Con motivo de la inauguración de la línea Madrid-Murcia del AVE, otra vez, una acción relacionada con el protocolo ha restado protagonismo a la noticia en sí misma. Sin embargo, no se trata de ningún error de protocolo, ya que el protocolo no comete errores, sino quién lo aplica. Y, en este caso, ni siquiera se puede considerar de este modo. Simple, y llanamente, es una falta de respeto de una autoridad hacia otra. Una falta intencionada, en la que no es posible echar la culpa al desconocimiento o a la ignorancia, ya que el presidente del Gobierno de España sabe perfectamente cuál es su lugar, detrás del jefe del Estado español.
Está claro que Pedro Sánchez ha cometido una falta de educación hacia Felipe VI. Ni en un ámbito oficial, ni social, la autoridad puede ser ninguneada. Y, si lo es, la persona que comete la falta debe ser reprobada, eso sí, en la privacidad.
No sabemos si al presidente Sánchez, ya en la intimidad del vagón, se le recriminó dicho comportamiento. Confiemos que sí, porque si no fuera así, la falta también es de quien sufre el agravio.
El tolerar determinados comportamientos que no son adecuados, ni a la persona ni a la situación, es un peligro. No vale el callarse para evitar males mayores. El callar no es la solución, muy al contrario, agrava el problema ya que este no se ha solucionado y, en consecuencia, va a volver a ocurrir.
El respeto a la autoridad no es algo cuestionable. Nadie, en su sano juicio, falta el respeto a su padre, a su jefe, al maestro, al policía, al sacerdote, al presidente o a su amigo. Y, si lo hace, la respuesta que se obtiene es una sanción, ya sea esta social, económica o penal.
En nuestra sociedad la permisividad no puede ser una opción.
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