En enero de 2003, apareció una extraña postal en el buzón de la casa familiar. No había firma y llevaba el sello pegado del revés. Representaba la Ópera Garnier y, en su reverso, venían escritos los nombres de cuatro antepasados de la escritora Anne Berest: Ephraïm, Emma, Noémie y Jacques, los Rabinovitch, todos ellos judíos fallecidos en Auschwitz en 1942. ¿Quién se escondía tras el envío de esta tarjeta? Veinte años después, algo se mueve en el interior de Anne Berest. Le burbujean las tripas. Ese algo la lleva a realizar una investigación exhaustiva sobre las grietas del pasado de su familia, que desemboca en ‘La postal’ (Editorial Lumen), una novela que maneja auto ficción, relato histórico, thriller y sentimientos, y que fue publicada en Francia con éxito arrollador, e inesperado, en 2021.
Miles de ejemplares vendidos en poco tiempo y un montón de elogiosas críticas y galardones: Premio Renaudot dels Lycéens, Premio Selección Goncourt de Estados Unidos y Gran Premio de Novela de los lectores de la revista Elle. ‘La postal’ es una novela irrefutable, sustentada por testimonios y hechos reales, terribles a veces, contados con una sensibilidad y maestría poco comunes. Si a estas alturas, todavía queda alguien que piense que el género novelístico agoniza, solo tiene que darse una vuelta por las quinientas diecisiete páginas de esta narración para cambiar de idea.
Con motivo de la séptima edición de las Noches de la lectura, organizada por l’Institut français de València, tuve la oportunidad de conversar un rato con Anne Berest. Sin la intervención de Eva Adam Picazo, doctora en Filología francesa, y de Maxime Henri-Rousseau, director de l’Institut français, esta entrevista no habría tenido lugar. La conversación se desarrolló en la librería Bartleby de la calle Cádiz, número 50, de la capital del Turia. A eso de las seis de la tarde, la grabadora comenzó a registrar mis preguntas y las respuestas de Anne, verdadera sustancia de nuestro encuentro literario. Vestida con traje pantalón de ante marrón, dedos muy ensortijados, manos explicativas, huesudas y gesticulantes, meditó con calma sus respuestas para facilitar el buen entendimiento. A menudo, las palabras de los autores enriquecen todavía más−si en este caso cabe−, el texto, porque abren nuevas perspectivas a la lectura. En esta ocasión, así fue.
Eres guionista y escritora, ¿qué significa para Anne Berest escribir? Es una pregunta complicada de responder. Siempre quise escribir desde que era niña, pero ignoro los motivos. Mi hermana también escribe, lo que convierte este asunto en algo familiar…
Y, si me permites añadir algo, tu madre también… Sí, es cierto, pero ella hace artículos científicos. A lo que me refiero es que a menudo me pregunto por qué en mi familia hay dos hermanas escritoras. Y la respuesta me surgió mientras escribía ‘La Postal’: Noemí, hermana de mi abuela Myriam, cuya foto aparece en la portada, también quiso serlo. En consecuencia, creo que alguna cosa ha sucedido en nuestra historia familiar, una transmisión invisible como yo lo llamo, que hace que tengamos tantas escritoras en nuestro árbol genealógico.
Para escribir la novela partes del hecho de que una postal llegó a tu casa en el año 2003, sin remitente y con los nombres de cuatro antepasados tuyos, fallecidos en Auschwitz en 1942. ¿Hasta ese momento tú desconocías tu origen judío? Yo sabía que era judía y que mi familia había estado en un campo de concentración, eso lo conocía, pero nunca me había interesado demasiado. Esa postal actuó de disparador y despertó mi curiosidad sobre todo ello.
Tu madre leía los capítulos del libro a medida que los ibas escribiendo. ¿Sus observaciones han condicionado tu escritura o solo le han añadido matices? En la vida real mi madre utiliza muchos tacos, y en los diálogos del libro, al verse reflejada, me comentó que esa no era ella, porque no hablaba así. Mi madre cree que no dice tacos y tuve que quitarlos. No intervino en nada más.
Cada vez es más difícil etiquetar una novela. La hibridación de géneros es constante en muchos títulos, pero ¿si tuvieras que colocar ‘La postal’ en una librería en qué apartado la pondrías? La novela contiene tres libros. El primero corresponde a la saga familiar y romántica, que va de 1919 a 2019; el segundo es una novela policiaca pura y dura con todos sus elementos; y el tercero es iniciático, muy personal, la búsqueda de lo que significa ser judío.
Aunque es una novela, ‘La postal’ está llena de verdades, de hechos reales y contrastados. Sí, todo lo que cuento en el libro como las visitas al detective y al grafólogo, las entrevistas con los antiguos vecinos y otras indagaciones, son ciertas. Pero entonces, ¿por qué la llamo novela? Pues, porque he partido de esos elementos reales y, como una bordadora, los he unido para contar la historia a mi manera. Las entrevistas, por ejemplo, me llevaron cuatro años de trabajo y, si las hubiera contado cómo sucedieron en realidad, la narración hubiera resultado indigesta. Pero toda la información que me suministraron está en el libro. Yo simplemente he utilizado la técnica del novelista para contar las cosas de la vida de una manera dramáticamente tensa. Hace tiempo publiqué un libro sobre Sagan, que decía que «el arte ha de pillar la realidad por sorpresa». Pues bien, a mí me ha sucedido lo contrario, porque en mi caso la realidad fue la que me pilló desprevenida a mí. Es innegable que la vida tiene mucha más imaginación que yo.
A la hora de narrar has utilizado un montón de recursos: alternancia de la voz narrativa en primera y tercera persona, has incluido cartas, cuadernos, conversaciones, correos electrónicos… ¿Cómo surgió esta estructura para engarzar tantos elementos? De todo lo que llevo publicado hasta ahora, ‘La postal’ ha sido la novela más difícil de escribir precisamente a causa de su estructura. He dedicado mucho tiempo a encontrar el armazón definitivo. Probé cosas muy distintas, como por ejemplo, alternar los capítulos policiacos con los de la saga familiar hasta que vi que no casaban bien. Me costó mucho descubrir una estructura que fuera a la vez sencilla e interesante. Y había una cosa que tenía bien clara: yo pretendía escribir en pasado para referirme al presente y en presente para referirme al pasado. Eso era muy importante para mí, puesto que quería demostrar que el pasado y el presente están imbricados entre sí. Y así lo he hecho.
Cuentas en ‘La postal’ que un día tu hija llegó a casa diciendo que «en la escuela no gustan mucho los judíos». ¿Qué sentiste en aquel momento? [Silencio caviloso] Jamás habría podido imaginar que mis hijos tendrían que enfrentarse con el problema del antisemitismo. Jamás.
¿En la actualidad, este problema es grave en Francia? En Francia hay mucho filosemitismo y antisemitismo, ambas cosas al mismo tiempo. Si miramos la historia francesa encontraremos datos que lo corroboran. El asunto Dreyfus es un buen reflejo de esta confrontación. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo personas dispuestas a salvar a los judíos, al mismo tiempo que otra gente los denunciaba sabiendo que, al hacerlo, los enviaban a la muerte. Las cosas sucedieron así.
En todo el mundo, la familia desempeña un papel fundamental, pero parece que en la cultura judía este rol es más importante que en otras. ¿Eso es así o solo es una apreciación mía? Es cierto, de hecho, en el judaísmo es muy importante la figura de la madre, porque ella es la que transmite la condición de ser judío a su descendencia. Es una particularidad propia de su cultura, porque se nace judío, no hay conversión. Una persona no se bautiza para convertirse en judío. Otra cosa también destacable es que el pueblo hebreo siempre fue perseguido, así que en su caso, la idea de que solo puedes confiar en tu propia familia es fundamental. La cena del Sabat se hace para que, al menos una vez a la semana, se reúnan todos los miembros de la familia. En muchos aspectos, la religión judía trabaja en pro del mantenimiento de la unión familiar y, por eso, para los rabinos resulta muy importante casarse, aunque no sea obligatorio. Es mejor que no se queden solteros, deben formar una familia para ser ejemplo de religión y de vínculo familiar.
Aunque las has contado con mucha delicadeza/sensibilidad, en la novela hay escenas duras, ¿tuviste que tomar distancia para narrar los horrores nazis? Los tres momentos más difíciles de escribir fueron las escenas de los campos de Pithiviers, Auschwitz y del Hotel Lutetia. Esos instantes me exigieron cuestionarme cómo los iba a narrar e incluso si sería capaz de hacerlo. Al final, decidí que cada frase que apareciese en esos pasajes fueran testimonios que yo había recogido a lo largo del proceso de documentación. Cada frase representa a alguien, es un testimonio real, no me he inventado nada. Cualquier mínimo detalle procede de un hecho cierto y he sentido que, en esas escenas, dejé de ser escritora para convertirme en una simple transmisora de todo lo que me contaron.
¿Quizá para equilibrar estos pasajes dolorosos y tristes, has incluido en la novela historias tan bellas como las de los Trece Platos Provenzales o la del Pesaj? Seguro que sí. Al final, en la cultura judía hay que tratar de encontrar formas de ligereza a pesar de la desesperanza. Eso es algo muy judío. Ellos se toman a la ligera las cosas que son graves y viceversa. En el fondo, si no tenemos un poco de ternura, entonces morimos.
«El otro al final murió» dice tu madre refiriéndose al viejo buzón familiar ¿Los objetos también mueren? Sí, sí, procedo de una familia donde jamás se tiran los objetos. Se conservan como si fueran un miembro más del núcleo familiar.
La postal que da pie a la novela es una imagen de la Ópera Garnier. He visto fotografías de ese edificio cubierto por esvásticas, ¿qué siente un parisino al ver esa imagen? Pues depende de cada francés, claro, porque como te he dicho antes también hay dos posturas sobre este asunto.
Otra de las escenas describe el regreso a París de los prisioneros de los campos de concentración, del lamentable estado en que se encontraban, de sus problemas de salud, de sus muertes… Es un aspecto que no ha sido demasiado tratado por la literatura, creo. Sí, yo misma he descubierto que la gente se sintió muy incómoda con la presencia de estas personas. De hecho y para ilustrar mi respuesta, acabo de leer un libro póstumo de Simone Weil, de reciente aparición, donde explica que su hermana mayor estuvo en los campos para resistentes y que ella misma y otra hermana más estuvieron internadas en campos de exterminio judío. La que estuvo recluida como resistente, una vez acabada la guerra, dio conferencias y recibió todo tipo de honores sociales, mientras que los otros, los rescatados de los campos de la muerte, los judíos, casi tenían que esconderse, porque los franceses no querían saber nada de ellos. Ha hecho falta que pasara mucho tiempo para que la sociedad francesa aceptase sus testimonios y todavía hoy cuesta de entender. Los que no vivieron los años cincuenta se han visto sorprendidos por todo eso y, por ello, en la novela cuento el ejemplo de mi mejor amigo, mucho más mayor que yo, que cambió su apellido en la década de los sesenta. De esta manera muestro lo que ocurría en la Francia de la posguerra.
Por todo lo que cuentas parece interesante conocer qué feedback estás recibiendo tras la publicación de ‘La postal’. La novela ha tenido un éxito completamente inesperado. Cuando iba a salir a la venta, mi editora y yo nos preguntábamos si imprimir, o no, diez mil ejemplares de un libro tan grueso, ya que nos parecían muchos. Y digo grueso teniendo presente que he suprimido doscientas cincuenta páginas más. Mi madre me preguntaba si yo creía que los franceses se iban a interesar por nuestra familia. No esperaba este éxito tan grande. Creo que entre la edición cara y la de bolsillo se han vendido ya trescientos mil ejemplares más o menos.
Estamos terminando ya la entrevista. Se acerca el momento en que has de presentar la novela a los lectores de València. Myriam, tu abuela, que protagoniza la última parte de ‘La postal’, simboliza el personaje de una judía que, al final, encontró su "tierra prometida"? Mmm, pregunta interesante… En realidad creo que la tierra prometida no hay que encontrarla nunca, porque el camino de la vida es buscarla continuamente.
¿Escribir ‘La postal’ te ha permitido a ti misma conocerte mejor? Sin duda. Antes de escribir la novela no me atrevía a pronunciar la frase «yo soy judía», porque en el fondo no sabía muy bien qué significaba eso y tampoco sabía si yo la podía pronunciar. Ahora, ya puedo hacerlo. Veo que hay gente que también se reconoce en esta visión del judaísmo que he aportado. Hay otras personas a las que la novela les ha ayudado igualmente a pronunciar esa misma frase. La misión de un libro es transformarnos, pero si su contenido no nos atraviesa y nos toca profundamente, no lo consigue.
La última: ¿llevas algún nuevo proyecto literario entre manos? Sí, estoy escribiendo una nueva novela, que también versa sobre mi historia familiar. Pero, en esta ocasión, el personaje principal es un hombre, lo que supone un nuevo reto para mí, ya que hasta ahora solo había escrito sobre mujeres protagonistas.
Apago la grabadora y dejo que hable ahora ‘La postal’, en traducción castellana de Lydia Vázquez Jiménez: «Mi madre se encendió el primer cigarrillo del día, su preferido, el que te quema los pulmones nada más despertarte. Luego salió de su casa para admirar la blancura que recubría todo el barrio. Durante esa noche…» Tras este breve fragmento inicial, más de quinientas páginas, impacientes, invitan al lector a conocer una peripecia verdadera, demoledora y epitelial. Léanlas, no las hagan esperar.
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