figueroa, directora de la Unidad de Retina de Clínica Baviera.
El primer factor de riesgo de este problema ocular es padecer Diabetes Mellitus, tanto tipo 1 como tipo 2, de forma prolongada en el tiempo. Así mismo, el mal control metabólico de estos pacientes influye en su desarrollo y evolución, pues un peor control de los niveles de glucosa hace que aparezca antes e incluso pueda ser más grave. Además, hay una serie de factores que pueden incrementar ese riesgo más allá de los señalados: presión arterial alta, colesterol alto, embarazo o consumo de tabaco.
En los primeros estadios de la enfermedad el paciente puede no manifestar síntomas y no ser consciente de que la sufre, pero si la patología evoluciona pueden aparecer manchas oscuras en el campo visual o incluso un edema macular, siendo la causa más frecuente de perdida de visión en pacientes con diabetes. “Esto hace imprescindible y obligatoria la revisión periódica del fondo de ojo del paciente con diabetes, antes de que la enfermedad avance tanto y haya pérdida de visión. Los pacientes diagnosticados de Diabetes tipo 2 deberán realizarse un examen cuanto antes, mientras que los pacientes con Diabetes tipo 1 deberán realizarse una prueba a los 5 años de su diagnóstico”, subraya la doctora Figueroa. Además, a medida que hay una progresión de la retinopatía, pueden aparecer otros síntomas como visión borrosa y fluctuante o dificultad para percibir los colores.
Para su diagnóstico, el oftalmólogo realizará un estudio de fondo de ojo con dilatación de la pupila. Por otro lado, realizará una OCT, Tomografía de Coherencia Óptica, que ofrece información del tamaño, la localización, el volumen de la exudación y las capas de la retina afectadas. En ocasiones se aconseja realizar una angiografía con fluoresceína, pero en la mayor parte los casos esta prueba se sustituye por una angiografía con OCT que tiene la ventaja de estudiar los vasos de la retina sin necesidad de usar un colorante.
Una vez diagnosticados, los pacientes deberán revisarse cada seis meses si la retinopatía diabética es moderada, y cada cuatro meses si hay un riesgo mayor.
En caso de que la detección se produzca en las fases más tempranas de la enfermedad, será necesario llevar un control metabólico exhaustivo, para lo que es importante la colaboración entre el oftalmólogo y el diabetólogo. Si hay complicaciones como el edema macular o vasos anormales, primero se emplearán fármacos antiangiogénicos que se administran mediante inyecciones intraoculares. En casos más avanzados, será necesaria la cirugía, llamada vitrectomía, una microcirugía que consiste en la realización de pequeñas incisiones que permiten una rápida recuperación. El oftalmólogo especialista en retina valorará la técnica más adecuada para cada paciente.
¿Cómo pueden prevenir la retinopatía los pacientes con diabetes?
Aunque no siempre puede prevenirse la retinopatía diabética, un buen control de la diabetes en los pacientes ayuda a prevenir la pérdida de visión. Lo más importante es llevar un control sobre los niveles de azúcar en sangre, además de mantener una alimentación saludable, practicar ejercicio físico, controlar la presión arterial y el colesterol, eliminar hábitos tóxicos como el consumo de tabaco y de alcohol o prestar atención a posibles cambios de visión. Pero, sobre todo, es fundamental hacer las revisiones rutinarias con el oftalmólogo para que los tratamientos en las primeras fases de la enfermedad puedan ayudar a prevenir la pérdida grave de la visión.
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