Debo reconocer que hay ocasiones en que les tengo envidia a los nacionalistas catalanes por el tesón que ponen, con las ganas con las que actúan y por su “patriotismo”, aunque evidentemente equivocado, que demuestran en cada ocasión que se les presenta, venga o no a cuento y aunque sea una traición o un rechazo a su verdadera patria, España. El patriotismo español, tan criticado por los “progres” y los mismos nacionalistas catalanes y vascos, del que no desaprovechan momento para hacer escarnio y burla, por desgracia, es un sentimiento que parece condenado a desaparecer y son ya escasos los españoles que, llegado el momento, se atreven a romper una lanza para defenderlo, reivindicarlo o reafirmarlo. España se ha convertido, y a los hechos nos remitimos, en un país que además de aconfesional parece ser que en cuna del antipatriotismo y a la vez antinómico, puesto que se da la extraña circunstancia de que, una gran mayoría de los españoles, que están en contra del separatismo catalán y de su inquina en contra de España y, a la vez, curiosamente, parece que cuando les hablan de amor a nuestra patria, de sentimientos patrióticos y de defensa de nuestras costumbres ancestrales, parece como si estuvieran escuchando a un orate, alguien trasnochado fruto de culturas obsoletas de las que nadie ya se acuerda. El sentimiento patriótico, por desgracia, está de capa caída en nuestra nación.
Y todo ello se debe a la labor de quienes, precisamente, han hecho de su trabajo un medio para erradicar de España estos sentimientos, empeñados en destruir el verdadero espíritu familiar y buscando establecer nuevos objetivos menos nobles pero más atractivos, por su inmediatez y su simplicidad materialista, en contraprestación a aquellas recompensas de tipo sentimental y espiritual que antes eran más valoradas. La filosofía relativista ha, sido sin duda, la que ha cambiado a nuestras juventudes y la que les ha apartado de las normas morales y éticas que estuvieron vigentes en este país durante siglos, para imponer nuevos sistemas de convivencia, nuevos objetivos en la vida que fijan metas más inmediatas, menos esenciales ( de ello viene el bajón sufrido por las religiones), reducidas a un concepto de la existencia más práctico, más egoísta y pragmático reducido a conseguir las mejores opciones de éxito y placeres dentro de la intrascendencia mundana.; aunque ello signifique renunciar a ciertos principios idealistas que, en otros tiempos, primaban en la concepción finalista de la vida basada en una espiritualidad metafísica de la humanidad.
Hoy levantan ampollas, en aquellos que todavía sentimos en nuestro interior el amor a nuestra nación, el respeto por nuestras costumbres, religión, principios morales y éticos – unidos a un sentimiento de solidaridad con respecto al resto de españoles que forman parte, juntamente con nosotros, de esta amplia familia que es la nación española –, aquellas actitudes de desprecio, burla, chacota, desprecio y repudio que nacionalistas secesionistas y, lo que aún más duele, de españoles que, sin ser separatistas, parece ser que no creen en absoluto en este sentimiento patriótico, que consideran anticuado e inútil en un mundo que, para ellos, se ha convertido en multicultural y de patria única, dentro del cual se sienten a sus anchas. Puede que este sea el destino final de las nuevas generaciones, pero nos resistimos, como evidentemente se resisten muchas naciones europeas, a integrarnos incondicionalmente dentro de una patria común, cuando vemos que, al menos en el caso de Europa, todos los intentos de prescindir de partes de la soberanía de cada nación, acaban fracasando; como fracasó la aprobación de una Constitución que sirviera para toda la UE.
Vemos como, sin que, aparentemente, quienes tienen la obligación de velar por la patria, por conservar inalterada su unidad, por evitar que fuerzas separatistas se salgan con la suya o que el comunismo bolivariano consiga la destrucción y empobrecimiento del país, no se atreven a tomar las medidas que la misma Constitución tiene previstas para estos casos; cuando nos apercibimos de la escasa solvencia política, ética y patriótica de aquellos a quienes dimos nuestros votos, fiándonos en que sabrían preservar a España de las confabulaciones de extremistas catalanes o vascos o de los intentos de los resabiados derrotados de la Guerra Civil y sus descendientes, que han sido incapaces de reconocer su culpa en lo que sucedió en aquel país en el que el comunismo había hundido sus garras para acabar con las libertades de las que ahora gozamos y les permiten a ellos poder actuar impunemente, aunque en ello nos vaya el futuro de nuestra nación.
No hay día en el que no se produzca algún hecho, alguna noticia, alguna declaración o alguna conspiración que no vaya en contra del mantenimiento de la unidad de la nación española. Y en esta misma tesitura, aunque en este caso tenga que ver con nuestro deporte, observamos como, en nuestra selección nacional de fútbol, entre los futbolistas que la integran, tenemos ejemplos humillantes, como el del futbolista señor Piqué, catalán, evidentemente separatista de la raíz a la copa, charlatán y mal hablado, que desde hace ya tiempo se aprovecha de su notoriedad como deportistas para ir lanzando dardos en contra de España, de sus instituciones y hasta de aquellos equipos que, como el Real Madrid, para él no son más que la representación de la “opresión” de España sobre los “infelices” catalanes sometidos a la “esclavitud” del resto de españoles, eso sí, los que más riqueza acumulan de toda la nación aunque, como es natural, no les basta, lo que les obliga a pedir más dinero al señor Montoro, debido a precisan apoyar económicamente todo el proceso de ruptura con España y ¡esto, señores, es muy caro!
Lo lógico sería que el seleccionador nacional, señor Del Bosque, que debería ser consciente de que el equipo de la selección nos representa a todos los españoles, hubiera tomado medidas con este individuo, prescindiendo de su presencia dentro del equipo, anteponiendo el prestigio de la selección, su patriotismo e incluso los resultados deportivos, a la presencia de un señor impresentable, que reniega públicamente de España y que, si acude a la selección, es simplemente por beneficiarse económicamente y por el prestigio que, personalmente, saca de jugar con uno de los equipos nacionales de más prestigios en el mundo del deporte.
Pero el señor Del Bosque, al que anteriormente teníamos en un gran concepto, parece que tiene algún resentimiento contra el Madrid, que algo que no se conoce le impulsa a una cierta complicidad con este charlatán antipatriota, como si le riera las gracias o prefiriera dejarle desbarrar, aunque sea en contra de España, con tal de no prescindir de él. Lástima, señor Del Bosque, porque mucho nos tememos que, el buen nombre y el prestigio que durante los años que jugó de futbolista y los que ha tenido el honor de dirigir a la Selección Española, había acumulado; en el tiempo que le resta en el cargo lo vaya a desperdiciar si, como parece, prefiere no enterarse de lo que ocurre en su equipo, le importa poco que se ofenda a su patria o, y esto sería todavía mucho peor, que al final resultara que siente simpatía, cercanía o comparte los sentimientos separatistas o las antipatías contra el equipo en el que tantos años estuvo jugando, con el señor Piqué. No sea que, al final, tengamos que lamentar que se le dieran el título de marqués que, dicho sea de paso, a algunos nos pareció innecesario, aunque en otros países, como el mismo Reino Unido, esta costumbre sea corriente.
Es muy de lamentar que, ante la pasividad de los poderes públicos, este tipo de comportamientos, estos actos públicos de escarnio a la patria y a sus símbolos, parece que, a medida que se van repitiendo con más frecuencia, las autoridades encargadas de reprimirlos y evitar que se reproduzcan, parecen mostrarse más tolerantes, menos motivadas o, por qué no decirlo, menos dispuestas a actuar por miedo a que se les reproche haber limitado la libertad de expresión o manifestación que, a fuer de españolito de a pie, parece haberse convertido en el único precepto constitucional que todo el mundo apoya.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, cada vez nos sentimos más convencidos de que, en este país, a medida que transcurren los años van quedando menos personas dispuestas a mantener sus valores, apostar por su unidad o defender aquellos principios básicos recogidos en esta Constitución en la que, al parecer, hay tantos que se sienten incómodos porque les impide aplicar aquellas doctrinas basadas en el odio, el desorden, la opresión o la pérdida de las libertades individuales. Es grave, pero no vemos el camino de evitarlo.
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