Un campeonato mundial de fútbol despierta un interés inusitado no solo por ser una competición deportiva donde se enfrentan las selecciones nacionales de todos los continentes sino por “disfrutar” de aquellas que sobresalen por la calidad de sus jugadores y equipos. España siempre ha destacado por su alto nivel competitivo, la calidad de su juego y el aval de la estrella que figura en su equipación deportiva, símbolo de ser una de las selecciones que consiguió en el año 2010 el título de campeona del mundo en Sudáfrica.
La selección de entonces se destacaba por una buena dirección técnica y humana de la mano de Vicente del Bosque, continuador de la gran labor de Luis Aragonés, que supieron crear un un ambiente de ilusión y orgullo entre los jugadores por lucir la camiseta de la selección, crear un espíritu de equipo para conquistar el campeonato y que a su calidad profesional, les acompañaba lo que se entonces se conocía como “furia española”.
La selección de Luis Enrique, tristemente derrotada por la de Marruecos, ha sido una caricatura de aquella. Ni la personalidad ni los estridentes métodos de Luis Enrique han estado a la altura de la categoría que se supone debería tener un seleccionador nacional ni tampoco los jugadores parecían estar concienciados de la responsabilidad que deberían asumir al defender la representación de España en este campeonato.
Verlos en el césped paseándose con el balón era como asistir a un concierto donde los músicos tocan sin orden ni concierto los instrumentos y el director de la orquesta los contempla con los brazos cruzados.
Solo cabe hacerse una pregunta: ¿por qué lanzaron los penaltis con esa desgana y abulia? Quizás Luis Enrique tanga la respuesta, porque los millones de espectadores decepcionados con la selección no la tenemos…
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