Voy a romper una lanza, por los hombres jubilados, que no saben lo que hacer cuando llegan a ese estado. Y se encuentran en sus casas, sin tener que ir al trabajo, rellenando crucigramas o leyendo los diarios.
Yo, desde el primer momento, me he sentido solidario, y ahora voy a confesar cómo me encuentro en el tajo. Advirtiendo sin reservas, que estoy muy bien tratado, porque todas las tareas las realizo con agrado.
Eso sí, no cobro nada, pues no existe el auto pago, y si existiera sería la ley de un trastornado. Me limitaré tan solo, a referir los trabajos, en los que ocupo mi tiempo en lugar de hacer el vago.
Soy recadero completo, obediente y buen mandado, y acarreo entre otras cosas el pan recién horneado. También suelo proveerme de hortalizas y pescados y otros muchos alimentos en diferentes mercados.
Perolo hago en mi coche, con aire acondicionado, haciendo frío o calor en invierno y en verano. En el interior de casa, estoy especializado, en pequeñas averías con regular resultado.
Pero se me dan muy mal, los distintos aparatos que funcionan con corriente y no me atrevo a tocarlos. Es obvio que he de avisar, a un técnico preparado, lo que hace que mi esposa haga un guiño intencionado.
Yo le recuerdo que soy, en Derecho licenciado y en la Mercantil carrera obtuve el Profesorado. Pero no llegué a estudiar, ni siquiera un primer grado, para ser el buen “manitas” que a ella le hubiera gustado.
Me estoy saliendo del tema, y ahora vuelvo sin desmayo, para cumplir con lo dicho al comienzo del relato. Me muevo con eficacia, entre cubiertos y platos, y frente al lavavajillas me siento gratificado.
Soy tenaz con los residuos, y con el plumero un mago; y para rizar el rizo unpodólogo apañado. Pero he de decir también, que tengo bastantes fallos, pues me muevo en la cocina como un pato mareado.
Y, para finalizar, muy convencido proclamo, que donde haya mujeres el sombrero hay que quitarlo. Pues son la sal de la tierra, de la familia el amparo, de los nietos referente y, del marido, cayado.
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