No cabe duda alguna de los avances, el progreso y las oportunidades para el desarrollo de la humanidad que la tecnología y los avances científicos nos han aportado en los últimos años. Un bienestar alcanzado en lugares antes insospechados a partir de la innovación. Un punto de no retorno en definitiva en el que la humanidad nos hemos embarcado en esta revolución de la tecnología y la sostenibilidad que hoy están configurando unas nuevas realidades en el marco de las relaciones humanas, de las interacciones sociales y económicas, esas en definitiva con las que todos convivimos en este planeta llamado tierra.
Pero también los procesos de cambio que hoy estamos experimentado vienen a ofrecernos retos y riesgos sobre los que quienes amamos la libertad y la democracia en su sentido pleno tenemos que reflexionar. Aspectos, como los de la ultraconectividad tecnológica, la coparticipación de información permanente a través de las redes sociales, apps y otros elementos de la vanguardia tech , la eliminación del dinero en metálico y su apuesta por las transacciones económicas digitales o la identificación permanente de nuestros movimientos a partir de la implementación del big data en nuestro día a día vienen a ofrecernos algunas pistas claras sobre un mundo, el actual que puede resquebrajar algunos de los pilares de los Derechos Fundamentales y las Libertades.
No por menos, hoy la libertad del anonimato, la capacidad de estructurar nuestro modelo de relaciones sociales, empresariales o profesionales se ponen bajo el foco de la lupa de la dictadura del Big Data, esa que hoy controla todos nuestros datos y teje perfiles a medida sobre nuestras acciones presentes y futuras.Y todo ello, a golpe de cesión de nuestra libertad autorizada en cada actualización de software o instalación de Apps que si bien nos dan un servicio no lo hacen de manera gratuita sino a cambio de ceder un espacio de nuestra intimidad y en cierto sentido de nuestra libertad. Pero poco importa esto en el acelerado siglo XXI en el que los caracteres reducen la comunicación a un golpe de emoticonos y en el que la evolución supera los marcos legales de normativos como los ofrecidos por el Reglamento General de Protección de Datos , ese que impulsado en el ámbito europeo y relativo a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de sus datos personales y a la libre circulación de estos es superado por la exponencialidad de los avances.
Por ello, la reflexión de nuestra realidad y de los hechos que hoy nos acontecen en la normalización de los mismos: La escucha activa o pasiva de los medios tecnológicos de uso común que filtran los datos sobre nuestros gustos de navegación en la red proponiendo ofertas de empresas y servicios de manera inmediata, la definición de nuestra imagen digital permanente para teceros, la identificación de nuestros movimientos físicos por ciudades, calles o países que a golpe de navegadores son almacenadas como datos de nuestra propia libertad de movimiento o la desaparición del dinero físico como elemento en constante tendencia que determinará en cada momento en que empleamos , donde y con quien el mismo sin la mínima capacidad de intimidad sobre aspectos privados de nuestra vida son sólo ejemplos claros de los riesgos de una revolución tecnológica en el que el algoritmo nos quiere definir, incluso en la búsqueda de una pareja o de las relaciones sociales, aún con el riesgo en el futuro de sustituir en la generaciones futuras el bar del metaverso al solo de la plaza, la sensación de la música en directo compartida al unísono con realidades musicales online o la experiencia de nuestra adrenalina de un salto en paracaídas a unas gafas de realidad virtual.
En definitiva, la tecnología es necesaria y un elemento positivo de transformación y progreso humano, un avance que hoy nos permite mejorar nuestras condiciones de vida y las de la propia humanidad. Pero todo ello, no a costa de todo ni haciendo de los avances elementos sustitutorios de nuestra humanidad y de las propias reglas democráticas de las que nos hemos dotado. No por menos, preservar los Derechos Fundamentales y las Libertades Públicas en el Siglo XXI y en la irrupción del Big Data como el nuevo poder es fundamental para hacer del progreso un espacio de oportunidad y no de una dictadura que viole de manera fragrante los principios fundamentales que regulan nuestra sociedad.
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