En consecuencia, ocurrió lo que tenía que ocurrir. ¿Esfuerzo por parte de los partidos políticos por llegar a un punto de acuerdo? ¿A un punto de acuerdo lanzándose gritos y descalificaciones sin freno en el congreso de los Diputados? O, ¿con los brazos abiertos, pareciendo querer abarcar el mundo? Pero ¿qué mundo? El suyo. Ah, el mundo que a sus señorías les interesaba presentar en ese momento…
Tenía razón uno de los diputados cuando dijo que la mayoría, o una gran parte del hemiciclo, pensaba más en ellos mismos que en quienes los habían votado. Por eso los votantes tienen más que razones para sentirse avergonzados, oyendo la sucia palabrería barriobajera y vergonzante, aunque fuera solo para amedrentar a sus compañeros de la bancada de enfrente. Frente al televisor, contemplábamos el bochornoso espectáculo, lleno de despropósitos, calumnias, mentiras enteras y medias verdades, y se sentían, en cierto modo, furioso como tigres, y desde luego, cabreado hasta la punta del pelo, oyendo aquel hiriente estilo, lejos de la ética más elemental, para al final decir que, de esa manera, pretenden hacer una España mejor. ¿Así se hace una España mejor?
Medio mundo sabe que los españoles no somos precisamente ese pueblo exquisito, moderado, paciente, educado y justo que deberíamos ser. No. Lo que semanas atrás se criticaba a los exaltados, en poco difería de que lo que también se venía oyendo días antes en los mítines. Y eso no es honrado. No es propio de un país del siglo XXI. Las grandes palabras solo pueden salir de la grandeza del corazón. Es muy difícil sobrevivir al realismo envenenado del sórdido espectáculo que un día sí y el otro también hemos venido oyendo durante días. Creo sinceramente que no es el camino correcto.
Cuando la gente le apetece ver teatro, sale y busca en cartelera la obra que, en principio, es más de su gusto. Pero claro, es que resulta que los actores son ahora los propios políticos que, en un acto de envestidura, hacen toda clase de trapisondas. Se dicen las palabras más gruesas, más duras, más irritantes. O acaso se intenta aplicar una estrategia que sea la más acertada para tumbar al contrario. En fin, el caso es hacer un número teatral. Y hubo quien lo consiguió. ¡Vaya si lo consiguió!
No se puede, o no se debe, hacer un discurso duro e hiriente sobre otros grupos, total para terminar pidiéndoles a los que acaba de insultar duramente “que si están dispuestos, si se avienen a aceptar nuestro programas, hecho”. Ah, no. Las formas son más que todo eso. Por mucho
que dijera Pío Baroja que “La política es un juego sucio de compadres”. Aunque en parte es cierto, no debería sino de ser la de recomponer líneas maestras por donde se reconducirá la vida de cada españolito. Claro que el asunto es más serio que todo eso. Si no existe respeto, si no piensan en el respetable público que, pacientemente y hasta un poco indignado, contempla a sus señorías, no sin cierto estupor y seguramente enfadados con ellos mismos, por haber dado un paso que nunca debieron dar…
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