El Nobel recorrió la historia de la literatura de Francia y se detuvo en su obra favorita, “Madame Bovary”. El rol de la novela y la importancia de cuidar la libertad, también a través de la literatura. La Academia tiene como misión “velar por la supervivencia de la lengua francesa” y quienes la conforman son denominados “inmortales”. El ingreso del autor de Conversación en La Catedral rompió dos reglas: la de no admitir a candidatos mayores a los 75 años -Vargas Llosa tiene 86- y la de no admitir a quienes no hayan publicado obras originalmente en francés.
Aunque tal vez lo más destacado de sus palabras, en las que recorrió siglos de tradición literaria gala, haya sido la misión que le encomendó a la novela: nada menos que salvar a la democracia. Eso sí, explicó cómo y por qué, y conmovió a los que lo rodeaban.
Vargas Llosa ingresa a la Academia Francesa: “La novela salvará la democracia o morirá con ella” Cuando era niño, la cultura francesa era soberana en toda América Latina y en Perú. “Soberano” significa que los artistas e intelectuales la consideraban la más original y coherente, y los frívolos también la adoraban como la consagración de sus sueños, ese viaje a París que, desde un punto de vista artístico, literario y sensual era la capital del mundo. Y ninguna otra ciudad podría haber competido por su corona.
Con estas ideas crecí y me formé, leyendo francés y autores franceses, entre los que destacaban dos posibles futuros adversarios Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Esto fue en el momento del existencialismo, que también reinaba en Lima, al menos en el ámbito literario.
Llegué aquí en 1959 y descubrí que los franceses estaban fascinados por la Revolución Cubana, que había convertido las propiedades de Batista en escuelas antes de convertirse en una tiranía. Los franceses habían descubierto la literatura latinoamericana antes que yo, y leí a Borges, Cortázar, Uslar Pietri, Onetti, Octavio Paz y, más tarde, Gabriel García Márquez.
Así que gracias a Francia descubrí la otra cara de América Latina, los problemas comunes a todos estos países, el horrible legado de los golpes militares y el subdesarrollo, la guerra de guerrillas y los sueños compartidos de liberación. Y es en Francia, ¡vaya paradoja!, que empecé a sentirme escritor peruano y latinoamericano.
Pero, por supuesto, siempre iba los sábados a la Mutualité para asistir a los debates y sumergirme en la cultura francesa. Y allí pude escuchar la más admirable discusión entre el Primer Ministro de De Gaulle, Michel Debré, y el líder de la oposición, Pierre Mendès France, que recuerdo como uno de los momentos más maravillosos de mi memoria. Eso, y los discursos de André Malraux en el Barrio Latino, en Jean Moulin y en el patio del Louvre, durante el traslado de las cenizas de Le Corbusier, han permanecido en mi mente como recuerdos imborrables.
“Los vientos”, el cuento de Vargas Llosa que va mucho más allá de la película: Viví varios años en París, debo decir, al principio recogiendo periódicos e incluso siendo fuerte durante unos días en Les Halles, y finalmente trabajando en la escuela Berlitz, así como en la Agence France-Presse, Place de la Bourse; después, gracias a Jean Descola, ese gran historiador hispánico, el autor de Conquistadores, me uní a la radio y televisión francesa como periodista.
Así fue que en París me convertí en escritor. Pero lo más importante, quizás, es haber descubierto en Francia a Gustave Flaubert, que ha sido y será siempre mi maestro, desde que me compré un ejemplar de Madame Bovary la tarde de mi llegada en una librería ya desaparecida del Barrio Latino llamada “La Joie de Lire”.
Porque, a diferencia de otras culturas, la de Francia era, al mismo tiempo, la única que era también la de todo el mundo. Aquí, Michel Serres nos deslumbra con su exploración de este espíritu francés oculto en su aspecto más universal, una excelencia que ha conquistado el mundo muchas veces y en diferentes momentos -y, por ejemplo, en Los cinco sentidos, intenta, nada menos, que poner en una caja esta síntesis del amor: “Filtro de amor”.
Una vida sin literatura sería horrible, siniestra, despojada de las experiencias más ricas y diversas de la vida, una rutina intolerable, compuesta por obligaciones que se repetirían cada día como un conjunto de compromisos sin promesa de remisión. Este marco de palabras que proyectamos sobre nosotros mismos y que ha cambiado y se ha enriquecido con el tiempo es nuestra defensa, el escudo tras el que nos protegemos cuando tememos perecer sin dejar rastro. ¿Puede salvarnos un libro?
La literatura francesa ha sido tan minuciosamente examinada por la razón y la sinrazón, que nace de los instintos y los sueños. Fue en Francia donde floreció la sinrazón que alimenta la literatura moderna, siempre opuesta a la supervivencia del subconsciente y los instintos. Balzac no pensaba, cuando La comedia humana nació en su mente, en la idea de circunscribir el mundo que tenía ante sus ojos, la más inmediata realidad. Y cuando Victor Hugo, en su isla semidesierta de Guernsey.
Extraordinario y elocuente discurso de Mario Vargas Llosa, en la que nos muestra como la Literatura a través de la Novela es el mejor antídoto y la mejor vacuna contra todo tipo de despotismos, dictaduras y regímenes Totalitarios que niegan la diferencia, el disenso, la crítica apostando a la uniformidades ideológicas y las unanimidades políticas, porque el poder de la lectura, el poder de la palabra y el poder de la escritura, el rol de la novela y su importancia de cuidar y conservar la libertad, por ello la literatura es la actividad humana por excelencia que tiene a su resguardo, la libertad de expresión, de prensa, de pensamiento y sobre todo el poder del Libro para mantener a flote y a salvo todo sistema democrático de las apuestas neofascistas, ya sea imperfecto y/o perfectible.
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