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Etiquetas | Animalista | CAza

87 años: dispara a un jabalí y le pega a un conductor

Otro ¿accidente? de caza. Suma y sigue
Julio Ortega Fraile
sábado, 27 de febrero de 2016, 02:24 h (CET)
Los hechos (21/02/2016):
Un hombre de 42 años circulaba en el coche con su mujer e hijos por la CA-280 a la altura de Selores (Cantabria), cuando una bala entró a través de la chapa en su vehículo hiriéndole en el tórax, afortunadamente no de gravedad.

El que efectúo el disparo:
El causante fue un hombre de 87, sí, repito, de 87 años que en ese momento estaba tratando de cazar jabalíes.

Otro miembro de su cuadrilla (transcribo literalmente de un diario):
“Se trata (el de 87) de un “experimentado cazador”, según confesó a este periódico en conversación telefónica uno de los miembros de la cuadrilla, que quitó hierro al accidente”. “¿Qué cómo ocurrió?, igual la bala se desvió al tropezar con un árbol”.

Ignacio Valle, presidente de los cazadores cántabros:
“Ha sido un incidente muy desagradable provocado por la mala suerte. Ese señor ha tirado al jabalí y la bala, por algún motivo, ha rebotado en alguna piedra o en algo así y se ha desviado de su trayectoria”.

Dos circunstancias:
La montería ya había finalizado cuando ocurrió el suceso.
El coche se encontraba a 300 metros del lugar del disparo.

La ley:
Se establece para cazar una zona de seguridad de 50 metros desde un vial o carretera y la obligación de disparar de espaldas a la misma.

La obtención o renovación de licencia de armas de tipo E (caza) requiere un examen teórico, uno práctico y superar pruebas médicas que incluyen movilidad general, reflejos, agudeza auditiva y visual así como estabilidad psicológica. Los mayores de 70 años habrán de renovarla anualmente.

Las preguntas ténico-legales que surgen:
¿Por qué se sigue disparando una vez finalizada la batida?

¿Es posible que una bala rebote de tal modo que invierta su trayectoria y después tenga todavía fuerza suficiente para recorrer más de 300 metros (la distancia a la que encontró el obstáculo enfrente del cazador más esos tres centenares de metros hasta el coche), atravesar su carrocería, el asiento y herir a una persona?

¿Está un hombre de 87 años en plenas condiciones físicas y mentales para manejar armas? La Fundación Mapfre ha realizado estudios en los que concluye cómo en un importante porcentaje de personas a partir de los 67 años, que aumenta con la edad, la disminución de esas aptitudes, sobre todo en cuestiones de visión, oído y reflejos para conducir es notable. ¿Con veinte años más se puede manejar un rifle con total seguridad? Y como habrá muchos cazadores que respondan que sí propongo que se lo preguntemos también al señor al que hirió este anciano, que todavía estará dando las gracias, en medio de todo, porque ese proyectil no fue a parar al ojo de uno de sus hijos en vez de a su tórax.

La reflexión:
Para los cazadores cuando ocurre algo así, o sea, continuamente, el sustantivo que emplean al describirlo nunca cambia, siempre es “accidente”. Lo hace, eso sí, el adjetivo que ponen delante pero sólo en significante, no en significado: lamentable, infortunado, desagradable, inesperado, desgraciado, etc.

No hace mucho y después de que Mariano Rajoy calificase los casos de corrupción del PP de individuales, Iñaki Gabilondo preguntaba: “¿A partir de cuántos casos aislados dejan de ser casos aislados?” Así que parafraseando a tan inmenso periodista:

La pregunta principal:
¿Cuántos heridos y muertos humanos más son necesarios para dejar de denominarlos accidentes y llamarlos por su nombre?: los cadáveres de nuestra especie provocados por los que, de nuestra especie también, salen de sus casas a matar y claro, hay quien acaba muriendo. ¿Cuántos más para prohibir la caza deportiva? (Ya sabemos que los animales no cuentan para esta disquisición. Si cuando un camión de transporte de ganado vuelca se dice que sólo ha habido daños materiales si el conductor resulta ileso aunque hayan muerto cuarenta terneritos y agonicen sobre el asfalto otros treinta y cinco, las víctimas de otras especies diferentes a la nuestra en la caza tampoco serán tales sino “piezas cobradas”, o algo similar que recuerda más a un objeto que a un ser con capacidad para sentir dolor).

Ya está bien de permitir que matar sea un deporte. Es hora de ponerle fin legal a este pasatiempo sangriento aunque genere beneficios económicos. También lo hacen el tráfico de drogas o la trata de mujeres para la prostitución y eso no los justifica, ¿verdad? No todo vale en nombre del dinero ni en nombre del antropocentrismo y hay países donde ya se no se autoriza. ¿Podrá España, por una ocasión, estar en la vanguardia de la razón y de la ética en vez de ser, para no variar, la que se sube de los últimos y a empujones al progreso cognitivo y moral?

Cazar es matar. Siempre.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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