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Llevo tiempo observando la presencia del entrenador de fútbol del Real Madrid en sus partidos por la televisión, masticando basura. No digo basura porque sea, sino por la insensatez que lo hace el masticar cuando les habla a sus subordinados e incluso a los árbitros. Al cuarto árbitro, le sacude con un salivazo de muy señor mío, cuando le habla dándole en toda su cara con el flujo de baba cuando se le acerca masticando la basura que lleva en la boca.
Honestamente, cerrar las puertas al foráneo es una crueldad. Ahora bien, pensar que abrirlas acrítica e incondicionalmente es la ayuda que necesita es ingenuo, además de que decidir cuánta gente puede entrar en un país, que seguramente sea menos de la que despierta la solidaridad, constituye de por sí un asunto muy desagradable.
El Papa, durante su viaje a primeros de mes a cuatro países de Asia y Oceanía, dirigió también sus primeras palabras a la Iglesia que camina en esas tierras. Francisco apuntaba, con una bella metáfora de la realidad de ese país, Indonesia, formado por miles de islas, que la fortaleza en la fe, la apertura a todos en la fraternidad y la cercanía a cada uno en la compasión, deben ser los “puentes del corazón” que unen a todas las islas.
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